¿Candidatos opositores en las elecciones municipales de Cuba?
La inminencia de los comicios locales en la Gran Antilla hace resaltar la inoperancia de su sistema electoral
LA HABANA, Cuba. — El titular de un trabajo periodístico colgado en 14yMedio nos brinda una información ambiciosa y sorprendente: “La oposición cubana tendrá candidatos en las elecciones municipales de noviembre”. El bajante precisa: “En su programa, D Frente pide parar la construcción de hoteles y cerrar las tiendas en MLC para priorizar la alimentación”.
El texto afirma que esos postulados son enarbolados por “un grupo de ciudadanos respaldados por el Consejo para la Transición Democrática en Cuba (CTDC) que tienen la intención de presentarse como candidatos”. Según se asegura, el nombre de estos “permanece oculto, pues en anteriores procesos electorales el Gobierno ha estigmatizado y finalmente frustrado la candidatura de opositores”.
El texto de la información precisa todo lo relativo al antes mencionado “programa”. Lo hace en los cinco puntos siguientes: 1) destinar recursos a “la alimentación, la salud, la vivienda” y la ayuda a personas vulnerables, y no a la construcción de hoteles; 2) eliminar las tiendas en MLC (moneda libremente convertible); 3) liberar a los presos políticos; 4) cesar los llamados “al odio y al combate”; y 5) respetar “las redes voluntarias de economía solidaria que de forma autónoma y permanente se están creando”.
Creo que todo lo anterior amerita que retomemos el texto del cuerpo legal que regula la materia en la Cuba de hoy. Contra lo que cabría suponer, ni siquiera los aspectos esenciales del monstruoso sistema comicial establecido hoy en Cuba aparecen regulados en la flamante Constitución de la República. El código que norma ese sistema para eludir y violar la voluntad popular es la Ley Electoral (LE), de 13 de julio de 2019.
El proceso para escoger a los delegados a las asambleas municipales se caracteriza por la existencia de varios candidatos, nominados en asambleas de electores. En ellas se formulan las distintas propuestas; aunque a veces es una sola, que es aceptada con alivio por todos los presentes que piensan en su fuero interno: “¡Qué bueno que me libré de este paquete!”.
De vez en cuando aparece un despistado o “tonto útil” proveniente de algún país realmente democrático que se deshace en elogios a ese sistema, donde las nominaciones las hacen “no los partidos políticos, sino los simples ciudadanos”. A esos engañados habría que decirles lo obvio: son enormes las diferencias entre un país libre (como el de ellos mismos) y un Estado-policía (como Cuba).
En las reuniones de electores de nuestra Patria participan no sólo los llamados “factores”; o sea, representantes de los diversos instrumentos públicos de los que se vale el régimen para mantener el control sobre sus súbditos. Me refiero a los militantes del único partido legal, el presidente del CDR (Comités de Defensa de la Revolución), la dirigente del bloque de la FMC (Federación de Mujeres Cubanas) y otros incondicionales.
A ellos se suman un par de jovenzuelos enguayaberados que son perfectamente desconocidos en el barrio. Ellos se ubican en algún lugar bien visible, con sus ojos cubiertos por calobares (¡en plena noche!) y de frente al público, al que escudriñan con cara de malos amigos. Como todo el mundo comprende, se trata de los inevitables y ubicuos agentes de la policía política del régimen de vocación totalitaria.
Todo ello para intimidar a una concurrencia esmirriada. De esta no suelen formar parte quienes se oponen de manera frontal al régimen comunista; no es habitual que estos tomen parte en las escenificaciones oficiales. Tampoco es usual que participen varios integrantes de una misma familia. En los últimos años se ha convertido en una práctica generalizada que asista un solo miembro de ella, el cual —eso sí— entrega no sólo su propia boleta de citación, sino las de todos sus familiares. De este modo ellos rezan como asistentes, aunque estén en su casa viendo el culebrón del día.
Es en ese ambiente enrarecido que se formulan (y se discuten) las distintas nominaciones. Si —como resulta usual— se propone a un hijo de vecino cualquiera, el asunto no presenta mayores dificultades. Si, por el contrario, alguno de los propuestos es una persona conocida por su posición pública contraria al régimen, las objeciones virulentas de la claque comunista no se harán esperar.
Una vez que haya quedado bien claro que quien vote por este último será un servidor del “enemigo imperialista”, un cómplice de los “agentes asalariados” que estos tienen en nuestro suelo, se llevará a cabo la votación. A mano alzada, a la vista de todos, en especial de “los factores” y de los dos jovencitos encalobarados.
En esas circunstancias parece bien poco probable que logre la nominación un opositor conocido. La única posibilidad real que veo, en ese sentido, es que se proponga a ciudadanos que “no estén señalados” en ese aspecto. ¡Pero entonces por qué habrían de votar por él los opositores vergonzantes que asistan a la asamblea de nominación de candidatos!
Si, por el contrario, se divulga la condición de cripto-opositor de un nominado, entonces lo más probable es que esa calidad llegue a ser conocida por “los factores” y los “segurosos”. Y volveríamos al mismo escenario de impugnaciones, descalificaciones y ataques virulentos al que ya me referí con anterioridad.
Claro que a las pretensiones de elegir concejales opositores pueden hacérsele otras objeciones: una es que en nuestra Cubita bella están prohibidas las campañas comiciales. Se supone que, como “únicos elementos a tomar en cuenta por los electores al emitir su voto”, se tengan en cuenta “la capacidad, los valores, los méritos y el prestigio de los candidatos” (Art. 85-e de la LE).
Además, aun si resultaran electos, sería bien poco lo que ellos podrían hacer en pro de sus votantes. En resumen: no creo que cuenten con grandes posibilidades los opositores al régimen que se aprestan a competir con este en el terreno electoral. Pero les deseo éxitos en su difícil empeño.