Cambio de régimen: el discurso completo de J. D. Vance en Múnich
Convencido de que «la principal amenaza [para Europa proviene] de dentro», apuntando a las élites políticas y deseando hacer saltar los cordones sanitarios erigidos contra la extrema derecha en Alemania, J. D. Vance articuló por primera vez la visión maximalista de la Casa Blanca de Donald Trump para el continente: un cambio de régimen.
Traducimos y comentamos este discurso que todos los europeos deberían leer.
Gracias a todos los delegados, autoridades y profesionales de los medios de comunicación reunidos, y gracias especialmente a nuestro anfitrión de la Conferencia de Seguridad de Múnich por haber podido organizar un evento tan increíble. Estamos, por supuesto, encantados de estar aquí.
Una de las cosas de las que quería hablar hoy son, por supuesto, nuestros valores comunes.
Es fantástico estar de vuelta en Alemania. Como han oído antes, estuve aquí el año pasado como senador de los Estados Unidos. Me encontré con el ministro de Asuntos Exteriores británico, David Lammy, que bromeaba diciendo que los dos teníamos puestos diferentes el año pasado de los que tenemos ahora.
Pero ahora es el momento, en nuestros países, para que todos aquellos que han tenido la suerte de que nuestros respectivos pueblos les confíen poder político, lo utilicen sabiamente para mejorar sus vidas. Y quiero decir que he tenido la suerte, durante mi estancia aquí, de pasar un poco de tiempo fuera de las paredes de esta conferencia en las últimas 24 horas. Y me ha impresionado mucho la hospitalidad de la gente, que todavía está conmocionada por el horrible atentado de ayer. La primera vez que vine a Múnich fue con mi mujer, que hoy está aquí conmigo en un viaje personal. Siempre me ha gustado la ciudad de Múnich y siempre me han gustado sus habitantes.
Quiero decir que estamos muy conmocionados y que nuestros pensamientos y oraciones están con Múnich y con todas las personas afectadas por el daño infligido a esta hermosa comunidad. Pensamos en ustedes, rezamos por ustedes y, por supuesto, los apoyaremos en los próximos días y semanas.
(Aplausos)
Espero que este no sea el último aplauso que reciba. Pero, por supuesto, estamos reunidos en esta conferencia para hablar de seguridad.
Normalmente hablamos de las amenazas que pesan sobre nuestra seguridad exterior y veo a muchos altos cargos reunidos aquí hoy. Pero aunque la administración Trump está muy preocupada por la seguridad europea y cree que podemos llegar a un acuerdo razonable entre Rusia y Ucrania, también creemos que es importante que Europa tome medidas importantes en los próximos años para garantizar su propia defensa.
Porque la amenaza que más me preocupa en Europa no es Rusia, no es China, no es ningún otro actor externo.
Y lo que me preocupa es la amenaza desde dentro: el retroceso de Europa en algunos de sus valores más fundamentales. Valores compartidos con los Estados Unidos.
Me sorprendió que un excomisario europeo se expresara recientemente en televisión para alegrarse de que el gobierno rumano anulara unas elecciones presidenciales. Advirtió de que, si las cosas no salían como estaba previsto, lo mismo podría ocurrir en Alemania.
Estas declaraciones temerarias son chocantes para los oídos estadounidenses.
Durante años, se nos ha dicho que todo lo que financiamos y apoyamos se hace en nombre de nuestros valores democráticos comunes. Todo, desde nuestra política hacia Ucrania hasta lo digital, se presenta como una defensa de la democracia.
Pero cuando vemos a los tribunales europeos anular elecciones y a altos funcionarios amenazar con anular otras, debemos preguntarnos si nos imponemos normas lo suficientemente altas. Y digo «nosotros» porque creo fundamentalmente que estamos en el mismo equipo. Debemos hacer algo más que hablar de valores democráticos. Debemos vivirlos ahora, en la memoria viva de muchos de ustedes en esta sala.
La guerra fría enfrentó a los defensores de la democracia con fuerzas mucho más tiránicas en este continente. Consideren el bando en esta lucha que censuró a los disidentes, que cerró iglesias, que anuló elecciones: ¿eran los buenos? Desde luego que no. Y gracias a Dios, perdieron la Guerra Fría. Perdieron porque no apreciaron ni respetaron todos los beneficios extraordinarios de la libertad. La libertad de sorprender, de cometer errores, de inventar, de construir. Resulta que no se puede imponer la innovación o la creatividad, al igual que no se puede obligar a la gente a pensar, sentir o creer. Y estas dos cosas están sin duda relacionadas. Por desgracia, cuando miro a Europa hoy, no siempre está muy claro qué ha pasado con algunos de los vencedores de la Guerra Fría.
