Acompáñenme, por favor, en un viaje en el tiempo. Estamos a mediados de los años setenta del siglo pasado, Franco ha muerto; ETA no solo no ha dejado de matar, sino que redobla su crueldad; y la gente se pregunta si el joven rey Juan Carlos será capaz de dominar la situación. Para complicar más las cosas, existe otra facción descontenta con la llegada de la democracia. La extrema derecha se pregunta si para eso ganaron la guerra, ¿para que un día no muy lejano se legalice el Partido Comunista y Carrillo y la Pasionaria vuelvan a la esfera de la política y aquí no ha pasado nada? Es en este ambiente, por un lado esperanzado y por otro incierto y altamente inflamable, donde se desarrolla uno de los libros que estoy leyendo; se llama Tánger era la clave, y su autor es Carlos Abella.
No hay tantas novelas que hablen de la vida cotidiana durante la Transición. Recuerdo haber leído hace años Romanticismo, de Manuel Longares, que empezaba narrando de modo muy brillante la vida de una familia del barrio de Salamanca tras la muerte de Franco, pero, unas páginas más adelante, la historia entraba en bucle y se volvía repetitiva, tediosa. Porque narrar la cotidianidad durante periodos cruciales de un país no es fácil y, sin embargo, ninguna crónica, ningún sesudo ensayo describe un momento histórico con tanta precisión como lo hace una obra de ficción.
Algunos autores lo consiguen de modo excepcional, como Elena Fortún, en su Celia en la revolución, el segundo de los libros que estoy leyendo en este momento y que retrata la vida diaria en Madrid durante los primeros años de la Guerra Civil. Es muy revelador ver cómo sobrevivía la gente a los bombardeos, qué comía, de qué hablaba, cuáles eran las pequeñas o grandes heroicidades que tenían lugar cada día, también las pequeñas y grandes mezquindades. Novelas como las de Fortún o Abella prestan atención sobre todo al ‘factor humano’, que, según Graham Greene, es el que da sentido a la Historia con mayúscula.
En Tánger era la clave, por ejemplo, todos aquellos que vivieron la Transición podrán reencontrarse con lo que fueron nuestras vidas en aquellos tiempos. Porque más allá de la trama de thriller que recorre la novela; más allá de averiguar qué oscuras (y muchas veces olvidadas) fuerzas se movían entonces para intentar impedir la llegada de la democracia; más allá incluso de la galería de personajes conocidos que desfilan por estas páginas –el rey Juan Carlos, Areilza, Fraga, Joaquín Garrigues, Pedro Altares, Pepe Oneto, Juan Mari Armero, Juan Benet y decenas más– estamos nosotros. Nosotros, la gente corriente, los estudiantes, los trabajadores, los pequeños empresarios, los anónimos ciudadanos testigos de cómo moría una época para dar paso a otra.
Hay quien piensa que la nostalgia es un error y que mirar atrás solo produce melancolía. Hay también quien desea enterrar aquellos años y con enternecedor adanismo le niega todo valor y mérito. Para los primeros y también para los segundos posiblemente Tánger era la clave no sea una lectura adecuada. Pero para el resto, para los interesados en conocer los secretos engranajes que hacen mover la rueda de la Historia, para los que buscan comprender cómo somos ahora mirándonos en el certero espejo de lo que fuimos, esta novela puede resultar muy atrayente. Para mí por lo menos ha sido curioso y a la vez apasionante volver a almorzar en Sacha o en Casa Gades, tomarme una copa en Dickens, escuchar a Brassens y a Aute, vestirme en Fancy o incluso degustar un helado Camy. Porque es posible que en determinados casos la nostalgia sea un error, sobre todo cuando impide disfrutar del presente. Pero volver atrás de la mano de un buen libro no es un error. Es revisitar el pasado, sentir de nuevo lo que un día sentimos, ver la vida con los ojos de entonces y ser joven de nuevo. Si, además de todo lo antes mencionado, un libro, como Tánger era la clave, y por supuesto también Celia en la revolución, echa luz sobre pasajes preteridos de la Historia, mejor aún. Porque, como también decía Greene, seríamos más tolerantes si conociéramos la intrahistoria que hizo posible determinados acontecimientos.