Cariño, la aldea gallega que renace con el éxodo ucraniano
Casi 90 refugiados han desembarcado en este pueblo pesquero al norte de La Coruña, en decadencia desde hace décadas. En la aldea, reconvertida en una pequeña Odesa, conviven autóctonos y recién llegados, que ya se atreven a llamarse gallegos
Por fin se acaba el día más largo del año en la aldea gallega de Cariño. Es San Juan y «hoy saltamos el fuego contra las meigas ». La afirmación sonaría de lo más normal en boca de un paisano antes de la hoguera y del olor a sardinas asadas de la noche más supersticiosa del calendario. Pero no es así. La que quiere espantar a las brujas atlánticas es Magdalina, una ucraniana nacida en Odesa que habla castellano cantando, con un acento gallego como del este.
Cariño, tan al norte de la península que pareciera querer salirse del mapa, está repleto de ucranianos que pasean por la playa, frecuentan las tabernas y no se pierden una fiesta. La nueva población se cruza y convive con 4.000 autóctonos, «gente de la mar», ya retirada, que ha visto cómo su aldea se iba muriendo y sus hijos huían a la ciudad en busca de trabajo.
A este pueblo pesquero han llegado casi 90 ucranianos, de los cuales un tercio son niños, y Magdalina, la que pronunciaba aquella frase, ha sido, en parte, la causante de su desembarco . Ella y su familia decidieron trasladarse a España y, gracias a un viaje por el norte, hace cinco años descubrieron Cariño. «Le dije a mi marido, medio en broma, que o compraba una casa en la aldea o no quería saber nada de él . Y me hizo caso». Tiempo después, un poco por casualidad, se enteró de que una empresa de programación de su país buscaba abrir mercado en la Unión Europea y, según cuenta, «les propuse que se vinieran aquí, un lugar con tanta alma y barato para empezar».
Antes de la guerra, en Cariño había asentados, además de la familia de Magdalina, otros cinco ucranianos trabajando como programadores. Tenían un local y habían comprado algunas casas en el centro del pueblo que estaban restaurando para empezar a vivir. Pero tras el 24 de febrero todo cambió .
Unos 20 refugiados trabajan en la empresa de programación, el resto, dados de alta como autónomos, se han hecho un hueco en los bares y talleres de Cariño
Las familias de los programadores que ya estaban en Galicia huyeron del conflicto y encontraron en Cariño su tierra prometida. Poco a poco, y por el boca a boca, fueron llegando más refugiados. Unos 20 trabajan en la empresa de programación, pero el resto, dados de alta como autónomos, se han hecho un hueco en los bares y tall eres del municipio coruñés.
Bernardo, un percebeiro retirado con un ancla tatuada en el bíceps, relata que hubo un tiempo en que la economía del pueblo fue boyante. «Aquí hubo hasta 50 conserveras y una de las mayores flotas del Cantábrico. Pero el bajón ha sido evidente, esto está acabado. Cuando yo era un chaval, éramos más de 800 niños, y ahora no habrá más de 200. Aquí lo que necesitamos es gente y se ve que los ucranianos quieren emprender. Podrían ser una alternativa de futuro».
A Bernardo le ha servido el café Anna, que era directora financiera en Odesa y ahora trabaja como camarera en Magi, una cafetería del centro. «Estoy aprendiendo el idioma gracias a los clientes. La gente de Cariño me ha ido enseñando nuevas palabras. Galicia se parece mucho a Ucrania en algunos aspectos, no somos tan distintos». La gastronomía gallega es, quizá, lo más exótico para esta joven. «Hay marisco por todas partes. Me gusta, pero creo que está algo soso ». Roberto, que es el dueño de la carnicería más antigua de la comarca, ha escuchado a Anna:«¿Pero cómo que soso? ¡Si ya tiene la sal de la mar!».
Interesada en poder exportar la cultura gastronómica de los pinchos a Ucrania, «algo que allí sería muy rompedor», Anna sí reconoce que le sorprendió ver requesón en el mercado: «También lo tenemos allí, no sabía que en España hubiera tanta tradición de productos lácteos. He viajado mucho y cuesta encontrarlo en otros países del mundo».
Un hogar a largo plazo
Anna, como otros muchos ucranianos que han llegado a la aldea, no se plantea volver a Ucrania cuando acabe la guerra: «Cariño se ha volcado en acogernos. Cuando llegamos no teníamos nada y Cáritas nos proporcionó todo lo necesario para vivir sin esperar nada a cambio».
«Al principio las chicas ucranianas hacían muy mal café, pero el pueblo lo consumió igual»
Los cariñeses han sacrificado incluso el placer de disfrutar de un café bien hecho por mostrar su faceta más hospitalaria. «Todo el mundo sabe que las chicas ucranianas hacen muy mal café, pero el pueblo lo consume igual», afirma, divertida, Magdalina. Pero, además de hacer café, los recién llegados también están aprendiendo a cocinar empanada, tortilla de patata y otros básicos que integran el menú de una taberna de pueblo. Lo atestigua Carmen, que es la encargada de cocina del restaurante A Cepa, en la calle principal de Cariño.
«Olga lleva dos meses siendo mi ayudante de cocina». La muchacha no sabrá más de diez palabras en castellano pero, dice Carmen, «le salen las ensaladas como a nadie». « Pasamos tanto tiempo en esta cocina que nos entendemos con la mirada, yo a veces le hablo en gallego, pero si hay que pelar patatas, me entiende igual. ‘A miña compañeira’ es muy limpia, muy organizada». Hay veces que Olga deja una tarea a medias y se queda absorta mirando su teléfono móvil.
