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Carlos A. Montaner: Los diez rasgos populistas de la Revolución cubana

Fidel Castro entrando a La Habana el 8 de enero de 1959. (Archivo)

¿Se puede calificar de populista a la Revolución cubana? Se puede y debe hacerse. Enseguida lo veremos.

En diciembre 19 del 2016 The Economist admitía que la palabra populismo significaba muchas cosas. Servía para caracterizar a Donald Trump, presidente de Estados Unidos, al comunista español Pablo Iglesias, líder de Podemos, al violento presidente filipino Rodrigo Duterte, inductor de las ejecuciones de cientos de personas acusadas de narcotráfico, o incluso a Evo Morales, presidente de Bolivia y portavoz de los cocaleros de su país, lo que lo hubiera convertido en víctima de Duterte si hubiera sido filipino.

Esas aparentes contradicciones no deben sorprendernos. El populismo no es exactamente una ideología, sino un método para alcanzar el poder y mantenerse en él.

La palabra populismo servía para casi todo. El vocablo, dotado de una sorprendente elasticidad semántica, había evolucionado notablemente desde que fue acuñado en Estados Unidos

El populismo le sirve a la derecha y a la izquierda, a ciertos conservadores y a los comunistas. Incluso, pueden recurrir a él formaciones democráticas dispuestas a ganar y perder elecciones, como sucede con el peronismo argentino o el PRI mexicano, u otras, como el chavismo venezolano, que lo utilizan para alcanzar el poder y, una vez encumbrados, se afianzan contra todo derecho en la poltrona presidencial y arman verdaderas dictaduras.

En todo caso, la palabra populismo servía para casi todo. El vocablo, dotado de una sorprendente elasticidad semántica, había evolucionado notablemente desde que fue acuñado en Estados Unidos en la última década del siglo XIX para designar a un sector rural del Partido Demócrata adversario de los más refinados republicanos, entonces calificados de elitistas alejados de la realidad del pueblo agrícola norteamericano. En esa época, como ocurría en el resto del planeta, más de la mitad de la población norteamericana obtenía su sustento de tareas relacionadas con el campo.

Pero más que sustituir esa acepción de la palabra –el rechazo a las élites– , se le fueron agregando otras características, sin que desapareciera el desprecio por los intelectuales, por las personas adineradas, los núcleos cercanos al poder, y todo aquel que se desviara del culto por el «pueblo verdadero».

De alguna manera, ese viejo rencor hincaba sus raíces en la Revolución francesa y la devoción popular por los sans-culottes, aquellos jacobinos radicales que odiaban hasta la manera de vestir de nobles y burgueses enfundados en unos ajustados bombachos de seda –los culottes– y pusieron de moda el áspero pantalón de los trabajadores.

Aunque no se llamara populismo, ésa fue la actitud de Stalin cuando recetó e impuso el «realismo socialista» –una fórmula ajena y refractaria a cualquier vanguardia– para proteger la esencia nacionalista del pueblo ruso, lo que lo llevó a calificar de estúpida la ópera Macbeth de Dmitri Shostakóvich porque estaba, decía, infestada de cosmopolitismo.

Lo verdaderamente revolucionario y de izquierda era lo que conectara con la esencia campesina y viril del pueblo ruso.

En ese sentido, en Estados Unidos eran populistas los que se burlaban de los eggheads que rodeaban al presidente John F. Kennedy. O en Camboya los matarifes empleados por Pol-Pot para asesinar o reeducar a millones de estudiantes y maestros procedentes de las ciudades.

La Revolución Cubana también tiene algo de ese salvaje primitivismo anti-establishment

Incluso, fueron populistas los patriotas maoístas que perseguían a los sospechosos de mil desviacionismos, incluidos los que utilizaban gafas para subrayar su superioridad intelectual en la China de Mao durante la Revolución Cultural. (Hasta eso, utilizar lentes, llegó a ser considerado un síntoma de decadencia durante el espasmo maoísta-populista de la Revolución Cultural china).

La Revolución Cubana también tiene algo de ese salvaje primitivismo anti-establishment. Durante décadas fue desechada la corbata burguesa y el trato respetuoso de usted. Lo revolucionario eran la guayabera o la camisa varonil, la ropa de mezclilla de los obreros, la palabra compañero o compañera para dirigirse al otro, porque se había desterrado del lenguaje y de las apariencias todo lo que pudiera calificarse de elitista.

Lo revolucionario, lo propio del «hombre nuevo», algo que los niños aprendían muy pronto en la escuela, era a ser como el Che, una persona que proclamaba como una virtud la falta de aseo.

