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Beatriz Pineda Sansone: Un huracán del desierto

Un hombre duerme y sueña olvidado. El toque de oración lo despierta. Soy Umar ben Ibrahim al-Khayyami, nací en Persia. Recibí del tesoro de Nishapur, una pensión anual de veinte mil dinares y pude consagrarme al estudio. Soy uno de los antiguos condiscípulos de Thomas Edward Lawrence, quien nació en Tremadoc. País de Gales en 1888. Estudiamos arqueología en Oxford y luego viajamos a Siria y a otros lugares del Oriente Medio para realizar trabajos de excavación y exploraciones.

Lo que me impresionó de Lawrence fue la intensidad de su mirada azul, su sonrisa y la seducción de su voz. He admirado su extraordinaria personalidad. Durante la guerra de los años 1914-1918, sublevó a las tribus árabes contra los turcos, combatiendo a estos sin descanso al frente de los jinetes y los infantes indígenas, fuerzas que él organizó y dirigió, partiendo de la categoría de simple agitador hasta constituirse en jefe.

El anglo-escocés que en él había, lo cambió por la sangre de un hombre del desierto, de un beduino, cuyas costumbres, lengua y carácter asimiló completamente. Vistió de blanco como un árabe, llevando alrededor de la cabeza el cordón de la Meca, oro y rojo, y una daga de oro en la cintura.

Ambos estábamos en Londres al comenzar la guerra del año 1914. Lawrence no pudo obtener un puesto en el ejército activo a causa de su talla exigua, entonces se le envió a la oficina de información militar en el Cairo. El gobierno británico creía que una rebelión de los árabes contra los turcos permitiría a Inglaterra, mientras luchaba contra Alemania, derrotar a Turquía, la aliada de ésta. Nos constituimos inmediatamente en guerrilleros. Lawrence inspiró la sublevación árabe, así que durante los años 1916 a 1918 fue su jefe indiscutible, logrando victorias resonantes, como las de la campaña de Akaba y la toma de Damasco. Cortábamos líneas férreas, volábamos puentes y trenes con dinamita. Lawrence combatía al frente con la furia de un huracán del desierto.

Leo los textos de Plotino, que en el vocabulario del islam es el Platón egipcio o el Maestro griego, y las cincuenta y tantas epístolas de la herética y mística enciclopedia de los Hermanos de la Pureza, donde se razona que el Universo es una emanación de la Unidad y regresará a la Unidad.

Lawrence escribe La rebelión en el desierto.

Contaba treinta años, cuando entramos victoriosos en Damasco, su captura reveló el agotamiento de los principales resortes de su acción. El motivo más fuerte había sido, desde el principio al fin, de carácter personal. Sin embargo, no deseaba la gloria, la miraba con repugnancia.

La ausencia de mujeres creaba afectos inevitables. Cuando su más cercano amigo S. A. murió, Lawrence expresó, que su consideración hacia esa persona estaba en el fondo de todo lo que había hecho por los árabes. Desde la altura de su dominio moral, Lawrence se mostraba comprensivo ante la generalizada costumbre de homosexualidad que reinaba entre los guerreros del desierto.

Los años transcurrieron con sus astros, agonías y mutaciones. Lawrence acaso más sensible y más triste se eclipsó. En su trato fingía. Esto le ocasionaba desconcierto y agitación. Sabía que su destino era la literatura y la ensayaba con indolencia y tenacidad. Leía y releía El Quijote. Comentábamos las lecturas. Pensaba que El Quijote era el mejor de todos los libros, pero también reconocía a Shakespeare. Su amor se extendió hasta el diccionario en el que consultaba las palabras. Del estudio del español pasó al estudio del persa e inició una traducción de Mantiq al-Tayr. En esta epopeya, los pájaros buscan a su rey, el Simurg. Finalmente, arriban a su palacio, que está al fondo de los siete mares y descubren que ellos son el Simurg y que este es todo y cada uno.

Como escritor, su ambición era desorbitada: quería escribir un libro que pudiera ser tan grande como Los hermanos Karamazov y Zaratustra. Deseaba igualarse con los grandes genios de la palabra, pues creía, como Carlyle, que comprender era igualar.

Lawrence comenzó a escribir Los siete pilares de la sabiduría. El asunto del relato era él mismo.

Al lado de Feisal, uno de los hijos de Hussein, combatió con inteligencia y audacia. Es famosa la larga marcha de casi mil kilómetros que emprendió a través del desierto para sorprender a los turcos y tomar A’qaba, en el mar Rojo.

Poco después de terminar la guerra, cuando la celebridad le acechaba por todas partes y de su país le hacían grandes honores, que él espantaba, disgustado porque Inglaterra no mantuvo la promesa que él había hecho a los árabes, tuvo la increíble habilidad de escabullirse de la vida social. Lawrence evitó toda publicidad y bajo un nombre supuesto, como simple soldado en el Cuerpo de tanques, y, por último, en la R.A.F., bajo el número 338171. Pocas personas conocían el secreto. Lawrence viajó a Egipto y a la India. Finalmente, volvió a Inglaterra. Consagró su vida de hombre indolente y solitario a los libros y a la música. Se recluyó en un retiro campestre y murió el 25 de mayo de 1935.

Nunca nos dijimos adiós. Algún día en algún lugar nos preguntaremos si fuimos Umar y Lawrence, pues hemos sido muchos hombres y ninguno.

 

Mi nombre es Beatriz Pineda Sansone. Nací en la ciudad de Maracaibo, Venezuela. De niña era inquieta, llena de arrojo. Admiraba a nuestro Arturo Uslar Pietri, quien conducía el programa televisivo Valores Humanos. Su ejemplo ha sido mi norte. Gracias a mis hijas he realizado grandes aventuras a favor de los niños. Creé el Taller Literario Infantil Manzanita que devino en Fundación en 1985. Más tarde, con motivo del nacimiento de un nuevo diario en Maracaibo, fundé Azulejo, el periódico de los niños del diario La Verdad –primera etapa-. Extendí el Programa La Hora del Cuento a centros de arte, museos, universidades, colegios y McDonald’s Padilla de la ciudad con el fin de cultivar en los niños el amor por la lectura, y todas sus destrezas cognitivas, afectivas y psicomotoras.

Más tarde, en 1996, obtuve el título en Filología Hispánica con el premio Summa Cum Laude en la Universidad del Zulia. Cursé estudios de postgrado (2000-2003). Me convertí en articulista de los diarios venezolanos Economía Hoy, Panorama y El Universal.

Soy autora de: Las Memorias del Maestro Ramiro (1979); Desde otro rayo (1992). Universidad del Zulia; Los ojos de la montaña (2011). Entrelíneas Editores, España; La Hora del Cuento. Enseñar a razonar a los niños a través de la lectura de cuentos (2015). Ediciones de la Torre, España; El Principito y los Ideales. Defensa de la libertad, del amor y del razonamiento (2017). Editorial Verbum, España; La Aventura nunca imaginada de un lápiz (2018). Fundación editorial el Perro y la Rana. Venezuela; Una niña de mi edad (2019). Editorial Tandaia, España. Malika, la más pequeña de la manada (2021). Europa ediciones. Roma.

En la actualidad desarrollo una intensa labor a favor de la lectura a través de las redes sociales: @beapinpaz.escritora, los chats Aventuras Literarias y Café Lectura. 

 

 

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