Literatura y Lengua

Cabrera Infante: “¿El Anticastro? Admito que lo soy”

 

1442340301_702474_1442341006_noticia_normalGuillermo Cabrera Infante en la redacción de ‘Lunes de Revolución’, en La Habana, en 1961. / EL PAÍS

‘Mea Cuba antes y después’ reúne los escritos políticos de Guillermo Cabrera Infante y recopila por primera vez los artículos en los que apoyó la revolución

“¿Cómo es posible que haya que dar explicaciones del ajusticiamiento de una figura tan deleznable como Cornelio Rojas? […] Es un simple caso de justicia, de la más elemental e inmediata. Los fusilados son criminales connotados, sus crímenes han sido cantados por ellos mismos; un pueblo de siempre sentimental no ha movido un dedo para impedir que sigan los ajusticiamientos; hasta los familiares de los ajusticiados saben que se obra con espíritu de honradez. […] No son las ejecuciones lo que tratan de detener, sino la marcha segura y aplastante de la revolución cubana”. Esto escribió el 11 de abril de 1959 un joven periodista llamado Guillermo Cabrera Infante. Días después cumplía 30 años. El dictador Fulgencio Batista había abandonado Cuba en la nochevieja del 58, corrían tiempos de fervor revolucionario y el futuro novelista dirigía el suplemento cultural Lunes de Revolución. Tras dos años de idilio político y su estreno como escritor con Así en la paz como en la guerra (1960) —un libro de cuentos y “viñetas” de aire “sartriano, es decir, realista socialista”—, todo cambió.

Enviado como corresponsal a, en sus propias palabras, la “guerrita de Bahía de Cochinos, descubrió que las operaciones estaban al mando de generales soviéticos. Cuba se convertía oficialmente al socialismo y Cabrera Infante empezaba a convertirse al anticastrismo. Sus protestas por la prohibición de P. M., un corto dirigido por su hermano que celebraba la vida nocturna en La Habana, provocaron su destitución al frente del suplemento y su envío como agregado cultural a la embajada cubana en Bruselas. Poco antes había empezado a escribir una novela titulada Vista del amanecer en el Trópico —una “continuación de P.M. por otros medios”— que, muy retocada, terminó llamándose Tres tristes tigres. En 1965, con el premio Biblioteca Breve en el bolsillo, el novelista regresó temporalmente a su país para asistir al entierro de su madre. Después de aquello nunca más volvería.

Instalado en Londres, donde murió en 2005 a los 75 años, alternó la escritura alimenticia de guiones de cine con dos labores en las que nunca cejó: una obra literaria que en 1997 le valió el premio Cervantes y la crítica sin descanso al régimen de Fidel Castro, el hombre que, como solía decir, le escribió la biografía. Cuando alguien lo tachó de Anticastro, él, amante de los juegos de palabras, lo tomó como el mayor elogio: “Admito que lo soy”.

En 1992, tras casi tres décadas de exilio, Guillermo Cabrera Infante publicó el libro que, decía, sus amigos llevaban años pidiendo y sus “enemigos” le habían “forzado a hacer”: Mea Cuba. Aquel medio millar largo de páginas recogía sus “obsesivos artículos y ensayos” de tema cubano: de la obra de escritores como José Martí o Alejo Carpentier a las persecuciones de homosexuales pasando por la visita del Papa o los juicios a los disidentes. Él mismo lo bautizó como “el testamento político de un autor viviente”.

En torno a ese libro se organiza ahora el segundo tomo de las Obras Completas de Guillermo Cabrera Infante, que hoy lanza Galaxia Gutenberg. ‘Mea Cuba’’ antes y después es un volumen de 1262 páginas que incluye el libro que le sirve de eje, un largo apéndice con piezas posteriores a 1992 pero de tema similar —incluido ‘La castroenteritis aguda’, escrito días antes de su muerte—, una desternillante cronología preparada por el propio autor que se detiene en 1998 y un impecable prólogo de Antoni Munné, encargado de la monumental edición. El tomo se abre, además de con los citados Así en la paz como en la guerra y Vista del amanecer en el Trópico, con la reunión por primera vez en libro de los textos que Cabrera Infante publicó en aquel mítico Lunes de Revolución. Y como pórtico general, dos artículos de 1959 en los que Cabrera Infante lleva su fe por la revolución hasta el punto de justificar el fusilamiento de sus enemigos. 200 páginas seguidas de otras 1.000 dedicadas a neutralizarlas. Siempre dijo que Mea Cuba tenía mucho de mea culpa.

