Carmen Beatriz Fernández: La rebelión de las masas 2.0
Corren tiempos complicados. “No exageres, tendrías que haber visto los míos”, hubiera dicho mi abuelita. Y tendría razón. Cada época entraña sus dificultades y hay muchas que han sido muy duras. Corren tiempos complicados y vertiginosos, entonces. “De gorja son y rapidez los tiempos” dice un verso del poeta José Martí que describe con precisión esa sensación tan frecuente en el hombre urbano. Pero Martí murió hace ciento cincuenta años y ya entonces se sentía abrumado por el vertiginoso carácter de su tiempo, así que tampoco pareciera esto gran novedad. “El atributo más esencial de la existencia es la perentoriedad: la vida es siempre urgente. La vida nos es disparada a quemarropa” decía Ortega y Gasset hace casi cien años, en una reflexión que escribiera poco antes de su famosa obra La rebelión de las masas.
Más bien digamos entonces que corren tiempos complicados, vertiginosos y poco predecibles, en los que lo que consideramos verdad es puesto en duda. Y esto sí que pareciera una novedad.
La reciente elección presidencial norteamericana puso muy de moda a la post-truth, y velozmente la hemos traducido. Apenas diez días después de la elección recibí un correo electrónico de la Fundación para la Lengua del BBVA, asesorada por la Real Academia de la Lengua Española y mucho más rápida que ésta para adaptarse a los cambios de la lengua, diciendo que era preferible referirse a ella como posverdad, en lugar de post-verdad. Y que contrafactual era un término que podía perfectamente usarse como sinónimo del neologismo. En la elección presidencial 2016 el equipo de Trump supo hacerse de la mayoría de la forma un tanto sui géneris que permite el sistema electoral norteamericano y se hizo además dueña del nuevo concepto.
También a pocos días de haber ocurrido la elección de marras, salió a la luz pública un estudio de Craig Silverman que dio mucho que hablar en los análisis de la elección del siglo. Tras analizar las historias políticas publicadas en Facebook en los últimos tres meses de campaña, el análisis encontró que las historias falsas tuvieron mucho mayor impacto relativo que las historias reales de importantísimos canales noticiosos como el The New York Times, el Washington Post, el Huffington Post la NBC News y otros varios.
La exitosa tendencia de los bulos del mundo digital no es nueva, montones de noticias falsas se expanden a diario, más viralmente cuanto más bizarras y escandalosas sean. La novedad que sugirió el estudio en cuestión, y que hizo saltar las alarmas del orbe, es que hubo quien sacó provecho de ello para diseñar una estrategia político-electoral de clara direccionalidad.
Como venezolanos el concepto no nos es ajeno. La posverdad puede ser un neologismo, pero los esfuerzos por construir realidades paralelas no. Lo ocurrido en Venezuela durante los últimos 18 años ha sido un preludio de lo que viene ahora viéndose de manera mucho más globalizada. Chávez fue un mago de las emociones a partir de un verbo poderoso, y ese verbo se apalancaba sobre muchas medias verdades (y una que otra flagrante mentira que exigía creer a sus acólitos). La mezcla resultaba un potente moldeador de la opinión pública, en la que los hechos objetivos tenían mucha menor influencia que las apelaciones a las emociones y a las convicciones personales. Como reflejo de Chávez y su discurso, en Venezuela los medios de comunicación discurren realidades paralelas desde hace mucho tiempo. El muy poderoso sistema nacional de medios públicos está concebido como una herramienta de propaganda ideológica, en la que las funciones informativas de “la verdad” están muy disminuidas.
Las implicaciones de estos hechos han preocupado tanto a Facebook como a Google y vienen intentando tomar medidas que protejan las verdades. La recién estrenada iniciativa CrossCheck es uno de estos esfuerzos, especialmente pensada para impedir la proliferación de noticias falsas en la elección francesa de este año 2017. Mientras tanto la hora de la posverdad pareciera haber llegado para quedarse.
Decía Ortega y Gasset que “el hombre no puede vivir sin reaccionar ante el aspecto primerizo de su contorno o mundo, forjándose una interpretación intelectual de él y de su posible conducta en él”. Es ésta la cualidad humana que impulsa la búsqueda de la verdad. Sin embargo parte del problema puede estar cuando, en respuesta al vértigo de los tiempos, ese hombre se forja su interpretación intelectual a la profundidad que le ofrecen los 140 caracteres de Twitter.
