Carmen Posadas: Arte y parte
El arte no se explica, el arte se siente. Algo así me dijo un viejo taurino hace años. También añadió que, a diferencia de la literatura, la música, la plástica u otras disciplinas, incluido el teatro, un lance taurino es arte en vivo, es irrepetible, se crea ante los ojos del espectador, pasa y al mismo tiempo no pasa nunca porque vive para siempre en la memoria de quien lo ha visto desde el tendido. Por eso los aficionados hablan aún de aquel quite de Curro Romero de hace cuarenta años o del sublime par de banderillas de Paquirri citando al toro desde las tablas allá por 1982.
Los toros no son de derechas ni de izquierdas, ni de ricos ni de pobres, ni de ilustrados ni de legos, son de todos
Sé que defender el toreo desde el punto de vista del arte es polémico. De inmediato se alzarán mil voces para decir que maltratar a un animal no tiene nada de artístico, como tampoco lo tiene jugarse la vida para que te vean los 24.000 espectadores de Las Ventas o los cerca de 50.000 de la Monumental de México. Pero sé también que mal que le pese al señor Urtasun, ministro de Cultura, los toros no son de derechas ni de izquierdas, ni de ricos ni de pobres, ni de ilustrados ni de legos, son de todos. De todos aquellos que saben lo que ocurre en un ruedo, el rito, la exaltación, la épica, el pundonor, la presencia de la muerte con todo su horror y, a la vez, toda su belleza.
El señor Urtasun acaba de cancelar el Premio Nacional de Tauromaquia porque entiende que «los premios nacionales están pensados para dar visibilidad a sectores culturales que tienen gran apoyo social y nosotros consideramos que en la actualidad la protección del bienestar animal ha ido en aumento en la sociedad». Otra de las frases del señor ministro es que él considera la cultura «una forma de combate», por lo que su intención es también descolonizar los museos con criterios «morales». He tenido que leerme una larguísima e intrincada explicación para enterarme de que dicha descolonización consiste en «establecer en los museos espacios de diálogo e intercambio que permitan superar un marco colonial anclado en las inercias de género o etnocéntricas que han lastrado hasta ahora la visión del patrimonio, de la historia y del legado artístico». Esto implica, entre otras cosas, devolver todas las piezas a su lugar de origen, ímproba –y carísima– tarea que de momento está paralizada.
Total y para resumir: por lo que se ve, el señor Urtasun ha decidido erigirse en metro patrón de lo que es Arte. Y, sin embargo, como bien decía en un artículo reciente Julián López el Juli, último galardonado con el Premio Nacional de Tauromaquia, «con este tipo de decisiones, Urtasun antepone su ideología a sus funciones como ministro porque, le gusten o no los toros, un ministro no puede decidir qué es cultura y qué no, eso solo puede decidirlo el pueblo». Y yo agregaría, además, que, con su interés por velar por nuestro «bienestar» y nuestra «moral», quizá no se dé cuenta de que, con tanta prohibición y dirigismo, empieza a parecerse sospechosamente a los censores de tiempos que él tanto dice denostar.
Tal vez no le vendría mal enterarse de que cuando Francia, en 2021, se convirtió en el primer país en declarar las corridas Patrimonio Cultural Inmaterial explicó que lo hacía porque: «… en su organización y desarrollo, la Fiesta está basada en el respeto que los ganaderos, toreros y aficionados sienten por el toro durante su lidia y cría», y añadía a continuación que consideraba que «la conservación ecológica de los espacios en los que el toro bravo habita está condicionada por la supervivencia de las corridas».
Ya sé que este argumento no convencerá al ministro como tampoco el de que en España se sacrifican 700 millones de animales al año en condiciones mucho más penosas e inhumanas que morir luchando en una plaza. Pero es muy difícil argumentar con quien se cree en posesión de la verdad y no tiene en cuenta otros parámetros ni otras opiniones. Siendo como es ministro del ramo, quizá le interese saber que ese peligroso fascista que era García Lorca opinaba que los toros son la fiesta más culta, mientras que el no menos facineroso Valle-Inclán aseguraba que, si el teatro tuviese el temblor de la fiesta de toros, sería como esta: sublime, heroico, irrepetible. Pero, bueno, supongo que nada de esto comprende el señor Urtasun, porque él no ve más allá del salto de la rana de lo políticamente correcto.