Buscando una salida al laberinto de la economía
Es llamativo lo que pasa con la crisis económica argentina. Todos la sufrimos, no hay quien la niegue, legiones de investigadores la estudian, legiones la explican, sus causas y consecuencias están en el debate diario, pero daría la impresión de que nadie está en condiciones de ponerle un cascabel. El gato se escapa, una y otra vez.
Entre intelectuales, empresarios y dirigentes políticos ha empezado a cundir cierto desánimo y, peor, cierta convicción -confesada en voz baja- de que no es por desidia que no aparece alguien que se le anime. Tal es su complejidad, su magnitud, que ha venido a destruir manuales y a desafiar recetas. Es un monstruo de mil cabezas que sigue creciendo y reproduciéndose, sin cazadores que sepan cómo neutralizarlo. Puesto en términos actuales: un virus para el que todavía no hay vacuna. Un reconocido analista político confiaba días atrás: «Vivo hablando con economistas, del país y de afuera, y ninguno sabe decirme qué hay que hacer para arreglar esto».
Invitado a participar de esta producción que hoy presenta LA NACION, uno de los más escuchados gurúes de la City se excusó por la siguiente razón: «Me están pidiendo que diga cómo se sale de la crisis. La verdad, es insalible».
A menudo se encuentran, sí, enunciaciones generales, objetivos, principios: bajar el déficit, alcanzar un equilibrio macroeconómico, reducir la inflación, abrir la economía (o cerrarla), generar confianza, llegar a un acuerdo por la deuda. Pero nada parecido a un programa consistente. Acaso en los extremos hay definiciones más asertivas, vinculadas, desde lo dogmático, con la preminencia de lo estatal o, del otro lado, con su virtual eliminación. Al Gobierno se le reprocha, con razón, que no tiene un plan (el Presidente acaba de admitir que ni siquiera cree en ellos). Pero, ¿alguien lo tiene?
Esa inquietud es el origen de estas páginas, en las que 14 economistas de primera línea y distintas orientaciones responden qué medidas habría que tomar en lo inmediato, si es necesario un plan integral o alcanza con ir atendiendo la coyuntura, cuánto puede perjudicar un eventual fracaso en la negociación de la deuda externa -fantasma que revolotea en estas horas- y si el actual equipo económico está en condiciones de emprender la titánica tarea de la reconstrucción o se impone un recambio.
Para Ricardo Arriazu, nada hay más urgente que «evitar el colapso social y la quiebra de las empresas». La preocupación por la sostenibilidad de la actividad privada, al considerarla un jugador fundamental de la recuperación, fue expresada también por Juan Carlos de Pablo. Pide «reglas de juego claras, enunciadas de manera inequívoca». Eduardo Levy Yeyati llama a evitar expropiaciones e impuestos al patrimonio, y María Castigioni, a generar confianza para que el sector privado lidere el repunte.
Emmanuel Álvarez Agis, viceministro de Economía durante la gestión de Axel Kicillof, sostiene que la caída del gasto privado debe ser compensada con gasto público. El Gobierno, dice, «reaccionó contundentemente en lo sanitario, pero no en lo económico». José Luis Machinea plantea que, una vez controlada la crisis del coronavirus, lo prioritario será reducir la incertidumbre e ir bajando gradualmente el gasto.
La importancia de llegar a un rápido acuerdo por la deuda es señalada por todos los economistas consultados. Exnegociador de la deuda externa argentina, Daniel Marx considera que sin una reestructuración sostenible caerá el nivel de actividad. Con default, piensa Miguel Kiguel,«la situación no empeoraría mucho en el corto plazo, pero va a ser muy difícil volver al crecimiento». Sería un «golpe tremendo», advierte Marcos Buscaglia: dejaría al sector público y privado sin acceso al financiamiento. Sin acuerdo, «las chances de estabilizar la macroeconomía en 2021 se derrumban», afirma Marina Dal Poggetto. Para José Siaba Serrate, una salida sustentable de la crisis requiere «apoyo externo visible».
Otra coincidencia generalizada es que no se debe mirar tanto la conformación del equipo económico, aun con las reservas que pueda provocar, como la ausencia de definiciones por parte del Gobierno. «Cambiar de nombres en el plano técnico no subsanará la falta de un rumbo político claro», opina Luciano Laspina. Si se logra un acuerdo sobre la deuda externa, la actual conducción económica «puede encarar los siguientes desafíos», expresa Ernesto Schargrodsky.
En las antípodas, Javier Milei no le daría ni un minuto más al ministro Martín Guzmán, y advierte de los riesgos de una hiperinflación que llevaría a «la peor crisis económica y social de la historia».
Contra lo que podría pensarse, no todos son escenarios de catástrofe o nubes negras entre los analistas. Sin negar los peligros que acechan, algunos de ellos se permiten una cuota -módica, es cierto- de optimismo. En la coyuntura encuentran ciertas señales alentadoras. Álvarez Agis piensa que el hecho de partir de un piso tan bajo representa una excelente oportunidad de encauzar la economía. Arriazu cree que una negociación exitosa de la deuda, un buen acuerdo con el FMI y un probable acuerdo de swap con la Fed (Reserva Federal de EE.UU.) contribuirían a restaurar la confianza, fundamental para cambiar las expectativas.
Pero el que va más lejos es De Pablo. Ya ve la luz al final del túnel. «De la crisis -dice- ya estamos saliendo, aunque la recuperación no es igual para todos».