Miro a Bruselas, donde los commissars europeos advierten a los ciudadanos de que tienen la intención de cerrar las redes sociales en tiempos de disturbios civiles tan pronto como detecten lo que han considerado, cito, contenido de odio.
O en este mismo país, donde la policía ha realizado redadas contra ciudadanos sospechosos de haber publicado comentarios antifeministas en línea, siempre en el marco de la lucha contra la misoginia en Internet.
Pienso en Suecia, donde el gobierno condenó hace dos semanas a un activista cristiano por participar en incendios de Coranes, que provocaron la muerte de su amigo. Como señaló de manera aterradora el juez en su caso, las leyes suecas, que se supone que protegen la libertad de expresión, no conceden, y cito, «un salvoconducto» para hacer o decir cualquier cosa sin correr el riesgo de ofender al grupo que posee ese credo.
Quizás aún más preocupante, me dirijo a nuestros queridos amigos del Reino Unido, donde el retroceso de los derechos de conciencia ha puesto en peligro las libertades fundamentales de los británicos, en particular de los creyentes. Hace poco más de dos años, el gobierno británico acusó a Adam Smith Connor, un fisioterapeuta de 51 años y veterano de guerra, del odioso delito de rezar en silencio durante tres minutos a 50 metros de una clínica de abortos. No molestó a nadie, no interactuó con nadie; simplemente rezó en silencio. Después de que las fuerzas británicas del orden lo detectaran y le preguntaran por qué rezaba, Adam respondió simplemente que rezaba por el hijo que podría haber tenido con su exnovia y que habían abortado años antes.
Los agentes se quedaron impasibles y Adam fue declarado culpable de infringir la nueva ley gubernamental sobre «zonas de seguridad», que penaliza el rezo en silencio y otras acciones que puedan influir en la decisión de una persona en un radio de 200 metros alrededor de un centro de abortos. Fue condenado a pagar miles de libras por violar la designación judicial.
Me gustaría poder decir que fue una casualidad, un ejemplo único y descabellado de una ley mal redactada, promulgada contra una sola persona, pero no.
El pasado octubre, hace apenas unos meses, el gobierno escocés comenzó a distribuir cartas a los ciudadanos cuyas casas se encontraban en zonas denominadas de «acceso seguro», advirtiéndoles que incluso rezar en privado en sus casas podía constituir una infracción de la ley. Naturalmente, el gobierno exhortó a los lectores a denunciar a cualquier ciudadano sospechoso de delitos de opinión en Gran Bretaña y en toda Europa.
Me temo que la libertad de expresión está retrocediendo.
Y, queridos amigos, en aras del humor, pero también de la verdad, estaré dispuesto a admitir que, a veces, las voces más fuertes a favor de la censura no provienen de Europa, sino de mi propio país, donde la administración anterior amenazó e intimidó a las redes sociales para que censuraran lo que ella llamaba desinformación. Desinformación, como por ejemplo la idea de que el coronavirus probablemente se había escapado de un laboratorio en China. Nuestro propio gobierno animó a las empresas privadas a silenciar a las personas que se atrevían a decir lo que resultó ser una verdad evidente.
Así que vengo hoy aquí no solo con una observación, sino también con una propuesta. La administración de Biden parecía dispuesta a todo para silenciar a las personas que expresaban su opinión: la administración de Trump hará exactamente lo contrario. Y espero que podamos trabajar juntos en Washington.
Hay un nuevo sheriff en la ciudad.
Bajo el liderazgo de Donald Trump, podemos estar en desacuerdo con sus opiniones, pero lucharemos para defender su derecho a expresarlas en público. ¿Están de acuerdo? Estamos en un punto en el que la situación se ha vuelto tan crítica que, el pasado diciembre, Rumanía anuló los resultados de unas elecciones presidenciales basándose en las vagas sospechas de una agencia de inteligencia y en la enorme presión de sus vecinos continentales.
