Carmen Posadas: ¿Cree en fantasmas?
Me ha costado un poco, pero por fin he encontrado el tema de conversación con los ingleses» –recuerdo que me dijo un día mi madre al poco de llegar a vivir a Londres en los años ochenta–. No te creas que ha sido fácil, llevan a rajatabla esa regla de oro de la diplomacia de que hay tres temas tabú: hablar de sexo, de dinero o de religión, lo que deja fuera todos los temas interesantes. Pero yo he dado en la tecla». «¿Y cuál es?», pregunté. «Pues verás –continuó mi madre–, después de aburrirme como un hongo hablando de jardines y paisajes; de sobrevivir malamente parloteando de mascotas/hijos/viajes y/o del siempre socorrido tema de Shakespeare, la conversación languidecía. Pero ahora, cuando mi interlocutor y yo estamos a punto de morir de tedio, lo que hago es soltar, así, como quien no quiere la cosa: ‘Y dígame, ¿usted cree en fantasmas?’».
Hay tres temas tabú para los ingleses: sexo, dinero y religión, lo que deja fuera todos los temas interesantes de conversación
Y a partir de ese momento hasta el hueso más duro de roer baja la guardia, nos convertimos en compinches y él o ella empieza a contarme que a su tía Harriet se le aparece el último viernes de cada mes el espectro de una niñita emparedada por su madrastra allá por 1567… O que en su oficina tienen un espíritu burlón que birla lápices y se come las gomas. También que su madre discute mucho con el ectoplasma de una tía suya que era maniática del orden y que a cada rato cambiaba de sitio los muebles del salón… He recordado esta conversación con mi madre al leer la siguiente noticia: «Fantasmas en la familia real británica. Desde Enrique VIII a Isabel II, pasando por la reina Victoria, todos invocan espíritus». Se cuenta, por ejemplo, que Isabel II, en 1953, al poco de subir al trono, convocó una sesión espiritista para comunicarse con su padre, muerto meses atrás, no solo para que le diera algunos muy necesarios consejos. También y sobre todo porque el personal de su residencia real de Sandringham estaba asustadísimo. Fenómenos alarmantes estaban teniendo lugar en el antiguo dormitorio del monarca. Fenómenos que la reina madre atribuyó al alma aún errante de su marido. Una vez realizada la pertinente limpieza espiritual, la calma volvió a Sandringham. A la reina Victoria, por su parte, le encantaba el espiritismo. Usaba médiums para charlar con su marido, Alberto de Sajonia-Coburgo, sesiones que en alguna ocasión comentó con Arthur Conan Doyle, autor de Las aventuras de Sherlock Holmes, que también era impenitente espiritista. Se cuenta que realizó, junto al famoso escapista Houdini, una sesión en la que –con la ayuda de la esposa de Conan Doyle, que era médium– contactaron con la madre del ilusionista, que por lo visto necesitaba transmitir un mensaje importante a su hijo a través de lo que llaman ‘escritura automática’. Hay que decir que Houdini no se creyó demasiado que fuera ella quien escribía desde el otro mundo, porque el mensaje estaba en inglés y mamá Houdini solo hablaba húngaro. Pero, bueno, tampoco hay que ponerse tiquismiquis, y a los espíritus se les perdona todo. Son miles las anécdotas que se cuentan de figuras tan dispares como Lord Byron, Thomas Edison, Pierre Curie, Cervantes y cientos de personajes muy conocidos. Yo, por mi parte, no puedo decir que se me haya aparecido de momento ningún ectoplasma (lo cual agradezco mucho), pero mi madre era medio bruja y anticipaba cosas que más tarde se cumplían. Por eso, después de contarles todo esto, me gustaría compartir con ustedes dos ideas. Que hablar de fantasmas es muy socorrido (sobre todo ahora que la actualidad se ha vuelto tan agotadora, por no decir terrorífica). Y dos, que, como dicen de las meigas, crea usted o no en espíritus, haberlos, haylos.