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Carlos Granés: Rafael Cadenas, la lucidez del error

«Al poeta lo persiguió la sensación de ridículo y absurdo. Forzado a enfrentarla, buscó su reflejo deforme en el espejo del lenguaje»

El premio Cervantes que recibió este lunes el poeta venezolano Rafael Cadenas hace una gran justicia. Y no sólo por el talento literario del concernido, sino porque el tema, o la obsesión, o el padecimiento de Cadenas ha sido el mismo que el de don Quijote. Personaje y poeta han compartido la misma condena, la misma dicha: una profunda desadaptación con la realidad. El primero conjuró el desatino con la alucinación gozosa; el segundo, zambulléndose en sus «espectros enfermizos», examinando una a una sus miserias. Idealista y brioso, don Quijote no fue consciente de su mal. A Cadenas, en cambio, lo persiguió la sensación de ridículo y absurdo. Forzado a enfrentarla, buscó su reflejo deforme en el espejo del lenguaje. Falsas maniobras, las llamó.

En sus poemas, sobre todo en los que escribió en los cincuenta y sesenta, Cadenas se puso en evidencia. Perdido en el mundo, rodeado de «imaginaciones sin sentido», confesó lo inútil que era su cruzada vital. Si don Quijote se sintió siempre victorioso, en Cadenas asomaron dos palabras con enorme significado y recurrencia: derrota y fracaso. Su poema más famoso, titulado con la primera, fue un lamento por todas sus incompetencias. Se recriminaba en él por su falta de peso existencial, por la facilidad con la que había sido arrastrado, como una pluma en la ciudad, por el aliento de los otros. Ni para guerrillero había servido, y esa era mucha incompetencia.

Después de examinar sus defectos y carencias, Cadenas tuvo sin embargo una epifanía. Como Don Quijote, que en su lecho de muerte reconoce su locura, lo absurdo de su gesta, en Fracaso el poeta se da cuenta de la lucidez que otorga el infortunio. Creyéndose maldecido, en realidad descubrió la verdadera dimensión de su vida. Se liberó de hinchazones, descubrió su horma, sus armas necesarias; descubrió que el fracaso sólo es un invento de soberbios delirantes, de Don Quijotes que no dan risa sino miedo. Y por ese camino no llegó al ridículo sino a la libertad. A buscar un puñado de palabras que hicieran más vivo el vivir, que es finalmente de lo que se trata todo.

 

 

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