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Carlos Malamud: Mauricio Macri, entre el año que pasó y el año que le espera

Fotografía de Victor R. Caivano para AP

Fotografía de Victor R. Caivano para AP

[Infolatam].- Mauricio Macri ha cumplido su primer año como presidente argentino. Con este motivo encontramos numerosos balances sobre su gestión, sobre todo lo que hizo, dejó de hacer o no pudo hacer, en definitiva, sobre sus aciertos y sus errores. Estos análisis fueron acompañados de ciertas previsiones centradas en el carácter electoral de 2017 (en octubre hay elecciones parlamentarias) y en la posibilidad de que finalmente se concrete la anhelada recuperación económica.

En Argentina mencionan la “grieta” para aludir a la fractura política y social heredada del gobierno anterior. La misma grieta se observa en las evaluaciones mencionadas. Por un lado, el optimismo del presidente que por su gestión se consideró merecedor de un 8 sobre 10. Por el otro, los ataques kirchneristas como los de La Cámpora y otras agrupaciones afines. Cristina Fernández, en un acto en São Paulo junto a Dilma Rousseff, descalificó la gestión de su sucesor:

“Hace… un año terminaba nuestro gobierno. Ese 9 de diciembre la Argentina registraba un índice del 5,9% de desocupación, el más bajo de las últimas décadas”, ahora ya trepó a “casi dos dígitos,  el neoliberalismo necesita desocupación de dos dígitos para que la gente no pelee”.

Que el kirchnerismo y sus portavoces hagan una crítica frontal, generalmente con medias verdades o empleando sus estadísticas trucadas, como Fernández, no sorprende. Más preocupante es la crítica irresponsable de algunas figuras respetadas, como Roberto Lavagna, el primer ministro de Economía de Néstor Kirchner y hoy referente económico de Sergio Massa. Recientemente Lavagna atacó duramente al gobierno al comparar sus políticas económicas con las de la dictadura militar y el menemismo. Al relacionar a Macri con Videla, su postura se aproxima al kirchnerismo. Casualmente, o no, pocos días después se produjo la convergencia parlamentaria de kirchneristas y massistas en la derrota gubernamental por la reforma del impuesto a las ganancias.

En el medio está la sociedad argentina con una postura más equilibrada. Según el periódico kirchnerista Página 12 el porcentaje de aprobación de Macri es del 45%, con una merma de 13 puntos respecto a 2015. Por su parte, el oficialista La Nación, citando una encuesta de Poliarquía, le otorga al presidente una popularidad del 55% (71% cuando llegó al poder). En cualquier caso, las cifras son importantes, especialmente al compararlas con los países vecinos de América Latina.

Para evaluar el desempeño de Macri hay que tener en cuenta su condición de presidente no peronista, todo un reto en la Argentina posterior a 1955. Desde entonces sólo Carlos Menem, Kirchner y Fernández pudieron terminar sus mandatos (el primero y la última en dos oportunidades). No lo hicieron los radicales Arturo Frondizi, Arturo Illía, Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. Macri tampoco es radical, pese a gobernar en una coalición en la cuál el radicalismo juega un papel importante.

Entonces, ¿cómo adscribir políticamente a Macri? ¿Es el peligroso neoliberal dispuesto a arrasar con todas las conquistas sociales existentes en el país, como apunta su predecesora? En realidad, es un político pragmático que pese a algunos errores en su gestión está sorprendiendo a propios y extraños por su capacidad de relacionarse con y enfrentar al peronismo. Si bien la pasada semana le regaló a la oposición una innecesaria victoria parlamentaria, su capacidad de lidiar con las tres corrientes en que está estructurado el peronismo (el kirchnerismo, el massismo y el peronismo auténtico), le ha permitido de momento mantener la unidad de sus filas y garantizarse una importante cuota de apoyo popular.

Tampoco deben olvidarse las expectativas existentes hace un año atrás. El kirchnerismo apostó buena parte de su capital político al naufragio económico del gobierno, que de haberse producido habría provocado el desborde popular y una rápida salida del poder. Si bien Macri debe lidiar con una alta inflación (2016 cerrará con una tasa cercana al 40%), el retroceso del PIB (en torno al 2%, aunque se espera un dato positivo del 3,2% en 2017) y un aumento de la pobreza (creció un 2% este año), su gestión económica ha tenido importantes logros. Entre ellos la negociación con los hold outs, la salida del cepo cambiario, la reducción de algunos subsidios superfluos, el ajuste tarifario (pese a ciertas dificultades) y la normalización de las estadísticas oficiales.

Políticamente se ha beneficiado de la rápida fragmentación del kirchnerismo, de la división peronista, de los apuros judiciales de Fernández y de la lucha contra la corrupción. Hasta ahora había sorteado con eficacia su minoría parlamentaria, negociando con los distintos bloques opositores y buscando consensos con los actores políticos, sociales y económicos. En las últimas semanas se ha multiplicado la protesta social impulsada con fines desestabilizadores por el kirchnerismo y algunos grupos trotskistas.

Pese a los temores y a las previsiones más aciagas el gobierno ha llegado bastante indemne al término de su primer año, lo que le permite afrontar con ciertas garantías las próximas elecciones aunque la incertidumbre sigue siendo grande. El desempeño económico será una de las claves a considerar para medir el resultado del oficialismo el año próximo. Pero no es el único factor. Hay otros importantes, como que el presidente y la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, la más importante del país, pertenecen a la misma coalición. De otro modo, el volumen de las protestas movilizada por caudillos locales y provinciales del peronismo, sería atronador y, probablemente, imparable.

Macri debe terminar su mandato. Sería importante para el futuro argentino que un presidente no peronista cumpla sus cuatro años en el cargo. La salud de la democracia así lo requiere. De ahí la imprudencia de algunos sectores opositores considerados serios al coquetear con la coyuntura para obtener réditos electorales inmediatos, aún a costa de comprometer la estabilidad nacional. Se dice que el poder galvaniza al peronismo con independencia de su origen. Por eso habrá que ver cómo se posicionan unos y otros de cara al próximo octubre.

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