Un Cafecito de Cuba a costa de nuestros derechos
Publicidad de Nespresso para una edición limitada que realizó en 2014 como tributo al café cubano. (Nestlé)
Para los cubanos que, de una u otra forma, tenemos que ver con el campo, la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dio inicio a una oleada de esperanza. Un mes después de aquel viaje, la decisión del Departamento de Estado de permitir la importación de café (y de productos textiles) producidos por «empresarios independientes» cubanos nos hizo soñar con exportar nuestros productos directamente, sin intermediarios gubernamentales.
Planificamos la compra de maquinarias agrícolas e insumos para aumentar el rendimiento de las tierras con el dinero que nos darían esas exportaciones. Nos sentimos respetados como individuos, imaginándonos sentados frente a representantes de firmas extranjeras para negociar nuestras producciones.
Por eso nos pareció una broma la carta de protesta del Buró Nacional de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), es decir, los «productores» de café, a través de la que se rechazaban la medida del Departamento de Estado, al que acusaban de querer influir en el campesinado y separarlo del Estado.
Alguna reacción de ese tipo podíamos esperar, porque era demasiado bueno para ser cierto.
Sabíamos que los monopolios estatales de Cuba no estarían dispuestos a soltar las exuberantes ganancias que consiguen a costa de nuestro trabajo. Pero el gesto de respaldo del Gobierno de EE UU hizo que me sintiera respetado. Esa apertura podría servir como mecanismo de presión sobre el Gobierno de la Isla, pues la única forma de negociar con Estados Unidos sería a través de los productores a los que nunca reconoció derechos.
Por eso fue tan grande mi desconcierto cuando leí que Nespresso planea comenzar la importación de café cubano a Estados Unidos para este otoño.
En Cuba no ha habido ninguna flexibilización que permita a los cafetaleros negociar, al contrario. El VII Congreso del Partido Comunista reafirmó que no habría ninguno de los tan esperados, y necesarios, cambios. Entonces, ¿las regulaciones del Departamento de Estado bailan tan rápido al ritmo de la conga de los monopolios cubanos o es que Nespresso está siendo miserablemente engañado?
Sabíamos que los monopolios estatales de Cuba no estarían dispuestos a soltar las exuberantes ganancias que consiguen a costa de nuestro trabajo
No ha trascendido cómo esta marca comercial, perteneciente a la compañía transnacional Nestlé, podrá negociar directamente con los productores cubanos. Los campesinos de la Isla no tienen siquiera derecho de vender directamente a las entidades del Gobierno. El Estado cubano no hace negocios con personas naturales, por eso creó las cooperativas (UBPC, CPA, CCS) con personalidad jurídica como intermediarios.
En lo práctico, por ejemplo, si un productor necesita insumos tiene que solicitarlo a la cooperativa, porque no puede comprar directamente en la entidad que lo comercializa. Este tipo de prácticas suponen retrasos e ineficiencias, además de aumentos de los costos para el cafetalero, puesto que la cooperativa aplica un impuesto sobre cada transacción que procesa.
Cuando una empresa hace una compra a un productor confecciona un cheque a nombre de la cooperativa que le sirve para pagar al campesino después de cobrarle el impuesto, un asunto que se alarga aún más cuando la compraventa es entre productores.
Esa es la realidad que soñamos que cambiaría con la nueva política de empoderamiento de emprendedores cubanos por parte del Gobierno de EE UU. Puede que Nespresso esté siendo engañada con alguna artimaña de las autoridades cubanas, o que la intransigencia del Estado haya logrado doblegar las buenas intenciones de la Administración Obama. Pero de una cosa pueden estar seguros: el nuevo Cuban Nespresso Grand Cru, Cafecito de Cuba, tendrá sabor a sueños rotos, porque será hecho a costa de nuestros derechos.