Si entendí bien, el argumento era que la desinformación rusa había infectado las elecciones rumanas. Pero les pediría a mis amigos europeos que se distanciaran: pueden pensar que está mal que Rusia compre anuncios en las redes sociales para influir en sus elecciones. Nosotros pensamos lo mismo. Incluso pueden condenarlo en la escena mundial. Pero si su democracia puede ser destruida con unos cientos de miles de dólares de publicidad digital procedente de un país extranjero, entonces no era muy sólida desde el principio.
La buena noticia es que creo que sus democracias son mucho menos frágiles de lo que muchos temen.
Y creo que, en el fondo, permitir que nuestros ciudadanos expresen su opinión los hará aún más fuertes.
Lo que, por supuesto, nos lleva de vuelta a Múnich, donde los organizadores de esta conferencia prohibieron a los legisladores que representan a los partidos populistas de izquierda y derecha participar en estas conversaciones.
Ahora bien, tampoco estamos obligados a estar de acuerdo con todo o parte de lo que dicen las personas, pero cuando las personas, cuando los líderes políticos representan a un distrito importante, al menos tenemos la responsabilidad de dialogar con ellos. Sin embargo, para muchos de nosotros, al otro lado del Atlántico, todo esto se parece cada vez más a viejos intereses bien establecidos que se esconden detrás de palabras horribles de la era soviética como desinformación y mala información, y que simplemente no les gusta la idea de que alguien con un punto de vista diferente pueda expresar una opinión distinta o, Dios no lo quiera, votar de manera diferente o, peor aún, ganar una elección.
Estamos en una conferencia sobre seguridad.
Y estoy seguro de que todos ustedes han venido aquí dispuestos a hablar de la forma exacta en que planean aumentar el gasto en defensa en los próximos años, de acuerdo con un nuevo objetivo que se han fijado. Y eso está muy bien porque, como ha dejado claro el presidente Trump, considera que nuestros amigos europeos deben desempeñar un papel más importante en el futuro de este continente.
Creemos que no entienden bien el término «reparto de la carga», y creemos que es importante, en el marco de una alianza común, que los europeos tomen el relevo mientras Estados Unidos se concentra en las regiones del mundo que están en gran peligro. Pero déjenme también preguntarles cómo van a empezar siquiera a pensar en cuestiones presupuestarias si no sabemos qué estamos defendiendo.
He tenido muchas conversaciones interesantes con muchas personas reunidas aquí en esta sala. He oído hablar mucho de lo que necesitan para defenderse, y, por supuesto, eso es importante. Pero lo que me pareció un poco menos claro, y sin duda a muchos ciudadanos europeos, es la razón exacta por la que se defienden: ¿cuál es la visión positiva que anima este pacto de seguridad compartida que todos consideramos tan importante? Pues creo profundamente que no hay seguridad si se teme a las voces, a las opiniones y a la conciencia que guían a su propio pueblo.
Europa se enfrenta a muchos desafíos, pero la crisis a la que se enfrenta actualmente este continente, la crisis a la que nos enfrentamos todos juntos, creo, es una crisis que nosotros mismos hemos provocado. Si temen a sus propios votantes, Estados Unidos no puede hacer nada por ustedes. Además, ustedes tampoco pueden hacer nada por el pueblo estadounidense que me eligió a mí y que eligió al presidente Trump. Necesitan mandatos democráticos para lograr algo que valga la pena en los próximos años. ¿No hemos aprendido nada? ¿Que los mandatos débiles producen resultados inestables? Pero se pueden lograr tantas cosas útiles con el tipo de mandato democrático que, creo, vendrá de una mayor atención a las voces de sus ciudadanos.
Si quieren beneficiarse de economías competitivas, si quieren beneficiarse de una energía asequible y de cadenas de suministro seguras, entonces necesitan mandatos para gobernar, porque deben tomar decisiones difíciles para beneficiarse de todas estas cosas. En Estados Unidos lo sabemos muy bien: no se puede obtener un mandato democrático censurando a los adversarios o encarcelándolos, ya sea el jefe de la oposición, un humilde cristiano rezando o un periodista que intenta informar sobre la actualidad.
Tampoco se puede conseguir ignorando a su electorado de base en cuestiones tan fundamentales como quién puede formar parte de nuestra sociedad común.
Y de todos los retos urgentes a los que se enfrentan los países aquí representados, creo que no hay nada más urgente que la inmigración masiva.