Es decir, la Revolución prefería a los niños desaliñados, desinteresados de los signos materiales, refractario a las colonias y a los desodorantes, porque un verdadero macho no necesita de esos aditamentos feminoides. La «gente verdadera», que eran los revolucionarios, no sucumbían a esos comportamientos ultraurbanos y pequeñoburgueses de la «gente falsa».

Los diez rasgos universales del populismo

Tal vez uno de los mejores acercamientos al tema, uno de los intentos más certeros de definir de qué estamos hablando cuando mencionamos la palabra populismo, es el del profesor de Princeton Jan-Werner Müller en su breve libro What is populism, publicado en el 2016 por la University of Pennsylvania Press de Filadelfia.

En esencia, se mantiene la definición original de quienes desprecian a las élites corrompidas por la dolce vita de inspiración occidental, pero se agregan otros diez factores como:

1. El exclusivismo: sólo «nosotros» somos los auténticos representante del pueblo. Los «otros» son los enemigos del pueblo. Los «otros», por lo tanto, son unos seres marginales que no son sujetos de derecho.

2. El caudillismo: se cultiva el aprecio por un líder que es el gran intérprete de la voluntad popular. Alguien que trasciende a las instituciones y cuya palabra se convierte en el dogma sagrado de la patria (Mussolini, Perón, Fidel Castro, Juan Velasco Alvarado, Hugo Chávez).

3. El adanismo: la historia comienza con ellos. El pasado es una sucesión de fracasos, desencuentros y puras traiciones. La historia de la patria se inicia con el movimiento populista que ha llegado al poder para reivindicar a los pobres y desposeídos tras siglos de gobiernos entreguistas, unas veces vendidos a la burguesía local y otras a los imperialistas extranjeros.

4. El nacionalismo: una creencia que conduce al proteccionismo o a dos reacciones aparentemente contrarias. El aislacionismo para no mezclarnos con los impuros o el intervencionismo para esparcir nuestro sistema superior de organizarnos.

5. El estatismo: es la acción planificada del Estado y nunca el crecimiento espontáneo y libre de los empresarios lo que colmará las necesidades del pueblo amado, pero necesariamente pasivo.

6. El clientelismo: concebido para generar millones de estómagos agradecidos que le deben todo al gobernante que les da de comer y acaban por constituir su base de apoyo.

7. La centralización de todos los poderes: El caudillo controla el sistema judicial y el legislativo. La separación de poderes y el llamado check and balances son ignorados.

8. El control y manipulación de los agentes económicos, comenzando por el banco nacional o de emisión, que se vuelve una máquina de imprimir billetes al dictado de la presidencia.

9. El doble lenguaje: La semántica se transforma en un campo de batalla y las palabras adquieren una significación diferente. «Libertad» se convierte en obediencia, «lealtad» en sumisión. Patria, nación y caudillo se confunden en el mismo vocablo y se denomina «traición» cualquier discrepancia.

10. La desaparición de cualquier vestigio de «cordialidad cívica». Se utiliza un lenguaje de odio que preludia la agresión. El enemigo es siempre un gusano, un vendepatria, una persona entregada a los peores intereses.

La Revolución cubana encaja perfectamente en ese esquema.

El marxismo-leninismo admite estos rasgos populistas sin grandes contradicciones. De alguna manera, la pretensión marxista de haber descubierto las leyes que gobiernan la Historia es una perfecta coartada pseudocientífica para que afloren los síntomas.

Exclusivismo

La revolución cubana es exclusivista. «Fuera de la Revolución, nada», dijo Fidel en 1961 en su discurso Palabras a los intelectuales. Y enseguida apostrofó: «dentro de la revolución, todo». Sus líderes no tienen el menor remordimiento cuando advierten que «la universidad es sólo para los revolucionarios». O cuando cancelan y persiguen toda opción política que no sea la que ellos preconizan. O cuando alientan a las turbas a que persigan y les griten a los desafectos o a los gays que «se vayan», porque los cubanos no tienen derecho a vivir en el país si no suscriben la visión oficial definida por la Revolución o si no tienen la inclinación sexual de los «verdaderos cubanos». Todo el que no es revolucionario es «escoria». Es despreciable y, por lo tanto, extirpable.

En Cuba ni siquiera ha sido posible inscribir verdaderas ONGs extraoficiales (y la oposición lo ha tratado) porque el Gobierno ha estabulado a la sociedad en varias instituciones exclusivas – Comités de Defensa, Federación de Mujeres Cubanas, Confederación de Trabajadores Cubanos, Federación de Estudiantes, etc. –, presididas por el Partido Comunista y su ala juvenil. Ya lo dijo Fidel: «fuera de la Revolución, nada» y «a los enemigos, ni un tantico así».

