Brasil: la viga, la paja y el ojo
Racistas hay en todos los países del mundo: aquí, de momento, son unos donnadies descerebrados; en Brasil, en cambio, los hacen presidentes
PARA empezar, un leve picoteo de declaraciones. Una: «No corro el riesgo de que uno de mis hijos se enamore de una mujer negra porque fueron muy bien educados». Dos: «Los negros no hacen nada. Más de mil millones de reales al año estamos gastando en ellos. Creo que no sirven ni para procrear». Y tres: «No es una cuestión de colocar cuotas de mujeres porque sí. Tenemos que colocar gente capacitada. Si colocan mujeres porque sí, voy a tener que contratar negros también».
Una, dos y tres… pero la lista puede extenderse hasta veintitrés o más allá pues lo que antecede es una microscópica, pero ilustrativa, muestra del ideario de Jair Bolsonaro, un racista rotundo, hiperbólico y de primera hora al que en 2018 votaron 49.277.010 brasileños. Incluso en 2022 –cuando ya se sabía todo de él tras cuatro años en el palacio de Planalto– fue apoyado en las urnas por 58.206.345 brasileños y estuvo a punto de ser reelegido. Es decir, que casi diez millones más de brasileños le votaron cuando ya estaba claro lo que pensaba de los negros y mulatos, que por cierto desde 2014 son mayoría en Brasil sobre los blancos. En las favelas de Río, por ejemplo, son abrumadora mayoría desde siempre, recluidos racialmente en la ‘Ciudad de Dios’, retrepando su pobreza por los morros, bajo el Corcovado al que ahora apagan criticando «el racismo español».
Así que quizá todos esos brasileños que están aventando la especie de que España es algo así como la tierra prometida de todo racista, un reservorio de intolerantes, xenófobos y demás ralea discriminatoria –a cuenta de los insultos a Vinicius en el estadio del Valencia–, deberían mirar un poco dentro de su país antes de lanzar esa injusta generalización sobre los españoles. Racistas hay en todo los países del mundo, lo que ocurre es que aquí se trata de donnadies descerebrados que a nadie representan, mientras que en Brasil los hacen presidentes para que representen al país entero. Y esa diferencia no la están dejando clara los políticos, los periodistas o los opinadores brasileños que estos días nos brean.
Esta incongruencia, formato paja en ojo ajeno y viga en el propio, no obsta para criticar la intolerable situación que vive el jugador madridista y la necesidad de que mejoren notablemente las herramientas que la competición, la federación y los juzgados tienen para evitar la vergüenza de que el honor y la honra de España y los españoles anden en lenguas cada jornada. Incluso se puede (y quizá se debe) ser vehemente en el reproche, aunque no falten a su cita con el veneno los ventajistas a los que el padecimiento de Vinicius les trae realmente sin cuidado y sacan a pasear estos días la ‘leyenda negra’ y el resto de los tradicionales avíos para sacudir a España. Nos tienen ganas.
Hay una tendencia en los pueblos a catalogar a los demás acudiendo a generalizaciones nacidas de los prejuicios y lo que se ha leído o visto por ahí, por tanto, sin conocimiento, que opera como ejercicio de reafirmación de superioridad moral (yo soy mejor que tú). Pero si en España tenemos un problema con el racismo, no te cuento en Brasil la que tienen encima.