Hoy en día, casi una de cada cinco personas que viven en este país ha venido del extranjero. Por supuesto, es un récord histórico. Es una cifra similar, por cierto, a la de Estados Unidos, también un récord histórico. La cantidad de inmigrantes que han entrado en la Unión procedentes de países no miembros de la Unión se ha duplicado solo entre 2021 y 2022. Y, por supuesto, ha seguido aumentando desde entonces.
Y conocemos esta situación. No ha surgido de la nada. Es el resultado de una serie de decisiones conscientes tomadas por políticos de todo el continente y de otros lugares del mundo durante el período de una década. Ayer mismo vimos en esta misma ciudad los horrores que estas decisiones han generado. No puedo hablar de ello sin pensar en las terribles víctimas que vieron cómo se arruinaba un hermoso día de invierno en Múnich. Nuestros pensamientos y oraciones están y estarán siempre con ellos.
Pero, ¿por qué ha ocurrido esto? Es una historia terrible, pero que hemos escuchado con demasiada frecuencia en Europa y, por desgracia, también en Estados Unidos. Un solicitante de asilo, a menudo un joven de unos veinte años, ya conocido por la policía, se lanza con su coche contra una multitud y destruye una comunidad. ¿Cuántas veces tendremos que sufrir estos terribles reveses antes de cambiar de rumbo y dar una nueva dirección a nuestra civilización común? Ningún votante de este continente ha acudido a las urnas para abrir las compuertas a la entrada incontrolada de millones de inmigrantes.
Los ingleses votaron por el Brexit. Estén de acuerdo o no, votaron a favor. Y cada vez más, en toda Europa, la gente vota por líderes políticos que prometen poner fin a la inmigración incontrolada. Resulta que comparto muchas de estas preocupaciones, pero no tienen por qué estar de acuerdo conmigo. Simplemente creo que a la gente le preocupan su hogar, sus sueños, su seguridad y su capacidad para mantenerse a sí mismos y a sus hijos.
Y son inteligentes. Creo que es una de las cosas más importantes que he aprendido durante mi breve paso por la política.
Al contrario de lo que se oye en Davos, los ciudadanos de todos nuestros países no se consideran, por lo general, animales domesticados o engranajes intercambiables de una economía mundial. Y no es de extrañar que no quieran que sus dirigentes los zarandeen o los ignoren sin piedad. La democracia tiene la función de decidir estas grandes cuestiones en las urnas. Creo que rechazar a la gente, rechazar sus preocupaciones o, peor aún, cerrar los medios de comunicación, interrumpir las elecciones o excluir a la gente del proceso político no protege nada. De hecho, es la forma más segura de destruir la democracia. Expresarse y expresar sus opiniones no es una intromisión electoral, incluso cuando la gente expresa opiniones fuera de su propio país, e incluso cuando esas personas son muy influyentes.
Y créanme, lo digo con humor, si la democracia estadounidense puede sobrevivir a diez años de reprimendas de Greta Thunberg, ustedes pueden sobrevivir a unos meses de Elon Musk. Pero lo que ninguna democracia, ya sea alemana, estadounidense o europea, sobrevivirá es decirle a millones de votantes que sus pensamientos y preocupaciones, sus aspiraciones, sus peticiones de ayuda son inválidas o ni siquiera merecen ser tomadas en consideración. La democracia se basa en el principio sagrado de que la voz del pueblo cuenta. No hay lugar para las barreras sanitarias. O defiendes el principio o no lo haces.
El pueblo europeo tiene voz. Los líderes europeos tienen la opción.
Estoy firmemente convencido de que no debemos tener miedo del futuro. Pueden aceptar lo que su pueblo les diga, aunque sea sorprendente, aunque no estén de acuerdo. Y si lo hacen, pueden afrontar el futuro con certeza y confianza, sabiendo que la nación los apoya a todos. Y para mí, ahí radica la gran magia de la democracia. No se encuentra en esos edificios de piedra o en esos hermosos hoteles. Ni siquiera se encuentra en las grandes instituciones que hemos construido juntos como sociedad compartida.
