Carmen Posadas: Cotilleemos
Con España entera convertida en un patio de vecindad –que si Tamara, que si Rociito, que si Esther Doña, que si Paquirrín–… me ha interesado descubrir que, según la antropología y las ciencias sociales, el cotilleo está considerado una destreza fundamental para la supervivencia de nuestra especie. Como lo oyen. Por lo visto, si hemos sobrevivido y luego prosperado desde los tiempos de la caverna hasta nuestros días es, en buena parte, gracias a nuestro compartido gusto por darle a la húmeda. Según se sabe, aquellos que se interesan por la vida del prójimo tienen notables ventajas sobre el resto. Por el contrario, las personas a las que no se les da bien el arte del cotilleo encuentran dificultades a la hora de mantener relaciones personales y sociales y llegan a sentirse marginadas y excluidas. ¿Cómo funciona este milenario arte y por qué científicamente se considera beneficioso? Para explicarlo, es necesario remontarse a los albores de la humanidad. Nuestros ancestros vivían en comunidades pequeñas e interdependientes. Para sobrevivir a amenazas tanto externas como internas, era fundamental un elemento: información. ¿Quién de todos estos individuos es de fiar? ¿Quién es un tramposo, un egoísta redomado o un posible ladrón? Las apariencias engañan, de modo que es necesario conocer cómo es realmente esa persona. En otras palabras, y siempre según los expertos, ser curioso e interesarse por los asuntos más íntimos de otras personas es una cualidad tan útil que, a lo largo de milenios, ha favorecido incluso la selección natural: los individuos que tenían tal destreza social y sabían, por tanto, predecir y, al mismo tiempo, influenciar el comportamiento de integrantes de su grupo contaban con más posibilidades de sobrevivir y tener hijos que, a su vez, heredarían tal destreza.
«Los famosos son los únicos ‘amigos’ que tenemos en común con nuestros vecinos; cotillear sobre ellos propicia nuevas relaciones»
Conclusión: descendemos de cotillas redomados, así que nada tiene de raro que devoremos revistas del corazón, peguemos la oreja para averiguar de qué habla el vecino o nos dejemos las pestañas en TikTok, Instagram o Facebook. Fascinante el mundo del cotorreo. No me digan que no es curioso descubrir que interesarse por la última estupidez de Meghan Markle o carcajearse del trasero descomunal de las Kardashian tiene ventajas antropológicas. La primera y más evidente es que crea complicidades, propicia amistades, afianza vínculos; de hecho, se estima que los buenos correveidiles son miembros influyentes y populares en sus grupos sociales. También propicia el sentido de pertenencia: «Soy de tal grupo porque estoy en el ajo», y si saber es poder, cotillear también lo es, y estar enterado de algo que los demás ignoran proporciona estatus, relumbrón. Ustedes se preguntarán qué hago cantando las loas de un rasgo humano que, desde que el mundo es mundo, ha sido causante de dolor, injusticias e infinitas calumnias. Una actividad malvada de la que todos, en mayor o menor medida, hemos sido víctimas en alguna ocasión. Pues me interesa porque, al igual que otros rasgos de nuestra personalidad, intento entender qué lo propicia y cómo ha evolucionado desde la caverna hasta ahora. En ese sentido, hay que señalar que, según los expertos, el fenómeno del chismorreo ha dado en los últimos tiempos un giro copernicano con respecto al pasado. Si en sociedades pequeñas y endogámicas servía para saber en quién confiar y, por tanto, cumplía una función necesaria, ahora, con la omnipresencia de los medios de comunicación, el chismorreo sirve solo para saber por qué se ha divorciado fulana o la pavada que ha hecho mengano. En consecuencia, la obtención de información y la condena social a comportamientos reprobables, que eran los objetivos antropológicos detrás del cotilleo, se han vuelto banales e inservibles. Aun así, y para que vean que interesarse por lo que hacen las Tamaras, las Rociitos y los Paquirrines no es del todo absurdo, aquí les dejo la opinión del antropólogo Jerome Barkow: «La familiaridad que tenemos con los famosos cumple una función social, puesto que son los únicos ‘amigos’ que tenemos en común con nuestros vecinos o compañeros de trabajo, y cotillear sobre ellos crea un vínculo que propicia nuevas y ventajosas relaciones». O, dicho en román paladino, despellejar juntos une mucho.