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Bésame mucho

Manifestaciones alegres y bravas como las del Centro Andino ponen las cosas en su lugar y reivindican lo obvio justo a tiempo.

Un centro comercial “muy exclusivo” es un contrasentido —para segregar y explotar a los segregados hemos tenido, aquí en Colombia, los clubes de apellidos, los fajos de dinero y la educación—, pero el Centro Comercial Andino, de Bogotá, se ha jugado su vida por serlo. Desde 1993 es una suma de almacenes más o menos elegantes, como un escenario de tiendas in-bond sin rebajas, con cierta vocación a ser el más visitado y el más admirado y el más caro en su género. Convirtió al Retiro, el viejo barrio en el que queda, en la zona de moda: la ilusión de que el mundo es así. Se ha remodelado varias veces, condenado a su actualidad, pero las peores fueron luego del incendio de una sala de cine en febrero de 2008 y después de la bomba que puso una guerrilla urbana en el baño de mujeres en junio de 2017. El Miércoles Santo de este 2019, en fin, terminó convirtiéndose en una valerosa plaza contra la homofobia.

El Domingo de Ramos, en uno de los parques de Pascua diseñados para los hijos de los clientes, un empresario fuera de sí —en defensa, claro, de sus “buenas costumbres”— agredió a una pareja de hombres abrazados a los que acusó de estarse tocando enfrente de los niños: “¡Violadores!”, “¡pedófilos!”, “¡o se van o los saco a patadas!”, se escuchó. Consiguió que un agente de la Policía le pusiera un comparendo al par de novios “por actos obscenos en un lugar público”: 393.440 pesos de multa en un Código, de hace dos años, que castiga con 98.360 la obstrucción de las manifestaciones de cariño “en razón de orientación sexual”. Pero pronto, gracias a las cámaras de este mundo nuevo que se puede reversar —un mundo con VAR—, fue evidente que no era un caso de exhibicionismo, sino el estallido homofóbico de un ciudadano que fue celebrado por algunos como un héroe.

Es la segregación en los tiempos del hashtag: #NoVuelvoAlAndino, escribieron en las propagandistas e irreflexivas redes sociales, porque faltan dos minutos en las grabaciones que se han mostrado al público, porque el Andino, según decían, ha permitido que se dé allí un nido de progresistas, y “ponen los derechos de las minorías por encima de los derechos de los niños”. Tres días después, el miércoles que digo, cientos de colombianos gritaban “ni enfermos ni antisociales: orgullosamente homosexuales” en un valeroso plantón —“una besatón”, se dijo— apoyado por el centro comercial. Y fue claro que en Colombia han perdido poder los santiguadores, que tratan de atajar la diversidad, pero que el partido invisible de la discriminación, que cree que “comunismo” es sinónimo de homosexualidad, ha operado desde el principio.

Hay quienes ven los centros comerciales, que se han estado dando silvestres en este país, como monumentos a un consumismo que parece una ideología o como señales de una sociedad sitiada en la que demasiadas personas prefieren huirles a las calles por si acaso. También pueden verse como clubes para todos en donde no vienen al caso los rechazos de los siglos pasados y en donde están condenados al ridículo los fanáticos que se lancen a gritar alguna clase de “usted no sabe quién soy yo”. Son épocas inciertas: es probable que dentro de muy poco, en medio de esta confusión en la que ciertos “liberalismos” hacen listas negras, las bandas de neonazis empiecen a exigir tolerancia con sus ideas. Y, no obstante, manifestaciones alegres y bravas como las del Centro Andino ponen las cosas en su lugar y reivindican lo obvio justo a tiempo.

Los centros comerciales de este país han sobrevivido a los carros bomba abandonados en los sótanos por los sicarios de los mafiosos y por los fundamentalistas de turno: no me cabe duda de que sobrevivirán también a estos colombianos que se creen más colombianos.

 

 

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