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Carlos Granés: El chavismo ya murió

Los venezolanos ya no están divididos y saben a lo que se enfrentan, conocen al verdugo

Derribar la estatua de Chávez | Rialta

 

Después de traicionar el proceso electoral con el que pretendía oxigenar los establos de su régimen, Nicolás Maduro ha demostrado que la evidencia del fraude le es indiferente y que está dispuesto a huir hacia delante. Mientras el Centro Carter certifica que las elecciones no se adecuaron a los «parámetros y estándares internacionales de integridad electoral», mientras las líneas diplomáticas de todo el continente arden tratando de buscar una salida, una negociación, una forma de presionar a Maduro, mientras los Estados Unidos reconocen como ganador de los comicios a Edmundo González, los altos mandos del régimen doblan la apuesta y se aferran al poder atacando. En las calles ya ha caído una veintena de manifestantes y cerca de mil están tras las rejas, algunos con cargos de terrorismo. La libertad de María Corina Machado y Edmundo González peligra, pues el presidente de la Asamblea Nacional, el hermano de la truculenta Delcy, Jorge Rodríguez, ha ordenado su arresto. No hay un solo guiño por parte del régimen que permita prever un final pacífico y democrático. Hasta en la OEA se alinearon las filias autoritarias para darle un pequeño balón de oxígeno regional a Maduro. Si nos atenemos a la experiencia reciente de Nicaragua, si entendemos que quienes controlan Venezuela no son políticos de izquierdas sino un cónclave criminal que mata, roba y extorsiona con la desfachatez que da el control de las armas y la complicidad de personajes como Zapatero, papel higiénico del régimen, parecería claro que Maduro tiene el viento a su favor.

Su ventaja radica en que no sabemos cómo acabar con los autoritarismos contemporáneos. La última dictadura latinoamericana que cayó fue la de Fujimori, hace veinticuatro años, y antes de esa, en 1990, la de Pinochet. En el siglo XXI, el siglo de la mentira y el cinismo, ni la evidencia de la corrupción, que fue lo que tumbó al peruano, ni la pérdida del apoyo de la población, que fue lo que tumbó al chileno, afectan a los tiranos. No se van, esa es su consigna y a partir de ella improvisan. Queman sus naves, se aíslan, pierden toda credibilidad financiera, deshumanizan a su población y no les importa. Tienen su faro de miseria, Cuba, y con eso se contentan. Aún así, no todo está perdido. Venezuela no lo tiene fácil, esa es la verdad, pero hay algo que quiebra esa ecuación en beneficio de los opositores. Aunque está en el gobierno, el chavismo ya murió. Ese gran propósito de Maduro que fue adoctrinar a la sociedad para que bajo la efigie de Chávez caminara hacia el socialismo fracasó por completo. Ya no hay mística ni fervor en el oficialismo, y ni siquiera las efigies de Chávez siguen en pie. Esos sentimientos están ahora en la oposición. Los venezolanos ya no están divididos y saben a lo que se enfrentan, conocen al verdugo. Necesitan todo el apoyo internacional que puedan recabar y mantenerse activos, en la calle, protestando. Ante el cinismo, no parece haber otra manera de acabar con una dictadura hoy.

 

 

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