Para Ortega la sociedad era una unidad dinámica de dos factores: minorías y masas. En el caso de la elección 2016 las “masas” estarían representadas por los republicanos, mientras que el factor minoritario, en este caso, sería el del Partido Demócrata. Una estrategia conocida del Partido Demócrata ha sido el esfuerzo por construir una mayoría a partir de la sumatoria de las distintas minorías. Esto fue muy evidente desde la segunda elección ganada por Clinton en el año 1996. Seis segmentos básicos exhiben con orgullo los demócratas: mujeres, negros, ecologistas, solteros, latinos y gays. Son seis segmentos que confrontan al WASP prototípico, pero cuya sumatoria consigue la construcción de una mayoría alternativa.
El talento del partido demócrata estuvo, precisamente, en hacer sentir a quienes no son parte de las “masas” que podían integrarse con otras minorías para hacer acopio de fuerzas políticas en una sumatoria que terminase construyendo la mayoría política ambicionada. Con el paso del tiempo, y con los avances tecnológicos fue rindiendo cada vez mejores frutos esta segmentación demócrata, hasta llevarla a la micro-segmentación facilitada en el análisis de los grandes datos y el buen manejo de las redes sociales del que fue pionero Obama en el año 2008.
“Masa es todo aquel que se siente “como todo el mundo”, describe Ortega en La Rebelión de las Masas, como si estuviera describiendo en la Norteamérica de 2017 a esas masas que lograron la victoria electoral de Trump. “Ser diferente es indecente. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado. Y claro está que ese todo-el-mundo no es “todo el mundo”.
La cultura política es parte inseparable de la sociedad. Jo Freeman llama a esta construcción de identidad política dual, la estrategia “del centro a la periferia”, para los republicanos, y de forma complementaria: “de la periferia al centro”, para los demócratas.
Esas masas que en USA ganaron la elección 2016 se concentran en las áreas geográficas menos urbanas, en el “hinterland” de los Estados Unidos, que contrasta con la diversidad que caracteriza a las ciudades y, en general se opone a los valores urbanos. Esas masas victoriosas de USA se asemejan también a las que ganaron el Brexit en Gran Bretaña y a las que ganaron el NO en el referéndum colombiano por la paz. Son esas masas, de naturaleza escéptica, las que en 2016 se rebelaron contra los medios de comunicación, contra las campañas bonitas, contra los artistas, contra los intelectuales y contra los “expertos”. Se rebelaron contra las élites.
Nunca hubo en la estructura de medios de comunicación de los Estados Unidos tal nivel de consenso en cuanto a la conveniencia de que ganara uno u otro candidato. Un análisis publicado por The Economist durante la semana previa a la elección señalaba con claridad el fenómeno. Los periódicos norteamericanos, incluso aquellos con consejos editoriales republicanos, abandonaron a Donald Trump en el año electoral. Los endosos de los periódicos usualmente favorecen al partido fuera del poder, pero esta vez, a pesar de ocho años de gobierno Democrático, los consejos de redacción temerosos de una presidencia de Trump apoyaron abrumadoramente a Hillary Clinton. Otro tanto puede quizás decirse del Brexit y del referéndum colombiano. Las voces de los medios de comunicación del mundo parecían orquestadas en torno a la conveniencia de una victoria de Clinton, de que británicos siguieran en la Unión Europea y de que los colombianos dieran un sí a la paz.
Una reciente encuesta global llevada a cabo luego de la elección norteamericana por IPSOS indagaba en varios de los aspectos que hicieron posible el triunfo de Trump. Una pregunta especialmente llamativa explora sobre qué tanto el encuestado está de acuerdo con la aseveración “los expertos de este país no entienden a la gente como yo”.
Aunque varía para cada caso, el grado de acuerdo al respecto es, en varios países, casi un consenso social. Un 64% de los norteamericanos está de acuerdo con la afirmación, pero no están solos: 74% de los españoles, 73% de los franceses y 72% de los mexicanos desconfían de los “expertos”.
Parte de la lógica que explica este comportamiento electoral está en el argumento del elector que desconfía de las élites: “si hay tal grado de armonía en que debo votar de esa manera, entonces me conviene hacerlo de forma diferente”. Las masas en esos tres procesos políticos tan relevantes del 2016 sintieron que las voces dominantes eran de élites, y formaban un coro que era distinto al que ellas mismas entonaban, por lo que desconfiaron de la orquesta. Prefirieron creer en lo que querían creer, y no en lo que los expertos aconsejaban como “realidad objetiva”.
El 2016 marcó definitivamente una “rebelión de las masas 2.0”.