Caudillismo

El caudillismo es y ha sido la seña de identidad más evidente de la Revolución cubana. Fidel Castro, desde 1959 hasta su forzado retiro en el 2006 debido a una grave enfermedad, hizo lo que le dio la gana con la sociedad cubana. A partir de ese momento, se transformó en la inspiración de su hermano Raúl, escogido por él para sucederlo en el trono, algo que oficialmente ocurrió en el 2008, pero que en realidad no culminó hasta el 25 de noviembre de 2016, cuando Fidel, finalmente, murió tras 90 años de una vida agitada.

Fidel, con la permanente complicidad de Raúl, lo hizo todo de manera inconsulta: desde cambiar el sistema económico del país introduciendo el comunismo, lo que implicó la desbandada de los empresarios y el empobrecimiento de la sociedad, hasta convertir la nación en un nuevo satélite de la URSS, sacando a los cubanos de su hábitat cultural latinoamericano. Ejerciendo su omnímoda voluntad, llevó a los cubanos a pelear en interminables guerras africanas, mientras desarrollaba decenas de «focos» revolucionarios, como el que le costó la vida al Che Guevara en Bolivia en 1967. Fidel, y luego Raúl, no sólo han sido los caudillos. Han sido los amos de una plantación de verdaderos esclavos.

Adanismo

El adanismo ha sido parte esencial del discurso de la Revolución cubana. El sustantivo proviene de Adán, el primer hombre sobre la tierra según el mito bíblico. Nunca hubo verdaderos cubanos, gallardos e independientes, hasta que triunfó la Revolución. Ahí comenzó la verdadera historia de la patria y de los patriotas.

Entre José Martí, muerto en 1895 combatiendo a los españoles, y Fidel Castro, Máximo Líder de la Revolución desde 1959, hay un total vacío histórico. Para subrayar esos nexos, Fidel Castro dio órdenes de que a su muerte lo sepultaran junto a Martí. Así se hizo en noviembre de 2016.

En ese fantástico relato adánico, la Revolución es la única heredera de los mambises independentistas que se enfrentaron a los españoles. La república fundada en 1902 no existe. Fue una pseudorepública fantasmal subordinada a los yanquis, descalificada por la Enmienda Platt que autorizaba la intervención de Washington en caso de que se interrumpiera el curso democrático. (La Enmienda Platt fue derogada en 1934, pero ese dato no obsta para que una de las frecuentes acusaciones a la oposición sea la de plattista).

Los ataques a la pseudorepública se llevaban a cabo en todos los frentes, incluido el del entretenimiento. Uno de los programas más populares de la televisión cubana se titulaba San Nicolás del Peladero, emitido semanalmente por la televisión entre los años 60 y 80 del siglo pasado. Era un pueblo imaginario de la Cuba prerrevolucionaria, gobernado por un alcalde del Partido Liberal, tramposo y deshonesto, pero los conservadores no le iban a la zaga. El propósito era caricaturizar la época y burlarse de la República. Era reforzar en el pueblo la idea de que la historia real y gloriosa del país independiente comenzó en 1959.

Nacionalismo

Fidel Castro y sus cómplices nunca se molestaron en explicar cómo se podía hacer una revolución comunista en Cuba sin renunciar al nacionalismo, pero igual sucedía en la URSS, donde se cultivaban sin tregua ni pausa las raíces de la madre patria Rusia aunque ello fuera profundamente antimarxista.

El nacionalismo, pues, proclamado con fiereza, ha sido una de las señas de identidad de la Revolución cubana, y muy especialmente desde la desaparición de la URSS. Sólo que el nacionalismo conduce inevitablemente al proteccionismo en el terreno económico, aunque en el político el régimen cubano, mientras protesta airado contra cualquier acción o crítica sobre o contra la Revolución, invariablemente calificada como «injerencista», al mismo tiempo proclama su derecho a inmiscuirse en los asuntos de cualquier país mientras repite la consigna de que «el deber de cualquier revolucionario es hacer la revolución».

Estatismo

Hay un estatismo económico, que es el más difundido, que supone, contra toda experiencia, que le corresponde al Estado crear y preservar las riquezas. Ahí se inscriben las expresiones «soberanía alimentaria», control de las «empresas estratégicas», las «nacionalizaciones» (que son, realmente, estatizaciones), o el fin de la plusvalía, como quería Marx, por medio de la transferencia al sector público de las actividades privadas.

