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Carlos Malamud: No agitarás el fantasma castro chavista en vano

Sería conveniente que aquellos interesados en agitar el castro chavismo dejaran de hacerlo. Por pura salud democrática

Remedando al Manifiesto Comunista, se dice que el fantasma castro chavista recorre Colombia. Es un fantasma difícil de materializar e imposible de definir. Para muchos espíritus racionales el castro chavismo, más que un fantasma, es un temor atávico propio de individuos y sociedades en el que prima lo emocional sobre lo racional.

Los dos mil 200 kilómetros de frontera colombo-venezolana aumentan la sensación de peligro, como los numerosos refugiados venezolanos que la cruzan a diario. Pero la amenaza chavista no es nueva. En marzo de 2008, cuando Álvaro Uribe bombardeó un campamento de las FARC, donde murió su número 2, Raúl Reyes, Chávez se mostró amenazador: Señor ministro de Defensa, muévame 10 batallones hacia la frontera con Colombia, de inmediato, batallones de tanques. La aviación militar que se despliegue.

Mientras avanzaba el proceso de paz, crecieron las alertas sobre el peligro de que Colombia fuera Cuba (país mediador en las negociaciones de La Habana) o Venezuela (Chávez protegía a las FARC) y se identificó al presidente Santos con un aliado de Castro o un irresponsable que rendía su país al mayor grupo terrorista latinoamericano. A comienzos de los años 70, la ultraderechista Tradición, Familia y Propiedad inició una dura campaña contra el presidente Frei, presentándolo como el Kerensky chileno, por entregar su patria al comunista Allende. Argumentos similares, con Santos como protagonista, fueron frecuentes en la política colombiana.

Parte del exilio venezolano agitó este fantasma durante el plebiscito sobre los acuerdos de paz. Desde su perspectiva, el peligro de que se repitiera en su tierra de asilo, la pesadilla vivida en su propio país era real. El argumento sirvió a quienes rechazaban el diálogo habanero, comenzando por Uribe.

Por más que la presencia de la FARC en la vida política algún día permita el triunfo de sus candidatos, ello no lleva al desplome de la democracia. El castro chavismo supone la implosión del sistema democrático y su reemplazo por un caudillo autoritario. De momento, el temor a un triunfo de la FARC es exagerado. La intención de voto de su candidato Rodrigo Londoño, Timochenko, es del 2. 1 por ciento y su imagen favorable del 6 por ciento.

La FARC podrá aliarse a otras fuerzas de izquierda, pero con tales apoyos su capacidad de imponer programas y candidatos es mínima. Si bien es posible argumentar que posee abundante dinero no blanqueado, eso no basta para destruir un sistema político consolidado. Sorprende que muchos colombianos, tan orgullosos de su democracia y sus instituciones, se preocupen por un temor infundado. En los años 60 y 70 del siglo XX, en pleno apogeo de las dictaduras militares, Colombia escapó a la tentación autoritaria pese a la amenaza guerrillera.

Frente a este fantasma, Colombia tiene sólidos argumentos para defenderse, comenzando por su fortaleza institucional. La bonanza de las materias primas, necesaria para aceitar al populismo radical, ha concluido. De todos modos, la sociedad civil colombiana cuenta con las herramientas para enfrentar semejante peligro. Sería conveniente que aquellos interesados en agitar el castro chavismo dejaran de hacerlo. Por pura salud democrática.

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