Camacho: Winter is coming
La política española vive en el autoengaño ante los síntomas verosímiles de un invierno bajo amenaza de colapso
Los bodegueros españoles se están quedando sin botellas por desabastecimiento de vidrio. La construcción renquea golpeada por severos retrasos en materiales como el aluminio o la madera, cuyos costes han subido hasta un 120 por ciento. La escasez de chips y componentes electrónicos, acaparados en China, tiene en jaque a la industria tecnológica y de automoción. La falta de camioneros trae de cabeza a las empresas de transporte. De la energía hay poco que contar porque ya habla, grita más bien, el recibo de la luz; en Austria el Gobierno prepara simulacros para un gran apagón, un ‘black out’ a escala europea, y recomienda a la población que compre linternas y conservas. El Ejecutivo español lleva semanas haciendo gestiones con Argelia para intentar asegurarse el suministro de gas, en plena crisis de precios, de demanda y de oferta. La inflación adquiere inquietante velocidad y cada vez más expertos sostienen que no va a ser un fenómeno corto o pasajero. Gran Bretaña ha colapsado en el lado oscuro de la euforia del Brexit. Y la OMS «vigila» -eufemismo para suavizar la alarma- la expansión de la variante Delta Plus del Covid, mutación supercontagiosa que amenaza la perspectiva de extinción de la pandemia. No son fantasías apocalípticas propias de un J. J. Benítez, que anda por ahí vaticinando el impacto de un meteorito gigante en 2027, ni jeremiadas catastrofistas de falsos profetas. Está pasando. Se trata de barruntos objetivos de tormenta.
Ante este panorama causa poca extrañeza que el Banco de España o la Autoridad Fiscal Independiente recorten sus previsiones de recuperación muy por debajo de las oficiales, las que divulga el aparato propagandístico de Sánchez. La posibilidad verosímil de un bucle simultáneo de problemas obliga a revisar el optimismo de cualquier análisis razonable. El horizonte puede mejorar o ir a peor, pero la situación actual ya es grave y ocultarla o minimizarla equivale a autoengañarse. Se supone que los ciudadanos son lo bastante maduros para entender la acumulación de contratiempos que escapan al radio de intervención de las autoridades de un país pero éstas tienen la responsabilidad de tomarlas en cuenta, si no para enderezarlas al menos para no incrementar sus efectos con políticas insensibles a la delicadeza del momento. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo en España, donde la vida pública gira alrededor de prioridades equivocadas. Desde el incremento imprudente del gasto estructural a la reforma innecesaria del mercado de trabajo, desde la desestabilización de las instituciones a la atención preferente de caprichos identitarios. Si se aproxima -‘winter is coming’- un invierno de aprietos, el mínimo exigible a los gobernantes es que se comporten como adultos y no intenten confundirnos con baratijas ideológicas y demás camelos. Porque, como decía León Felipe, nos sabemos todos los cuentos.