Breve historia de las encuestas: El arte de observar a la democracia (I)
Aun antes de que arranquen formalmente las campañas, las encuestas son ya un arma política y un tema de discusión pública. Este texto ofrece un panorama histórico de los estudios de opinión en México.
Antes de la década de 1980, cuando la hegemonía del partido único anulaba cualquier tipo de incertidumbre respecto a quién podría ganar los siguientes comicios, no tenía sentido pensar en encuestas de opinión dentro del marco electoral. Pero la falta de competencia política que imperó en nuestro país no impidió que desde los años cuarenta László Radványi, un académico e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, comenzara una década de investigación sobre la opinión pública en México. De acuerdo con Alejandro Moreno y Manuel Sánchez Castro, Radvanáyi realizó más de ochenta encuestas en temas tan diversos como la Segunda Guerra Mundial, la industrialización mexicana e incluso el tamaño del bolillo. Ya desde estos primeros ejercicios Radványi identificaba los principales retos al realizar encuestas: redactar las preguntas para no sesgarlas desde el comienzo y seleccionar correctamente la muestra. Con estas inquietudes en mente no es casualidad que haya sido miembro fundador de la Asociación Mundial de Investigación en Opinión Pública (WAPOR).
Por esos mismos años, de acuerdo con el encuestador Ricardo de la Peña, el semanario Tiempo, encabezado por Martín Luis Guzmán, también publicaba su primera serie de encuestas. El autor de La sombra del caudillo no solo dirigía una de las mejores revistas político-literaria de América sino una de las más innovadoras.
En 1959, Gabriel Almond y Sidney Verba incluyeron a México como parte de un estudio transnacional realizado también en Alemania, Italia, Reino Unido y Estados Unidos. Las entrevistas se centraron en las actitudes políticas básicas de los encuestados, con énfasis en el partidismo, la socialización política y las actitudes hacia instituciones específicas, el sistema político y la cultura en general. Recopilaron información sobre los sentimientos de eficacia política y actitudes hacia la burocracia, la policía, los partidos políticos, campañas y varios niveles de gobierno, así como hacia la escuela, la familia y el trabajo. También registraron la cantidad y tipos de organizaciones a las que pertenecían los encuestados. Años después, con la información recopilada publicaron La cultura cívica, un estudio pionero que definió la “génesis del enfoque de la cultura política contemporánea”.
En 1969 Rafael Segovia realizó una investigación sobre las actitudes políticas de los escolares. Para ello encuestó a casi 3,600 estudiantes de quinto y sexto de primaria y primero, segundo y tercero de secundaria sobre las actitudes políticas de los escolares mexicanos en los estados de Jalisco, Nuevo León, Tabasco, Oaxaca, México y la Ciudad de México (el cuestionario puede verse en este link a partir de la página 156). Los resultados vieron la luz en forma de libro: La politización del niño mexicano.
Fue hasta las elecciones presidenciales de 1988 cuando por primera vez, gracias a la fuerte presión ciudadana para abrir espacios a la democratización, inician los ejercicios de medición electoral en nuestro país. De acuerdo con Andrew Selee, “durante las elecciones de 1988, Miguel Basañez realizó lo que son probablemente las primeras dos encuestas independientes publicadas en medios mexicanos, primero una encuesta de intención de voto en la Ciudad de México, que mostraba una ventaja ahí para Cuauhtémoc Cárdenas, y luego una segunda encuesta a nivel nacional que indicaba que Carlos Salinas de Gortari tenía la ventaja a nivel nacional pero con Cárdenas pisándole sus talones”. En esos primeros ejercicios no se contaba con la tecnología ni con el refinamiento metodológico que hoy existe para el diseño de muestras o cuestionarios, pero fueron primeros pasos fundamentales hacia una medición de la intención de voto de los mexicanos.
Además de las encuestas realizadas por Basañez, diversas instituciones académicas y empresas realizaron sus primeros ejercicios demoscópicos, entre ellas, la Universidad Autónoma del Estado de México, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y el Colegio de México. Asimismo, periódicos como La Jornada. El Universal y Punto colaboraron con Gallup y la empresa Bendixen and Law para realizar ejercicios de medición.
Como se observa en la tabla, los resultados de las encuestas nacionales coincidían en que el resultado electoral, daría el triunfo a Carlos Salinas de Gortari y existía una cierta coincidencia en que los votantes de la Ciudad de México, manifestaban una preferencia por el candidato de la oposición Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
El resultado de la elección es de todos conocido: una “caída” del sistema en el día de los comicios y el triunfo del candidato del PRI para la presidencia de la república generaron una enorme suspicacia en torno a los resultados electorales. Por primera vez, luego de setenta años, la oposición adquiría fuerza, y los primeros ejercicios de medición electoral comenzaban a jugar un rol en el andamiaje democrático.