Creer en la democracia es comprender que cada uno de nuestros ciudadanos tiene sabiduría y voz. Y si nos negamos a escuchar esa voz, incluso nuestras luchas más fructíferas no llegarán a ninguna parte. Como dijo una vez el papa Juan Pablo II, que en mi opinión es uno de los mayores defensores de la democracia en este continente y en cualquier otro, no tengan miedo. No debemos tener miedo de nuestro pueblo, incluso cuando expresa opiniones que no están de acuerdo con sus líderes. Gracias a todos. Buena suerte a todos. Que Dios los bendiga.
Tras la llamada telefónica entre Vladimir Putin y Donald Trump de este miércoles y las declaraciones de Pete Hegseth en Bruselas, cuando las negociaciones directas entre Washington y Moscú para el fin de la guerra han comenzado oficialmente dejando totalmente de lado a los europeos, J.D. Vance podría haber hablado de Ucrania. En su lugar, pronunció un discurso esencialmente identitario y político, confirmando implícitamente una línea que se está perfilando cada vez más claramente: Europa —que, sin embargo, ha gastado más para apoyar a Kiev que Estados Unidos— no tiene cabida en las discusiones sobre el futuro de Ucrania.
Durante 20 minutos, en uno de los escenarios más visibles de la diplomacia mundial y en un momento especialmente crítico, el vicepresidente de Estados Unidos optó por centrarse en lo que considera una deriva de las élites europeas: desde el caso de un ciudadano británico condenado por rezar en silencio junto a un centro de salud que practica abortos hasta el de las elecciones en Rumanía, J.D. Vance no hizo más que evocar las prioridades estratégicas de Estados Unidos. El núcleo de su intervención se centró en la defensa de los «valores comunes» que, según el vicepresidente de Estados Unidos, los propios europeos estarían pisoteando.
Una injerencia sin precedentes. Apenas unos días antes de las elecciones en Alemania, que se celebrarán el 23 de febrero, defendió en Múnich las posiciones de Elon Musk, quien, a pesar de sus funciones en el D.O.G.E. y su omnipresencia junto a Trump en la Casa Blanca, no dudó en interferir directamente en las elecciones alemanas ofreciendo una plataforma a la líder de la AfD, Alice Weidel. Según Vance, para quien «expresar opiniones no es una injerencia electoral, incluso cuando la gente expresa opiniones fuera de su propio país, e incluso cuando esas personas son muy influyentes», se trata sólo del uso de la libertad de expresión por parte de un ciudadano especialmente influyente: «Si los estadounidenses han sobrevivido a diez años de Greta Thunberg, ustedes sobrevivirán bien a unos meses de Elon Musk».
El vicepresidente de Estados Unidos fue más allá. Al afirmar que «en democracia no hay lugar para los cordones sanitarios», se refirió claramente al contexto electoral alemán y a la posibilidad de que la AfD entrara en el gobierno con la CDU, una unión de derechas que parece poco probable a nivel federal, pero que tendría consecuencias para todo el panorama político alemán si se concretara a nivel de los Länder. En X, Alice Weidel aplaudió el guiño de J. D. Vance 1.
En un discurso con acentos eminentemente identitarios, atacó a lo que, según él, es el peor enemigo de Europa —la amenaza desde dentro— y criticó como «el problema más urgente de nuestro tiempo» la migración masiva, estableciendo una relación directa entre esta y el atentado que tuvo lugar en Múnich el día anterior a su discurso. Desde el Reino Unido hasta Suecia, pasando por Escocia, Alemania y Rumanía, el vicepresidente estadounidense atacó lo que considera una deriva sistémica del continente: un supuesto retroceso de la libertad de expresión. Tomando prestados los temas de lo que el ideólogo putiniano Aleksandr Duguin llamó el «wokismo de derecha», fustigó a una élite europea considerada envejecida —retomando la imagen de una fortaleza Davos desconectada de los ciudadanos— y apoyándose en «palabras horribles de la era soviética como desinformación y mala información» , antes de llamar a los comisarios europeos Commissars.
En el Wall Street Journal de esta mañana, J. D. Vance dio un giro de 180 grados con respecto al brutal discurso de Hegseth en Bruselas que habíamos traducido en la revista, declarando, en particular, que no descartaba el envío de tropas terrestres a Ucrania si Moscú se negaba a negociar de buena fe y que estaba considerando la posibilidad de imponer «sanciones militares» contra Rusia.
Durante el discurso de Múnich, un miembro de la nueva administración expresó por primera vez la visión maximalista de la Casa Blanca de Donald Trump: un cambio de régimen destinado a la vasallización definitiva de Europa.