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Carmen Posadas: Arrogancia y la carcajada de los dioses

Me imagino que estarán  hasta el mismísimo jopo de la campaña electoral con su letanía de promesas, insultos, ocurrencias y, una vez más, insultos y más insultos. Pero, aun así, me gustaría comentar con ustedes cierto pormenor que tiene más que ver con la observación psicológica que con la política. Siempre me ha asombrado observar cómo superferolíticos profesionales de la comunicación, asesores y también los propios candidatos que se postulan adoptan tácticas y estrategias que cualquiera con dos dedos de frente podría decirles que son suicidas. A menos que cambie de discurso de aquí al 23 de julio, Pedro Sánchez, embarcado en el Titanic, lleva rumbo  de colisionar con exactamente el mismo témpano que hundió su campaña el 28M. Dos días después de la debacle, y tirando de épica –y  de temeridad, tal como es habitual en él–, sus primeras palabras fueron para pronosticar cómo va a ser la campaña.

Siempre me asombra observar cómo algunos candidatos que se postulan a unas elecciones adoptan tácticas y estrategias suicidas

Según Sánchez, una lucha de su partido contra «la extrema derecha y la derecha extrema». Una santa cruzada en la que los electores tendrán que elegir entre él y Donald Trump; entre fascismo y progreso y libertad. Todo esto ustedes lo saben y se ha comentado hasta el aburrimiento, de modo que no abundaré en ello. Lo que me interesa y llama mi atención  es constatar que no ha entendido nada de nada. Que en su alocución –amén de inferir que los votantes se ‘equivocaron’ el 28M y que somos niños tontos a los que hay que reeducar– persevere en el error que lo llevó a perder las anteriores elecciones. Tal como señaló nada menos que Juan Carlos Monedero en un artículo en El País: «(… Tras  lo sucedido) la izquierda debería comprender que ya no es tiempo de ocurrencias. La alerta antifascista no ha funcionado y ya está descontada por los ciudadanos». Por los ciudadanos, sí, pero no por Sánchez, puesto que, si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, el Homo politicus –y con él sus gurús, y toda su cohorte de asesores– no solo tropieza, sino que está dispuesto a dejarse los piños en la susodicha piedra. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que personas inteligentes y/o astutas, lejos de cambiar de estrategia, perseveren en estrellarse contra el mismo escollo?

Monedero, en ese mismo artículo, hacía esta otra reflexión: «Nadie ha castigado al PP por gobernar con Vox  y a la ciudadanía le interesa más la certeza de que la vida va a mejorar que una memoria sobre la que aún hay mucho que trabajar. Las campañas se pierden siempre a la defensiva». ¿Es Monedero más inteligente, lúcido y astuto que Pedro Sánchez? A juzgar por anteriores errores suyos no lo parece, de modo que la explicación debe de ser otra. Y la más evidente es que él está fuera de la política activa y es, por tanto, inmune a los cantos de sirena (llámense arrogancia, llámense ceguera selectiva y/o exceso de confianza) que hacen naufragar a tantos estadistas. Hombres y mujeres de mayor valía que nuestro actual presidente de Gobierno, porque la arrogancia eclipsa la inteligencia y convierte en torpes incluso a las personas más preclaras. O, como apuntó siglos atrás Saavedra Fajardo, más reinos ha derribado la soberbia que la espada y más príncipes se perdieron por sí mismos que por otros.

Ignoro si, cuando lean ustedes estas líneas, Sánchez habrá corregido rumbo y caído en la cuenta de que su mantra de «¡Que vienen los fascistas!», lejos de dar miedo, irrita. Quizá le haga reflexionar el dato que, a pesar de haberse implicado tanto en la campaña anterior y de haberse convertido en un mercachifle de zoco persa prometiendo el oro y el moro, su ‘relato’, como ahora llaman a las mentiras, ya no convence a nadie. Cabe la posibilidad  también de que alguien le haga ver que, cuando uno está embarcado en el Titanic, tal como le ocurre a él, es preferible navegar por aguas apacibles y evitar viejos errores. Pero estoy por apostar que no lo hará. No porque sea tonto, sino porque se cree más listo de lo que es. No porque no sepa ‘leer’ el mensaje que los españoles han dado con su voto, sino porque prefiere leer  solo lo que su soberbia le susurra al oído. Una de mis frases favoritas sobre la arrogancia y la soberbia es esta, y la pronunció Albert Einstein: «El que se cree en posesión de la verdad acaba desmentido por la carcajada de los dioses». Pues eso.

 

 

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