La Cuba comunista, como nadie disputa, ha sucumbido a esos planteamientos estatistas al extremo de haber sido la sociedad más estatizada del perímetro soviético, especialmente desde que en 1967 decretó la confiscación de casi 60.000 microempresas (todas las que había) en lo que llamó la Ofensiva revolucionaria. Pero acaso eso, con ser radicalmente injusto y empobrecedor, no es lo más grave. Al fin y al cabo, el populista es casi siempre estatista, especialmente si se coloca a la izquierda del espectro político.

Lo más pernicioso es el razonamiento, fundado en la expresión «razón de Estado», acuñada por Maquiavelo, quien le llamara Arte dello Stato (Discursos sobre la primera década de Tito Livio), que comienza por admitir que a la patria se le sirve «con ignominia o con gloria», lo que lleva a los gobernantes populistas a cometer cualquier crimen o violación de la ley amparándose sin recato en el patriotismo. La revolución es un Jordán que limpia cualquier exceso.

Esa coartada, esa «razón de Estado», les sirve a los gobernantes populistas para cometer toda clase de crímenes. No dicen, como Maquiavelo, que lo primordial es proteger al Estado, sino algo muy parecido porque la idea de revolución se ha confundido, a propósito, con la de nación, caudillo, y pueblo.

En Cuba todo se justifica con proteger a la Revolución, sinónimo de Estado. Y ese todo incluye desde encarcelar a decenas de miles de ciudadanos, como el Comandante Huber Matos, hasta asesinar a Oswaldo Payá o a decenas de personas que huían a bordo de una vieja embarcación llamada 13 de marzo, en la que viajaban numerosos niños. Para ellos son gajes del oficio, peccata minuta que se redimirá en el futuro radiante que les espera a los cubanos cuando llegue el comunismo.

Clientelismo

Fidel Castro, lector de Mussolini e imitador de su discípulo Perón, sabía que lo primero que debe hacer un gobernante populista es crearse una base de apoyo popular asignando privilegios a sabiendas de que a medio plazo eso significará la ruina del conjunto de la sociedad.

En 1959 comenzó por congelar y reducir arbitrariamente el costo de los alquileres y de los teléfonos y electricidad en un 50%, al tiempo que decretaba una reforma agraria que transfería a los campesinos en usufructo (no en propiedad) una parte sustancial de las tierras.

Esto le ganó, provisionalmente, el aplauso entusiasta de millones de cubanos (que era lo que perseguía), aunque destruyó súbitamente la construcción de viviendas y paralizó las inversiones en mantenimiento y expansión, tanto de la telefonía como de las redes eléctricas y de la conducción de agua potable, lo que luego sería una catástrofe para la casi totalidad de la sociedad. (Lo de «casi» es porque la nomenklatura, acaso el 1% de la población, suele estar a salvo de estas carencias tercermundistas).

Fue entonces, a partir del primer reclutamiento clientelista, cuando en cientos de miles de viviendas los cubanos agradecidos comenzaron por colocar en sus hogares letreros que decían «Fidel, esta es tu casa», a los que luego agregaron otro más obsequioso que demostraba que le habían entregado al caudillo cualquier indicio de juicio crítico: «Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista».

En todo caso, esa primera fase sería provisional, en la medida en que se creaba el verdadero sostén de la dictadura: los servicios de inteligencia, para lo que tuvo abundante ayuda soviética. En 1965 ya la contrainteligencia controlaba totalmente a la sociedad cubana, dedicada a desfilar bovinamente en todas las manifestaciones, mientras la inteligencia se dedicaba a fomentar los focos revolucionarios en medio planeta.

El clientelismo revolucionario, por supuesto, no se consagró solamente a los cubanos. Los extranjeros útiles como caja de resonancia (Sartre, García Márquez, por ejemplo), o por los cargos que desempeñaban (el chileno Salvador Allende, el mexicano López Portillo, entre cientos de casos) eran cortejados y ensalzados en una labor de reclutamiento tan costosa como eficaz a la que le asignaban decenas de millones de dólares todos los años. A su manera, también eran estómagos o egos agradecidos.

Centralización de poderes

En Cuba no existe el menor vestigio de separación de poderes. Durante los primeros años de la Revolución el Consejo de Ministro, cuyo factótum era Fidel, se ocupaba de legislar al tiempo que despedían a los jueces independientes y nombraban a «compañeros revolucionarios» en esos cargos.

Los comunistas no creen en la separación de poderes. Los cubanos le llaman a la Asamblea Nacional del Poder Popular, el Parlamento de la nación, los niños cantores de La Habana. Se trata de un coro afinado y obsecuente que jamás ha discutido una ley o hecho una proposición crítica.

