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Bolivia, Rodrigo Paz, entre la expectativa y el desafío de gobernar

El nuevo presidente boliviano se prepara para asumir el mando de un país con una economía prácticamente paralizada por la pérdida del poder adquisitivo y la falta de confianza.

 

El resultado de la segunda vuelta electoral en Bolivia, el pasado diecinueve de octubre,  podría entenderse como un giro derechista, dentro del típico movimiento pendular entre izquierda y derecha que suele definir el vocabulario político al uso. Con certeza se sabe que hubo elecciones, una segunda vuelta y un presidente electo con el 54,6 % de los votos: Rodrigo Paz Pereira, más allá de los saludos a Estados Unidos y los gestos como no invitar al gobierno de Nicolás Maduro a la toma de posesión.

Rodrigo Paz Pereira, hijo del expresidente Jaime Paz Zamora y sobrino-nieto de Víctor Paz Estenssoro, proviene de una de las familias políticas más reconocidas de Bolivia. Fue alcalde de Tarija y senador nacional y, aunque ha construido una trayectoria propia, es difícil no vincularlo con la impronta de su padre, el emblemático “Gallo” Jaime Paz Zamora, fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), partido inscrito en la Internacional Socialista.  A Paz Zamora le tocó marcar distancia y para llegar a la presidencia le convino presentarse como un hombre de centro, que representa a quienes quieren cambios profundos para salir de la miseria a la que nos llevaron estas peleas ideológicas”. En efecto, ese mensaje resultó ganador, por lo que su victoria expresa una demanda de renovación más que una adhesión ideológica: tanto Estado y tanto mercado como sea necesario, podría ser su lema. Este pragmatismo ha regido su trayectoria política: pasó por el MIR (2002-2006), fue independiente desde 2006 y, más tarde, participó en alianzas con Podemos (2005-2008), Comunidad Ciudadana (2020-2025) y el Partido Demócrata Cristiano (PDC), con el que finalmente ganó la presidencia. Como alguien que toma distintos taxis para llegar a un lugar determinado de antemano, Paz eligió bien su ruta y llegó a su destino.

Así, un candidato que antes de la primera vuelta no alcanzaba ni el 8 % en las encuestas,  se prepara para asumir el mando de un país sin dólares, con reservas internacionales en mínimos históricos, escasez de combustible, subsidios insostenibles, crecimiento del 0,6 % e inflación del 20,8 %.  Se suman un déficit fiscal superior al 9 % del PIB y una economía prácticamente paralizada por la pérdida del poder adquisitivo y la falta de confianza.

El desafío para Paz es enorme, tan grande como su optimismo. Ha asegurado que Bolivia contará con provisión garantizada de combustibles a partir del 8 de noviembre, fecha en que se iniciaría su gobierno. Con la misma convicción que mostró durante la campaña, en su primera rueda de prensa como presidente electo reveló que ha estado dialogando especialmente con Estados Unidos y con otros países amigos para el cumplimiento de este objetivo. Parece empezar con buen augurio: Estados Unidos y ocho países latinoamericanos expresaron su apoyo a un cambio de rumbo en la gestión económica de Bolivia.

Pero, además del respaldo que está recibiendo desde fuera del país, el flamante mandatario necesitará de soporte interno para garantizar la gobernabilidad. Si bien el Partido Demócrata Cristiano (PDC) se constituye como la primera fuerza en el parlamento, no tiene mayoría absoluta, razón por la que deberá construir consensos con los bloques de Alianza Libre, que acompañó a Jorge “Tuto” Quiroga, y el autodefinido como centrista Unidad Nacional, del excandidato Samuel Doria. Ambos bloques aún están definiendo si actuarán como oposición u optarán por integrarse en eventuales coaliciones. El verdadero desafío será transformar esa mayoría relativa en una capacidad efectiva de gobierno, capaz de llevar adelante una agenda tan ambiciosa como arriesgada, con la que Paz tendrá que hacer realidad su propuesta de “Capitalismo para todos”. Este lema de campaña prometía “créditos baratos para los emprendedores, una rebaja de impuestos y de aranceles para la importación de tecnología y vehículos, además de acabar con el ‘Estado tranca’ y otorgar el 50 % del presupuesto general directamente a las nueve regiones bolivianas”. A ello se suma otro tema sensible: el plan para la eliminación gradual del subsidio a los combustibles, una promesa de campaña que probablemente sea una de las más difíciles de implementar, ya que pondrá a prueba su capacidad de diálogo con los sectores sociales que lo llevaron al poder.

Ciertamente, luego de dos décadas de hegemonía del Movimiento al Socialismo, existe gran expectativa sobre el rumbo que tomará Bolivia en los próximos años. Las tensiones no son menores en un país donde la figura de Evo Morales sigue teniendo fuerte presencia en la política, en los medios y en las redes sociales.  El mismo día de las elecciones, tras conocerse los resultados, el líder cocalero escribió en X: Paz y Lara ganaron con el voto evista”. Advirtió que el evismo no extendió un cheque en blanco y exige la continuidad del Estado Plurinacional, de las conquistas sociales y del espíritu antineoliberal y antiimperialista.

Cerrando la página del tema electoral, vale la pena destacar que la distribución del voto no giró necesariamente en torno al tema étnico, como suele asumirse que ocurre siempre en Bolivia. De hecho, el analista Carlos Toranzo se refiere a una caída del discurso identitario, al explicar que el país se define en el presente como mayoritariamente urbano y mestizo. En la misma línea, conviene recordar lo que desde hace tiempo ha venido advirtiendo el académico Fernando Untoja: el discurso identitario fue una herramienta política para imponer un modelo autoritario bajo el pretexto del marxismo indígena”. 

Bolivia ha entrado en una nueva etapa política, con un líder de perfil pragmático que ganó en bastiones del MAS, como La Paz y Cochabamba, pero no en Santa Cruz, tradicional adversaria del “evismo” donde Tuto Quiroga obtuvo la mayoría de los votos. Quiroga fue un candidato temido por sus posibles políticas de “shock” neoliberal, como diría la izquierda de los años noventa, lo cual abre signos de interrogación respecto a las futuras alianzas políticas de cara a la influencia de  Morales. En este tablero, que la identidad étnica haya dejado de ser el eje dominante del voto favorece que se ponga el foco en otras preocupaciones más vinculadas con la economía y la gestión del Estado. Falta saber todavía si Rodrigo Paz Pereira guardará una postura equidistante hacia políticos completamente opuestos entre sí como Quiroga y Morales, lo que luce poco probable dada la necesidad de alianzas, o si tratará de actuar en función de realidades complejas que exigen un alto grado de consensos y gobernabilidad.

 

Silvia Mercado Alemán es coordinadora de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y miembro de la Fundación Friedrich Naumann para la Libertad.

 

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