Carmen Posadas: ‘Atropello a la Razón’
En 2017, Peter McIndoe –un norteamericano de 19 años– comenzó una extraña cruzada. Ataviado con sombrero de cowboy, corbata y en una furgoneta en cuyos flancos podía leerse Birds aren’t real (‘Los pájaros no son reales’), comenzó a propagar el siguiente mensaje. Según McIndoe, desde finales de los años cincuenta hasta comienzos del siglo XXI, el Gobierno de los Estados Unidos habría exterminado doce mil millones de aves para sustituirlas por drones.
¿Cómo se explica si no que, tras ser declarado culpable de 34 delitos, Trump lograse recaudar, en un solo día, casi 53 millones de dólares para una campaña que casi seguro lo devolverá a la Casa Blanca?
Enseguida comenzó a tener prosélitos convencidos de que el Gobierno espiaba a la población mediante aves mecánicas, e incluso se congregó una manifestación frente a la sede de Twitter para exigir que la empresa retirara el pajarito de su logo por suponer un peligro a escala mundial. La paranoia fue en aumento hasta que McIndoe decidió dar una entrevista a The New York Times en la que reveló que todo era una broma que se le ocurrió un día que estaba aburrido, pero que la experiencia le había enseñado una lección: que la gente está dispuesta a creer cualquier cosa.
Les cuento esta anécdota, una más de los dislates que vemos a diario, porque después de leer Atropello a la Razón, el último libro de Darío Villanueva, me he quedado preocupada. Por supuesto, sabía que proliferan cada día más esos atropellos a la razón a los que alude Villanueva en su libro. Pero hasta ahora no había caído en la cuenta de hasta qué punto la corrección política, la posverdad, la poseducación, el poshumanismo, el fenómeno woke o el de la cancelación de cualquiera que se salga de la ortodoxia marcada por esta nueva inquisición laica están afectando al mundo y reblandeciéndonos a todos las meninges.
¿Cómo se explica si no que, después de ser declarado culpable de 34 delitos, Donald Trump lograse recaudar, en un solo día, casi 53 millones de dólares para una campaña electoral que lo llevará casi con toda seguridad de nuevo a la Casa Blanca? ¿Por qué personas pensantes con varias carreras y másteres se han hecho antivacunas y/o adoptan terapias pseudomédicas que ponen en peligro su salud? ¿Cómo políticos con teorías basadas en milongas inverosímiles logran convencer a tantas personas de sus postulados? ¿Por qué funciona tan bien el victimismo más infundado y memo hasta tal punto que hacerse la víctima se ha convertido en la más provechosa de las estrategias? ¿Y qué decir de las nuevas tiranías que nos obligan a creer en sandeces, comulgar con ruedas de molino y comportarnos como adolescentes, cuando no como rorros de pecho?
Todos estos dislates tienen un origen común. El renunciar a la razón y convencerse de que, si uno se deja guiar por el corazón (u otras vísceras más cercanas a la entrepierna), acertará más que si uno usa la cabeza, la inteligencia o el más elemental sentido común. Y así, con gentes de todos los ámbitos y de todas las edades ‘sintiendo’ en vez de reflexionando, nos va como nos va. Y, como es lógico, a río revuelto ganancia de desaprensivos, charlatanes, buscavidas y, por supuesto, también de políticos sin escrúpulos encantados de que creamos que los pájaros nos espían o que las vacas vuelan. ¿Despertaremos algún día de este atropello a la Razón? Seguro que sí, pero ojalá que sea antes de que a todos se nos torrefacte la sesera.