Carlos Granés: Milei, el conductor
La moralización extrema de la política acaba en un maniqueísmo acrítico, enemigo de la pluralidad
¿Aqué vino Milei a Madrid? No a estrechar lazos bilaterales con España, desde luego, y seguramente tampoco a levantar inversiones para su país, por mucho que se hubiera reunido con empresarios. Vino a promocionarse a sí mismo, como hacen los ‘youtubers’ e ‘influencers’, y a lanzar una cruzada moral llamada a separar a los buenos de los malos. Aunque Milei salpica sus discursos con tecnicismos económicos, cada vez que se dirige a una audiencia acaba hablando de vicios y virtudes, de problemas morales, de los enemigos de la humanidad. Más que de tecnócrata o de político liberal, Milei tiene alma de iluminado. Cree ser un salvador, un purificador de la vida pública, un conductor que llevará a su patria a la tierra prometida, como si se tratara de un Moisés argentino.
El mal, lo grita Milei a los cuatro vientos, es el socialismo. O más coloquialmente, los «zurdos», una categoría amplia en la que cabe todo lo que no le gusta, desde los keynesianos a los estalinistas, desde Felipe González a Fidel Castro. A todos ellos les adjudica las mismas inclinaciones perversas: el resentimiento, el odio, la envidia, el favoritismo ante la ley, la tendencia a imponer sus planes mediante el asesinato; a todos ellos los ubica en la orilla del satanismo, la oscuridad, el cáncer. Las metáforas que usa lo delatan. Milei es un cruzado en una guerra santa entre el bien y el mal. Una guerra que además es transfronteriza, cósmica, porque los enemigos están en todos lados, adentro y afuera de la Argentina.
La moralización extrema de la política acaba en un maniqueísmo acrítico, ciego a los matices, enemigo de la pluralidad, que confunde la gestión de gobierno con una batalla cultural llamada a conquistar las almas de los ciudadanos. Milei es un ejemplo paradigmático de los presidentes que no gobiernan para el conjunto de la sociedad, sólo para la facción que lo sigue fielmente. Está en guerra permanente con quienes piensan distinto, y si en esa batalla se cruza con hispanófilos antisajones, nativistas putinianos, proteccionistas antieuropeos y nacionalistas iliberales, bienvenidos, todos ellos resultan estar en el lado correcto de la historia.
Milei ha hecho un buen diagnóstico de la realidad económica de la Argentina, pero para él no es suficiente con solucionar la inflación o controlar el gasto público. Además de eso tiene que demostrar la perversidad de los que hicieron descender a su país del puesto 1 al 140 entre las potencias del mundo. No tiene en cuenta que quienes incurrieron en ese error pensaban exactamente igual que él. Como ellos, que llamaban enemigos de la patria a sus opositores, a Milei no hay manera de criticarlo o de hacerle oposición, cosa legítima en toda democracia, sin acabar convertido en un «zurdo de mierda» o en algo peor. A eso se le llama populismo. En el caso argentino, peronismo. Milei vino a Madrid a reclamar ese sitio, ese título. Vino a demostrar que es la nueva estrella del populismo de derecha en el hemisferio occidental.