Consciente del carácter testimonial de esos primeros textos, Miriam Gómez, viuda del escritor, explica que nunca dudó en rescatarlos. “Lo escrito, escrito está. Su lugar son precisamente unas obras completas”, dice por teléfono desde su casa de Londres. “Guillermo estaba entusiasmado con la revolución. Si se metió luego en tantos líos por ser crítico, si soportó insultos y escupitajos es porque se sentía culpable, porque creyó y se sintió engañado. Cuando fue a Playa Girón y vio que mandaban los rusos se espantó. Volvió a casa y se echó a llorar”. Respecto al tomo recién publicado añade: “Es la vida de Guillermo pero también la historia de Cuba. Yo creo que hoy es más importante para Cuba que para Guillermo”.

Retrato del artista con ácido sulfúrico

Vidas para leerlas Algunas ediciones de Mea Cuba separaban en tomos distintos los escritos políticos de los literarios. Ahora vuelven a aparecer juntos. El volumen de Galaxia Gutenberg se completa con un enciclopédico índice onomástico. Dada la agudeza del Cabrera lector, lo único seguro para que un escritor salga bien parado —se llame Julio Cortázar o Gabriel García Márquez— es no aparecer en él. Este es su juicio sobre dos clásicos cubanos:

José MartíCon todos sus excesos, por todos sus excesos, su escritura es el aparato barroco, conceptista y elocuente, más poderoso que ha producido la literatura española desde Quevedo”.

Alejo Carpentier “Sufría dos obsesiones: el arte de la novela y el Premio Nobel de Literatura […] Sus libros se volvieron pobres en prosa pero ricos en política con el fin de satisfacer al poder en La Habana”.

Almuerzo con Felipe González, cena con José María Aznar

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Guillermo Cabrera Infante recibe el premio Cervantes en abril de 1998. / RICARDO GUTIÉRREZ.

¿Qué pensaría de las nuevas relaciones entre Cuba y Estados Unidos un autor como Guillermo Cabrera Infante que criticó toda forma de colaboración con el Gobierno castrista? “Estaría muerto de risas, a carcajadas, como yo”, responde su viuda. “Resulta que a los Castro los va a salvar el enemigo, al que tanto odiaban. Ahora todos a aprender inglés y a pintarse la bandera americana en las uñas de los pies. Guillermo no se aguantaría la risa”.

Templado el humor, Miriam Gómez vuelve el pesimismo: “Media Cuba es propiedad del ejército y de la familia Castro y se la van a vender a los extranjeros. También en eso acertó Guillermo. Lea artículos como ‘La guayabera blindada’ y otros parecidos”. Miriam Gómez se refiere a varios textos de los años noventa del siglo pasado en los que Cabrera Infante relata amargamente sus encuentros privados con Felipe González y José María Aznar y varios de sus respectivos ministros (de Carlos Solchaga a Rodrigo Rato). “España ha comprado todo lo que Castro ha robado”, se queja al hablar de los negocios hoteleros en la isla. “Los españoles mismos declaran que se preparan para cuando se suspenda la ley Helms-Burton”.

Le dolía que algunos gobernantes actuaran como “representantes de la patronal” o consideraran a Fidel Castro “un mal menor para España” cuando él lo tenía por “la fuente de todo mal para los cubanos”.

Silenciada oficialmente en Cuba durante años, la obra del autor de Cine o sardina, también ha vivido recientemente una tolerancia parcial e interrumpida. Esta vez por su mujer: “Empezaron a publicar unos cuentos y lo paré. Gracias en parte a nuestro agente [Andrew Wylie], que es poderoso. Decían que Guillermo es patrimonio nacional y yo les respondí que no era patrimonio de nadie. En todo caso matrimonio de Miriam Gómez. No lo permitiré mientras en Cuba no haya democracia. Y no la habrá mientras siga en manos de una familia. En esto es como Norcorea”. Tras el rescate póstumo de La ninfa inconstante, Cuerpos divinos y Mapa dibujado por un espía, queda aún inédito El cartucho, un libro, explica Gómez, “en forma de bolsa de papel de las que dan en los ultramarinos: metes la mano y sacas pequeñas notas sobre música, literatura o política”.

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