Carmen ha ido entendiendo que es en esos momentos cuando recibe noticias de los familiares que se han quedado allí. Tiene una hija de 14 años que ha empezado el instituto en Cariño, pero su marido está luchando con el Ejército ucraniano. En un inglés tembloroso, emocionado, dice que espera que la guerra acabe y él pueda viajar a este rincón de Galicia pronto.
De la perla del mar Negro
Cariño se ha convertido en una pequeña Odesa camuflada en la comarca de Ortegal. Olga, al igual que Anna y Magdalina vivía en Odesa antes de la llegada a España. Pero no son las únicas: en torno al 80 por ciento de la población ucraniana asentada en el pueblo ha nacido en la llamada perla del mar Negro, aunque también han llegado refugiados salidos de Kiev, Leópolis o Nikolaev. Incluso hay un padre de familia nacido en Donetsk. Él mismo explica a este diario que es un «doble refugiado» : «Antes de 2014 trabajaba en el sector de la metalurgia, pero cuando comenzó el conflicto con Rusia tuve que emigrar con mi familia a Odesa, donde me dedicaba a dar clases de Filosofía en la universidad».
Viktor vive desde marzo en Cariño con su mujer, su cuñada y sus dos hijos. «Sabíamos que había un proyecto de una empresa de programación y pensamos que colaborando con ellos podríamos ser útiles tanto para España como para Ucrania. La gente del pueblo ha mostrado mucha humanidad. En los primeros días nadie nos dejaba pagar y nos saludaban como si nos conocieran de antes. Para nosotros Cariño es un trozo de paraíso ». Al preguntarle por el tiempo, dice, imbuido en la ‘galleguidad’:«Bueno… eso me es indiferente».
«Pensamos que podríamos ser útiles tanto para España como para Ucrania. Cariño es un trozo de paraíso»
La simbiosis entre las dos comunidades es tal que incluso ya se ha formado un matrimonio mixto. Ryma y Florencio se casaron hace dos años. Ella, que se defiende en castellano perfectamente, es más simpática que su marido, que tiene esa introversión amable de los gallegos.
Ryma forma parte de la remesa de ucranianos que llegó a Cariño antes de la guerra. «Vino a visitar a su amiga Magdalina y se quedó. Los que han venido después son en su mayoría informáticos, gente con ideas frescas que vive gracias a las nuevas tecnologías. Cariño no se supo adaptar a la revolución del congelado y, desde hace años, somos un pueblo decadente, anclado en el pasado, pero la modernización que están trayendo los ucranianos nos viene como anillo al dedo. Nuestra población está muy envejecida y desprecia o ignora las nuevas tecnologías», opina Florencio.
Tierra de emigrantes
Isabel, una octogenaria que llegó a Cariño desde La Coruña hace 40 años, cuenta que entonces la aldea rondaba los 8.000 vecinos. «Este ha sido siempre un pueblo de emigrantes, como toda Galicia. Tras la Guerra Civil muchos se fueron a América y, en los años de la posguerra, a otros países europeos. Mi padre, sin ir más lejos, se marchó a trabajar a Argentina, pero ahora son mis hijos los que han tenido que abandonar el pueblo para poder estudiar». Los gallegos saben bien lo que es tener morriña. « Sales a pasear y notas que hay gente nueva, se percibe un mayor movimiento en las calles. Son personas muy agradecidas, nos han dado a probar pasteles, cosas de su tierra, se les ve muy ilusionados a pesar del tremendo drama que les ha tocado vivir», afirma Isabel.
«Nosotros somos sangre nueva»
Dani, otro de los jóvenes ucranianos que trabaja en la empresa de programación, relata a ABC que «los más mayores nos han contado que ellos un día fueron inmigrantes y que ahora están sufriendo la despoblación. Nosotros somos sangre nueva. A día de hoy somos la mayor colonia de ucranianos que hay en Galicia. Ha llegado gente que tenía su propio negocio en Ucrania, empresarios o expertos en marketing que ahora trabajan en la hostelería o ayudan a hacer reparaciones en talleres. Estamos empezando, pero tenemos ilusión por seguir aprendiendo el idioma y estamos muy motivados con nuestros proyectos».
Dani confiesa que durante las primeras semanas les costó adaptarse a los horarios españoles. «Hemos atrasado la hora de levantarnos o el comienzo de la jornada laboral. Por fin hemos dejado de mirar permanentemente el reloj. Sabemos que Galicia no tiene nada que ver con otras regiones del sur de España, y también que los horarios en una aldea son distintos, pero todos coincidimos en que Cariño ya es nuestra casa y hoy celebraremos nuestra primera noche de San Juan ». No será la última.
La Galicia de los Cárpatos
Galicia ya tiene su ‘Little Odesa ’, pero Ucrania también tiene su ‘Galitzia’ , una región que actualmente está dividida entre Polonia y Ucrania y que estuvo poblada por varias tribus de origen celta y germánico, de ahí su nombre. Casualidades geográficas al margen, casi noventa ucranianos se mimetizan en un territorio, el gallego, colmado de leyendas, dioses paganos y secundarios extravagantes, en una noche, la de San Juan, a la que mitología no le falta.
Los nuevos habitantes de la aldea mantienen su patria viva en la memoria y, como ha aprendido a decir Magdalina, «hoy saltan el fuego contra las meigas», que no son otras que las de una guerra que les ha obligado a empezar de cero en Cariño. Ya se atreven a llamarse gallegos.