Capitalismo de emociones
Todo lo que es básico para la supervivencia ha sido sometido a las leyes de mercado. BRENDAN MCDERMID REUTERS
Tierra, trabajo, capital. La conversión de esos factores de producción en mercancía ha hecho avanzar al capitalismo. Las leyes de cercamiento británicas (enclosures) arrebataron las tierras comunales a los campesinos y las entregaron a los terratenientes; el capital excedente se invirtió en la industrialización; los campesinos se convirtieron en trabajadores fabriles; llegó la revolución industrial.
Cada mercantilización ha dado lugar a grandes disrupciones sociales y políticas. Desplazamientos masivos de población, desaparición de comunidades enteras, caos y desorden; también la emergencia de nuevos mundos. Es la tesis de Karl Polanyi en La gran transformación, una de las más afiladas críticas del liberalismo económico.
Dejado a sí mismo, constataba Polanyi, el capitalismo no crea una economía de mercado, sino una sociedad de mercado donde todo lo que es básico para la supervivencia se ha convertido en mercancía, puesto precio y sometido a las leyes de mercado. En esa sociedad, la política sostiene el sistema mediante leyes, policías y tribunales que aseguran la propiedad privada y el buen funcionamiento del mercado.
Por fortuna, a través del caos y los ciclos de revolución y represión, incluidos los descensos al totalitarismo, aquellas sociedades dickensianas de las leyes de pobres han terminado por encontrar un sistema político, la democracia liberal, compatible con una economía de mercado capitalista y, en ocasiones, con un Estado social.
Ese equilibrio, que tanto ha costado alcanzar, está en entredicho. El sistema económico global está mutando hacia una economía del algoritmo y los datos (big data) que supone, ya lo estamos viendo, una transformación social tan disruptiva y profunda como la propia revolución industrial.
La gran duda que tenemos es si a esa economía le sirve o le estorba la democracia liberal. Como señala Byung-Chul Han en Psicopolítica, todavía no sabemos qué forma política se corresponde con una economía basada en algoritmos. Con las redes sociales hemos liberalizado las emociones y creado un mercado de datos sobre ellas pero no tenemos ni idea de lo que va a pasar posteriormente. El capitalismo de emociones no tiene todavía un sistema político que lo sostenga. ¿Qué aspecto tendrá? @jitorreblanca