Son convocados dos veces al año por periodos muy breves para refrendar las decisiones del Ejecutivo, que hoy son, claro está, las de Raúl, como hasta su muerte fueron las del Comandante. De acuerdo con la famosa frase mexicana atribuida al líder sindical oficialista Fidel Velázquez con relación al PRI: «el que se mueve no sale en la foto».

El Poder Judicial es, igualmente, una correa de transmisión de la autoridad central. Si el pleito tiene algún componente ideológico, la sentencia se estudia y genera en la policía política. Incluso, cuando se trata de un delito común, pero el autor es un revolucionario o un desafecto connotado, esa circunstancia se toma en cuenta.

Cuando el comandante Universo Sánchez, un líder histórico de la Revolución, asesinó a un vecino por un pleito personal, la condena fue mínima, dados los antecedentes políticos del delincuente. En Cuba todos son iguales ante la ley … menos los héroes revolucionarios o los opositores.

Control económico

En Cuba no hay el menor factor económico aislado de las órdenes de la cúpula dirigente. Como no existe el mercado, el Gobierno decide el salario y el precio de las cosas y servicios. Y como el Banco Central o Nacional es un apéndice del Ministerio de Economía, sin la menor independencia, ahí se fija arbitrariamente el valor de la moneda, el monto de los intereses o la cantidad de papel moneda que se imprime.

Por otra parte, las empresas extranjeras que operan en el país, siempre asociadas al Gobierno, tienen que reclutar a sus trabajadores por medio de una entidad oficial que les cobra en dólares, pero paga los salarios en pesos, confiscando a los trabajadores hasta el 95% de lo que obtienen.

Asimismo, el país posee dos monedas: el CUC y el peso corriente y moliente. El peso convertible o CUC, equivalente al dólar americano, es canjeado a 24 pesos por CUC, lo que quiere decir que los trabajadores cubanos perciben un salario promedio mensual de 20 dólares, el más bajo de América Latina, Haití incluido. A esto se agrega un elemento terrible: el 90% de los bienes o servicios que los cubanos aprecian sólo se pueden adquirir en CUC.

Doble lenguaje

La utilización del doble lenguaje está en la raíz misma de la Revolución. Eso quiere decir que la palabra justicia en una sociedad como la cubana quiere decir el derecho del «pueblo combatiente» a aplastar como si fuera una alimaña a cualquier compatriota que se atreva a criticar a la Revolución.

Quiere decir recurrir a los eufemismos más descarados. La «libreta de racionamiento» pasará a llamarse «libreta de abastecimientos». Los campesinos enfrentados al régimen serán denominados «bandidos». Durante el prolongado periodo de falta de combustible que detuvo a los pocos tractores y obligó al Gobierno a volver a la carreta tirada por bueyes se calificó como «el regreso a las gloriosas tradiciones agrícolas».

Pero ese doble lenguaje a veces se convierte en mentiras puras y duras, como las que se vierten en las estadísticas oficiales para tratar de maquillar el desastre económico introducido por el castrismo.

Fin de cualquier signo de «cordialidad cívica»

El concepto de «cordialidad cívica» es consustancial a la democracia. Consiste en respetar a quien tiene ideas diferentes a las nuestras. En Cuba la noción de cordialidad cívica es tabú.

En un régimen como el cubano no existe (ni puede existir) una oposición respetable. Y no la hay para poder negarle el derecho a utilizar cualquier tribuna o para evitar cualquier forma de negociación con la oposición. ¿Cómo tratar con personas tan singularmente malvadas? Ése es el propósito de desacreditarlas.

Todos los disidentes son vendepatrias y gusanos al servicio del imperialismo yanqui. Cualquier grupo de personas que desee agruparse para defender una idea diferente a las que el gobierno preconiza oficialmente, inmediatamente es vilipendiado y ofendido.

En Cuba, además, la ofensa personal es parte del primer círculo represivo. La mayor parte de las personas rehuye el enfrentamiento verbal, y mucho más si éste constituye el preludio a la agresión, como suele suceder antes de los actos de repudio, verdaderos pogromos organizados por la policía política contra los opositores.

Colofón

Reitero lo dicho. No puede haber la menor duda. La dictadura cubana encaja perfectamente en el molde del populismo de izquierda. Basta repasar esas diez categorías. Lo comunista no quita lo populista.

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Nota de la Redacción: Este texto es parte del libro colectivo El Estallido del Populismo, que se presentó el pasado martes en la Casa de América, en Madrid. Los coautores son, entre otros, Álvaro Vargas Llosa, Yoani Sánchez, Mauricio Rojas, Roberto Ampuero y Cayetana Álvarez de Toledo.

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