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Beatriz Pineda Sansone: Las lumbreras del saber

  Las lumbreras del saber

             Contado por Beatriz Pineda Sansone

Cuentan “Las Mil y una Noches” que en la ciudad de El-Iskandaria –hoy Alejandría- había un joven que, a la muerte de su padre, heredó inmensas riquezas, tanto en tierras de cultivo como en inmuebles. Aquel joven, nacido bajo la bendición, estaba dotado de un espíritu inclinado a la vía de la rectitud. Como no ignoraba los preceptos o normas del Libro Santo, que señalan la limosna y recomiendan la generosidad, vacilaba en la elección del medio mejor de hacer el bien. Así que decidió ir a consultar, sobre el particular, a un venerable jeque, amigo de su difunto padre y le pidió consejo. Luego de una hora el jeque le dijo: “¡Oh hijo de Abderramán! -¡Alá colme al difunto con sus gracias!, sabe que distribuir a manos llenas el oro y la plata a los necesitados es, sin duda alguna, una acción de las más meritorias a los ojos del Altísimo. Pero tal acción está al alcance de cualquier rico. Y no se necesita tener una virtud muy grande para dar las sobras de lo que se posee.  Pero hay una generosidad perfumada de otro modo y agradable al Dueño de las criaturas, y es, ¡oh hijo mío!, la generosidad del espíritu altamente cultivado. Y para tener un espíritu así, solo un medio está en nuestras manos: la lectura de lo escrito por las gentes muy cultas y la meditación acerca de estos escritos. Por tanto, ¡oh hijo de mi amigo Abderramán! Cultiva tu espíritu y sé generoso en lo que al espíritu se refiere. Y esta es mi recomendación. Y el joven se retiró con aquel consejo, firmemente resuelto a ponerlo en práctica, y dejándose llevar por su inspiración tomó el camino del zoco de los libreros.  Les mandó que transportaran a su casa cuantos libros de valor poseyeran y los retribuyó con más esplendidez de lo que ellos mismos pretendían, sin regateos ni vacilaciones. Envió emisarios al Cairo, a Damasco, a Bagdad, a Persia, al Magreb, a la India, e incluso a los países de los rumíes –apelativo que usan los musulmanes para referirse a los cristianos-, para que compraran los libros más reputados en estas diversas comarcas, con encargo de no escatimar el precio de compra.

El joven hizo ponerlo todo por orden en los armarios de una magnífica cúpula que había mandado construir con esta intención y que, en el frontis de su entrada principal, tenía inscritas en grandes letras de oro y azul estas sencillas palabras: “Cúpula del Libro”. Hecho esto, el joven puso manos a la obra. Se consagró a leer con método, lentitud y meditación los libros de su maravillosa cúpula. Como había nacido bajo la bendición y sus pasos estaban marcados por el éxito y la felicidad, retenía en su feliz memoria todo lo que leía y anotaba. Así que, en poco tiempo, llegó al límite extremo de la instrucción y del saber y su espíritu se enriqueció con dones más abundantes que cuantos bienes le tocaron en herencia y pensó con cordura en hacer que los que le rodeaban se aprovechasen de los dones que él poseía. Con tal objeto dio en la cúpula del libro un gran festín, al que convidó a todos sus amigos, familiares, parientes próximos y lejanos, esclavos, palafreneros, pobres y mendigos. Y cuando comieron y bebieron, se irguió el joven rico en medio del círculo atento de sus invitados y les dijo: “¡Oh huéspedes míos!, ¡esta noche, en lugar de cantores y de músicos, presida la inteligencia nuestra asamblea! Porque el sabio ha dicho: “Habla y saca de tu espíritu lo que sepas, para que se alimente de ello el oído de quien te escuche. Y quienquiera que obtenga cultura, obtiene un bien inmenso”.  El Retribuidor otorga la sabiduría a quien quiere, y el ingenio se creó por orden suya; pero, entre los hijos de los hombres, solo un pequeño número está en posesión de los dones espirituales. Por eso ha dicho Alá el Altísimo, por boca de su Profeta bandito: “¡Oh creyentes, haced limosna con las cosas mejores que hayáis adquirido, porque no alcanzaréis la perfección hasta que hagáis limosnas con lo que más queráis.

 

 

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