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Borrar la realidad

Francia está hecha unos zorros, un fistro, una calamidad, una cataplasma, una ruina

Francia: ¿por qué colapsó el Gobierno de François Bayrou?

 

«Pueden derrocar el gobierno, pero no pueden borrar la realidad». La frase retumba poderosa porque podría pasar por uno de esos truenos cargados de socarronería pronunciados por Churchill, autor, como sabemos, al que se le atribuyen medio millón de sentencias que sirven para todo. La paternidad de la frase también se la podríamos otorgar a Unamuno o, si me apuran, incluso al escéptico Pla. Pero su artífice es un caballero con pinta de regentar, desde sus ojos de mandarín, una tienda de vinos para turistas allá en Burdeos, o sea, François Bayrou, ex primer ministro francés.

Qué osadía, la de este hombre. Se atrevió a hablar para adultos sin reparos justo cuando estos son una especie moribunda, porque la infantilización de las sociedades del primer mundo prácticamente los ha pulverizado de su paisaje opulento. Y qué inmenso error, el de este político capaz de decir la verdad; esto es, que su Francia está hecha unos zorros: un fistro, una calamidad, una cataplasma, una ruina, un desastre de deudas y un anquilosamiento total ante la paquidérmica administración pública.

Nuestros padres y nuestros abuelos odiaban la mentira. No la soportaban y nos educaron bajo ese marchamo. Falsear la realidad no era sino un crimen doméstico propio de botarates, y te castigaban con el desprecio. «Has mentido…», susurraban consternados, decepcionados, y te largabas al lecho hundido. Pero en algún momento todo cambió y, en general, los ciudadanos sólo aceptamos las dulces mentiras que nos permiten vivir en la burbuja del artificio. Nos negamos a ver la realidad porque esta siempre resulta tan atroz como la faz de un presentador recién operado o como el corte capilar de una activista que viaja en velero.

Nos instalaron en la trola y estamos encantados, tanto que penalizamos al arriesgado que nos propina, sin vaselina, un puñado de verdades incómodas. Bayrou quiso dirigirse a los adultos sin insultar su inteligencia. Y perdió. Yoli Díaz nos habla como si fuésemos teleñecos y, oye, encuentra un público de fidelidad perruna. Oh là là.

 

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