Carlos Granés: El fraudulento triunfo de Maduro
Este montaje puede persuadir a los más fieles, pero no al grueso de la población venezolana
El canto de victoria de Nicolás Maduro en las elecciones no ha tomado por sorpresa a nadie, y menos a María Corina Machado, que lleva varios meses padeciendo agresiones y arbitrariedades por parte del régimen. Era lo esperado. La estela de crímenes y desfalcos que deja Maduro a su paso lo comprometen demasiado, y sabe que su único refugio, el único lugar donde puede sentirse a salvo, es el Palacio de Miraflores. La magnitud del desastre es grotesco. Las cifras de Amnistía Internacional hablan de un éxodo de 7.7 millones de venezolanos, 15.700 detenciones arbitrarias desde 2014, varios centenares de presuntas ejecuciones extrajudiciales y 9.000 personas con restricción de su libertad, a lo que debe sumarse una profunda crisis en los sistemas salud y educación y unos niveles de corrupción siderales. Un dictador con ese prontuario no tiene ningún incentivo para salir del poder, eso lo sabía todo el mundo desde el principio.
El régimen se había encargado, por eso mismo, de preparar el terreno para hacer lo que finalmente hizo: festejar un triunfo sin enseñar antes las actas que lo certifican. Había enviando al fiscal general, Tarek William Saab, a amenazar con persecuciones legales a quien cuestionara los resultados del Colegio Nacional Electoral, un organismo totalmente controlado por la dictadura; había filtrado resultados de encuestas fantasmas que daban por vencedor a Maduro; había llamado al Ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, a decir que el ejército respaldaría unos resultados, fueran los que fueran, aunque ya se sabía que favorecerían al oficialismo. Todo estaba orquestado y todo esto lo podía imaginar la oposición, que en ningún momento pecó de ingenua.
El problema para Maduro es que este relato y este montaje pueden persuadir a sus más fieles, pero no al grueso de la población venezolana ni a la opinión pública internacional. Ya nadie compra el discurso bolivariano. La patria, supuestamente recuperada por Chávez, se la robó Maduro, y la última esperanza de regeneración es el movimiento que logró crear María Corina. Ella consiguió sanar el tejido social que desgarró el discurso bolivariano con su lógica del amigo-enemigo. Venezuela, curiosamente, está más unida que nunca, y lo que la cohesiona es el hartazgo con el gobierno de Maduro. Por eso es poco probable que la gente se resigne, regale su voto y se devuelva a casa. En estos días es muy probable que veamos la reacción de los votantes defraudados, y sólo entonces, con la presión de la calle, sabremos qué tan cohesionado está el régimen.
El mundo entero estará mirando. Lo hará Boric, que ya puso en duda el triunfo de Maduro, demostrando que es el rostro de la izquierda democrática en América Latina. Y seguramente lo hará Lula, y Petro, y Estados Unidos, y hasta Sánchez; todos tendrán que pronunciarse, y dado el desprestigio global de Maduro, es poco probable que se la jueguen por su fraudulento triunfo. De manera que esto no ha acabado. Maduro despreció y subestimó a los venezolanos, a los que nunca creyó capaces de reaccionar a su matonismo, y al menos esa parte del plan le salió mal. Venezuela se levantó pacífica y democráticamente en su contra. Él lo sabe, el mundo lo sabe, y ese triunfo no se lo podrán robar a la oposición. El otro, el de las urnas, se peleará hasta el final.