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Carmen Posadas: El ‘galgas o podencas’

¿Existen los hombres y las mujeres? ¿Qué talla de pecho tenemos que tener para ser hombre o mujer? ¿Cuál es el nivel de hormonas necesario para ser consideradas hombres o mujeres?». De este modo argumentaba Irene Montero, ministra de Igualdad, intentando explicar los pormenores de uno de sus proyectos estrella: la Ley Integral de Transexualidad. Una que permitirá a cualquier ciudadano definir su identidad sexual como una mera decisión personal sin que se precise, como hasta ahora, un tratamiento hormonal previo ni tampoco una evaluación médica. La idea no ha gustado al colectivo feminista y tampoco parece convencer demasiado a cuadros y militantes socialistas. Las feministas exigieron la dimisión de Montero argumentando que «una ministra que se pregunta si existen las mujeres ha de dejar de inmediato su puesto porque, en el mejor de los casos, es una ignorante». Los socialistas, por su parte, mostraron su reticencia arguyendo que el sujeto político del feminismo son las mujeres y rechazaron el derecho a la autodeterminación sexual porque, en su opinión, las desdibuja como sujeto político y jurídico. Para explicar su postura, en el documento que presentaron se preguntaban si, de bastar que un hombre declare que se siente mujer, no se prestaría a que acontecieran situaciones paradójicas como que un maltratador pudiese autoproclamarse mujer evitando así ser juzgado por sus delitos. ¿Posibilidad grotesca y alambicada? No, de hecho ha ocurrido ya en Inglaterra, donde un tal  Stephen Wood, un hombre condenado por violación, se convirtió legalmente en Karen White y, tras ingresar en una cárcel de mujeres, acabó cometiendo  abusos contra cuatro reclusas. Como era de esperar, la Plataforma Trans, por su parte, ha expresado su indignación por el contenido transfóbico del documento de los socialistas que, a su juicio, «se enmarca en la misma línea ideológica de la extrema derecha negando la legitimidad de las personas trans». Para apaciguar aguas tan turbulentas, Pablo Echenique tuiteó un comentario en el que aseguraba que «Irene Montero tiene muy claro que su brújula es siempre, siempre, siempre, proteger a los más oprimidos (en este caso, las personas trans brutalmente discriminadas) y eso es feminismo. Porque feminismo es cuidar». ¿¿Cuidar??, se enfurecieron a continuación las feministas. «Eso no es más que perpetuar estereotipos arcaicos que reducen el feminismo a los cuidados. El feminismo es mucho más, es desde una ingeniera que crea hasta la señora que te limpia la baba (sin pago en negro, por cierto)».

Así andaba el patio entre mis congéneres antes del verano y supongo que volverá a estarlo cuando llegue el otoño porque ya se ha dicho desde el Ministerio de Igualdad que esta es una ley prioritaria que ha de aprobarse sí o sí. Y, de este modo, mientras Irene Montero, las feministas y el colectivo trans tratan de ponerse de acuerdo sobre qué es una mujer y cuál ha de ser su talla de sostén; mientras se decreta que cualquiera que desee pertenecer al sexo femenino no tiene más que decirlo y, alehop, el maltratador Stephen Wood se convierte en la impecable Karen White; mientras dilucidan si ser mujer es un hecho biológico o solo un constructo; y si las malvadas discriminaciones de género que nos acucian ‘son galgas o  son podencas’, por lo visto a nadie en ese ministerio se le ocurre ocuparse de lo que realmente importa: de instrumentar políticas encaminadas a allanar las dificultades que nos afectan a todas por igual, ya seamos mujeres biológicas, por elección, feministas y no feministas, trans, no trans o mediopensionistas. Hablo de la conciliación laboral, del apoyo eficaz a pequeñas empresarias, también de la eterna lucha por acabar con la brecha salarial entre hombres y mujeres. Pero obviamente trabajar por estas causas es muy arduo y latoso. Mejor dedicarse a pensar leyes bobas, pero resultonas y mediáticas. Aunque no contenten a nadie. Aunque con ellas solo se consiga que parezca que ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo entre nosotras, que andamos a la gresca y que la causa femenina no es más que una jaula de grillos; perdón, de grillas, quería decir.

 

 

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