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Carmen Posadas: El efecto Hernández y Fernández

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         Hernández y Fernández

 

Hace un par de semanas tuve oportunidad de conocer Catar. Yo, que creía haber perdido la capacidad de asombro, me quedé sencillamente estupefacta con lo que vi. Es un país que tiene un pie en el siglo XXII, con edificios ultramodernos que incluso desafían las leyes de la gravedad compitiendo en originalidad y belleza. Pero al mismo tiempo tiene el otro pie en la Edad Media. O, para no ser tan exagerada, diré que los viandantes que se pasean por Doha parecen escapados de una viñeta de Tintín en el país del oro negro. Como soy fan total de Hergé, me fascinó ver a tantos hombres de chilabas blancas impolutamente planchadas, con sus turbantes, sus agal y demás parafernalia, pegados, por supuesto, a sus carísimos teléfonos móviles. Supongo que por eso, porque todavía no me he repuesto del raro síndrome de Stendhal que me produjo aquel viaje, llevo días sin poder sacarme de la cabeza a Hernández y Fernández. Como recordarán, en Tintín en el país del oro negro, hay  una famosa escena en la que estos dos patosos policías atraviesan el desierto en un jeep y, a cada rato, son víctimas de espejismos. Por aquí, una palmera mecida por el viento que se desvanece en cuanto se acercan; más allá, un oasis de aguas turquesas en las que ambos se zambullen solo para quedar enterrados en arena…

Y, como una idea lleva a otra, también me dio por trazar un paralelismo entre los sucesivos espejismos de los que es víctima esta genial pareja tintinesca y nosotros, esforzados votantes en los primeros años del siglo XXI. En este año de 2024, casi la mitad de la población mundial será llamada a las urnas. Habría elecciones en Rusia, India, México, Sudáfrica, Gran Bretaña, también en la Unión Europea y primarias en los Estados Unidos. Aquí en España se colocarán urnas en el País Vasco, Galicia y, posiblemente, en Cataluña. Los expertos dicen, que, amén de los conflictos y tensiones particulares en cada uno de estos países, todos estos comicios se celebrarán en un momento de debilitamiento general de la democracia. Incluso en algunos lugares, como Rusia, la democracia se ha convertido en mero simulacro.

Según los expertos, los comicios de este año en casi la mitad del mundo llegan en un momento de debilitamiento de la democracia

A su debilitamiento por ‘fatiga de material’, digámoslo así, contribuyen, además, otros factores distorsionantes propios de estos tiempos como los bulos, las injerencias de otras potencias vía ciberataques o la inteligencia artificial. Todo esto contribuye a lo que yo, en honor a mi adorado Hergé –y perdónenme la frivolidad–, acabo de bautizar como el ‘efecto espejismo’ o el ‘efecto Hernández y Fernández’. Porque díganme cómo se explica si no ese absurdo espejismo colectivo que hace, por ejemplo, que un votante –o una votante– de clase trabajadora y miembro de una minoría racial deposite su confianza en un multimillonario machista, racista, imputado por diversos delitos que, para más inri, arengó a las masas (en directo y retransmitido urbi et orbi) a tomar el Capitolio.

O, para hablar de espejismos más cercanos a nosotros, que Sánchez haya conseguido convencer, no una sino reiteradas veces, a tantos ciudadanos de que todo lo que hace es por el bien de la convivencia y la concordia en una sociedad cada vez más polarizada en la que él mismo se dedica a repartir carnets. A unos, de progresistas (aunque sean tan retrógrados, xenófobos y de ultraderecha como Junts). A todos los demás, de fascistas, así sin matices, con brocha bien gorda, porque esa es otra de las particularidades de los espejismos políticos: el hecho de que quien los sufre acepta sin cuestionar lo que cree que ve: una palmera donde solo hay alacranes, o un oasis de aguas turquesas en las que el inocente votante no duda en tirarse de cabeza para acabar enterrado en la arena como los sin par personajes de Hergé.

¿A qué se debe este fenómeno? ¿Cómo se producen estos delirios colectivos? Goebbels,​​ que de esto sabía un poquito, da varias pistas. Por un lado, decía él que conviene apelar no a los mejores sino a los peores instintos del ser humano, porque concitan más unión. También es muy útil crear un enemigo o un mal que combatir (los emigrantes o los fascistas, por ejemplo). Y, por fin, recomienda cargar sobre el adversario los propios errores, añadiendo este consejo: «Si no puedes negar las malas noticias inventa otras». O, lo que es lo mismo, crea nuevos espejismos, porque así nosotros, pobres Hernández y Fernández de este mundo, mientras ellos hacen y deshacen, podemos entretenernos fantaseando con que estamos en un vergel, bajo un cocotero y tomándonos unas margaritas.

 

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