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Cambios sí, pero a golpe de efecto

Un sistema político fallido, desequilibrado, que prioriza la ideología sobre el bienestar común. (Foto cortesía del autor)

 Veo un reportaje periodístico sobre el mal funcionamiento de un mercado agropecuario de La Habana donde “felizmente” interviene la Fiscalía para que unos cuantos infelices terminen tras las rejas.

Ese trabajo del Sistema Informativo de la Televisión Cubana, al servicio del gobierno, se une a otros sobre el robo de combustible o la venta clandestina de materiales para la construcción de viviendas, en una oleada noticiosa oficialista sobre lo mal que van las cosas en “la base” y cómo el “nuevo” gobierno pone orden en el caos.

En la jerga del Partido Comunista de Cuba “la base” no es más que eso que otros llamarían pueblo, gente de a pie, ciudadanos comunes y corrientes pero que, en un sistema político como el cubano no solo significa aquella “masa” de mortales incapaces de generar ideas y que por tanto debe ser tratada como rebaño sino que, además, representa el origen y final de todos los males, el alfa y omega de los fracasos frente a una cúpula gobernante que se declara infalible, incuestionable e inmortal.

La estrategia informativa, extremadamente manipuladora, ha tenido más de un (des)propósito.

Por una parte, busca proyectar una imagen de Miguel Díaz-Canel que genere simpatía entre aquellos que aún creen que el robo y la corrupción institucionalizados por el tiempo y visibles en nuestro entorno más inmediato son la matriz del infierno económico cubano y no la consecuencia de un sistema político fallido, desequilibrado, que prioriza la ideología sobre el bienestar común.

Representan el origen y final de todos los males, el alfa y omega de los fracasos frente a una cúpula gobernante que se declara infalible, incuestionable e inmortal. (Foto cortesía del autor)

Por otra, desviar la atención hacia temas en apariencias problemáticos y urgentes que permitan continuar con la política de silencio total frente a otras cuestiones que ni siquiera son tratadas de modo subliminal cuando se habla de economía cubana.

Serían los casos, por citar solo tres ejemplos, de cómo y bajo qué términos se renegoció la deuda con el Club de París así como con otros acreedores; o cómo funciona y cuán transparente es el sistema de comercialización de los servicios médicos en el exterior o, para terminar de alborotar el gallinero, cuánto ocupan del presupuesto del Estado los gastos por concepto de salarios y privilegios especiales tan solo en ese grupo conformado por altos y medianos “dirigentes” políticos, cuadros profesionales del Partido Comunista, así como “personalidades” y “figuras históricas”, sin olvidar los familiares y amigos lejanos y cercanos de todo ese conjunto.

Habría incluso que colocar en una balanza al menos dos de las variables más polémicas en nuestra situación de crisis. De un lado, cuánto del dinero que se ingresa por concepto de producción de bienes y servicios se revierte en bienestar social, mientras, del otro lado, cuánto en dinero y tiempo se invierte en mantener fragmentados los grupos y partidos de oposición dentro y fuera de Cuba o en monitorearlos directa o indirectamente.

¿Cuánto en desarticular, obstaculizar, desacreditar e invisibilizar iniciativas, proyectos y ONGs no oficialistas? ¿Tanto como aquellas cantidades que se destinan a la lucha contra la corrupción y que, por los pocos avances en tales cuestiones, pareciera una suma ridícula?

Sin dudas, se trata de verdaderos misterios vedados no solo a la curiosidad “periodística” de “oficialistas” y “renegados” sino de cualquier cubano que se crea que lo asiste el derecho a recabar información sobre algo que lo afecta o que lo intriga.

Lo que está siendo servido por la prensa oficialista como acciones que darán al traste con la corrupción o el robo, no es más que sonido y furia en tanto solo ha propiciado que se arroje a los calabozos una caterva de bandidos de poca monta cuyo peor pecado ha sido estar atados en el lado más débil de la soga partida.

Hasta el momento solo se habla de sanciones contra dependientes, administradores de locales, almaceneros detenidos pero jamás de un ministro. (Foto cortesía del autor)

Hasta el momento solo se habla de sanciones contra dependientes, administradores de locales, almaceneros detenidos y algún que otro funcionario pero todos de nivel “de base” o “michi-michi”, como se dice en las calles de Cuba de quienes tienen un poder muy limitado, ridículo.

Se rumorea incluso de funcionarios de la aviación civil detenidos bajo pesquisa en relación con el reciente accidente aéreo pero nada trasciende a la prensa oficialista en cuyos medios apenas se habla del asunto ni se cuestiona el mal servicio de Cubana de Aviación, aun cuando por otra parte se les reclama, cual criminales, a los dependientes de un mercado por adulterar precios o maltratar a un cliente.

Llama la atención que, a pesar de existir a nivel institucional un mecanismo de sanción “colateral”, por la parte que les tocaría, aún no han caído ministros, viceministros ni altos funcionarios del esquema económico-político cubano.

Sabemos que lejos de existir una relación entre el desastre de “arriba” y el de “abajo”, se trata de una misma catástrofe que hoy a muchos en el gobierno les conviene fragmentar, delimitar, para salir ilesos.

Y ya no estoy hablando de aquel desastre aéreo que solo vino a revelar al mundo cuán mal estamos sino de cada una de las calamidades cotidianas que son el robo de combustible, la desatención hospitalaria, la estafa en los comercios, la contaminación ambiental o el desbordamiento de la basura en las calles, consecuencias de un gobierno que piensa más en construir un bello campo de golf que en estabilizar el suministro de agua para una población sedienta de milagros.

Sin embargo, para algunas facciones algo asustadas dentro del propio gobierno, las operaciones “anticorrupción” en breve tiempo irán ascendiendo de nivel hasta terminar en una purga que, sin demasiado revuelo televisivo y, sin llegar a proporciones como aquella de 2009 realizada por Raúl Castro, le permita a Díaz-Canel sentirse más cómodo al airear un ambiente enrarecido.

Veremos entonces si lo que la prensa oficialista quiere vendernos como “cambios” no pasará de ser simple golpe de efectos.

El peor pecado ha sido estar atados en el lado más débil de la soga partida. (Foto cortesía del autor)
Ernesto Pérez Chang

Ernesto Pérez Chang (El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela.

 Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).

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