En un artículo publicado por Antonio Fuentes Flores en 2012, se hace referencia a una encuesta de salida supuestamente realizada por el Consejo Coordinador Empresarial en los comicios de 1988. Se afirma que dicha encuesta daba como resultado final de las elecciones un empate técnico entre los tres contendientes y que en “esta encuesta no quedaba claro quién había sido realmente el ganador absoluto. Aunque como siempre se daba por descontado que el resultado final de las elecciones sería arreglado para favorecer al candidato oficial, razón por la cual el Consejo Coordinador Empresarial calló y no lo dio a conocer”.
A partir de estas notas, podemos confirmar que las encuestas electorales ya eran utilizadas por los actores políticos y empezaban a tener un papel en el juego electoral, al ser difundidas en distintos medios de comunicación; además eran referidas como una herramienta para anticipar los posibles resultados de los comicios.
Para los comicios de 1994, como señala Murilo Kuschick en «México: elecciones y el uso de las encuestas preelectorales«, se publicaron por lo menos 17 encuestas de carácter nacional. Todas ellas tenían muestras mayores a mil entrevistados y en la gran mayoría se hizo uso de la entrevista domiciliaria. Una diferencia importante con las de 1988 es que los patrocinadores de las encuestas de la elección de 1994 “dejaron de ser instituciones de educación superior, y en su lugar lo hicieron el Gabinete de Estudios de Opinión, el cual se encontraba asociado con la revista etcétera, la empresa de Ana María Covarrubias, asociada con la revista Voz y Voto, y las que realizó Basáñez para la revista Este País” (Tabla 2). Estos ejercicios fijaron las bases para que en los años venideros surgieran agencias especializadas en encuestas electorales y que varios periódicos, entre ellos Reforma (en 1995) y El Universal (2001), incorporaran a sus editoriales temas de investigación electoral.
El crecimiento de la industria de investigación electoral vino aparejado de un amplio debate en torno a la certeza de sus mediciones y la confianza de la ciudadanía respecto a esta metodología de investigación social. Como bien señala Ricardo de la Peña, “El proceso electoral federal de 1994 fue un gran laboratorio para la investigación demoscópica en México”.
Nancy Belden, citada en un artículo de María Eugenia Valdés Vega, narra que en 1994 “había dos corrientes: la corriente profesional/metodológica que enfilaba su crítica a los aspectos metodológicos, y la corriente política, que en esta coyuntura se ocupó de la desaprobación de aquella información que ni apoyaba un punto de vista propio ni demostraba que el partido al que se pertenecía estaba ganando”. En lo tocante a la metodología, mucho del debate en los comicios del 94 se centró en las ventajas relativas del levantamiento de encuestas nacionales frente a las levantadas solo en zonas urbanas, o en cómo tratar la “no respuesta” o los indecisos. La discusión entre distintos encuestadores tenía un alto nivel académico y se enfocaba en identificar las mejores prácticas en cuanto a muestreo o levantamiento.
En medio de esa amplia discusión, la mayoría de las encuestas nacionales vaticinaron el triunfo del PRI en la elección a la presidencia de la república. Ricardo de la Peña afirmaba en un capítulo publicado en 1995 que a partir de dichas elecciones “se ratifica, con pruebas adicionales, la capacidad técnica, el profesionalismo y la experiencia en la realización de estudios por encuesta para la medición de la opinión pública y, en particular, en la estimación de intenciones de voto de la ciudadanía. Las coincidencias entre estudios nacionales serios realizados de manera simultánea y de las encuestas más próximas a elecciones con los resultados oficiales constituyen elementos probatorios de la capacidad de diagnóstico de los estados de la opinión pública y de las propensiones del sufragio, a partir del instrumento científico que son las encuestas”.
En 1994 todo parecía indicar que la industria de las encuestas en México se consolidaba y que el rigor metodológico y el profesionalismo de los investigadores respaldaban ampliamente su trabajo. Sin embargo, una vez que los los partidos políticos reconocieron el potencial de esta herramienta como parte de sus estrategias electorales, las casas encuestadoras se vieron frente a un reto mayor y menos metodológico: mantener su credibilidad e independencia cuando sus recursos principales provenían de aquellos a quienes estaban midiendo. El financiamiento y la difusión de resultados a través de los medios de comunicación masiva, que se consideraba eran parte del “sistema oficial”, comenzó a generar dudas sobre a la veracidad de las encuestas electorales. Este conflicto se acentuó durante las elecciones de 2000 y alcanzó su nivel más álgido en la de 2006, elecciones que analizaremos en la siguiente entrega.