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Carmen Posadas: El mejor maestro, el fracaso

Qué tienen en común Abraham Lincoln, Bill Gates, Oprah Winfrey, Walt Disney, Stephen King, Thomas Edison, Albert Einstein, los Beatles o Henry Ford? Todos se estrenaron con sonoros fracasos y fiascos. Lincoln se presentó a siete elecciones antes de alcanzar la presidencia de los Estados Unidos; Gates nunca terminó sus estudios universitarios; Oprah fue despedida en varias ocasiones por no dar el ‘perfil’ de presentadora televisiva; a Disney lo echaron del periódico en el que trabajaba por «falta de imaginación» e «ideas poco originales»;

Carrie, la primera novela de Stephen King, fue rechazada treinta veces antes de que alguien accediera a publicarla; los padres de Einstein llegaron a pensar que su hijo era mentalmente retrasado; a Edison su profesor le auguró un negro futuro por ser incapaz de aprender nada; a los Beatles los rechazaron en Decca Records por «no tener futuro en el mundo del espectáculo», y Henry Ford se arruinó empresarialmente tres veces antes de fundar la Ford Motor Company, a la tardía edad de 53 años.

 

Un fracaso ayuda a corregir errores, a no tener demasiados pájaros en la cabeza y a saber qué importa y qué no

 

¿Es necesario el fracaso para triunfar? Muchos piensan que sí. De hecho, en los Estados Unidos, en algunas empresas de capital riesgo que invierten su dinero en ideas de jóvenes empresarios, esta es la primera pregunta que se les hace a quienes buscan su financiación: «¿Cuántas veces has errado el tiro?». «Si contestan que ninguna –explica el responsable de una firma muy conocida–, amablemente les decimos que vuelvan cuando hayan fracasado». No deja de ser contradictorio que, en una sociedad en la que el éxito es dios, el fracaso se considere un activo, pero la respuesta a esta paradoja está en la palabra ‘experiencia’.

Por un lado, la experiencia enseña, y no hay mejor maestro que el fracaso. Un fracaso ayuda a corregir errores, a no tener demasiados pájaros en la cabeza y a saber qué importa y qué no. Pero la experiencia también demuestra que el fracaso es un filtro. Si después de arruinarse como Henry Ford (o de perder siete elecciones como Lincoln; de enviar su novela a treinta editoriales como Stephen King; o de que todos lo tomen a uno por tonto, como a Einstein o a Disney) alguien persevera, es porque realmente vale. Esto no quiere decir que muchas personas de las que no se rinden carezcan de talento, pero quizá les falte un par de elementos fundamentales para alcanzar el éxito.

En primer lugar, la suerte, que juega un papel clave en la vida de todos nosotros y es caprichosa e impredecible. Y, en segundo término, un puntito de obstinación y el deseo de desafiar al destino. Así se explican gestas inverosímiles como la de Helen Keller, por ejemplo, que, a pesar de ser sordociega (y gracias a la perseverancia y el empuje de su maestra y terapeuta Anne Sullivan), llegó a convertirse en escritora, oradora y destacada activista política. O el caso de tantas personas a las que, en esta implacable partida de póker que es la vida, el destino les repartió malas cartas, pero ellos las jugaron como si llevaran póker de ases.

Que la vida es injusta lo saben hasta los niños. De hecho, es una de esas desagradables sorpresas que uno se lleva con 3 o 4 años y empieza a ver cómo funciona el mundo. Pero consuela saber que, a pesar de que existen imponderables, por lo general, el que quiere puede. No pretendo con esto refrendar esa idea del american dream, según la cual basta con desear algo con suficiente fuerza para que se cumpla. Detrás de esta concepción buenista, hay mucha frustración, porque no todos los sueños se cumplen. Peor aún. A veces se cumplen en el caso de alguien sin talento ni tampoco perseverancia, pero con suerte, mientras que otra persona que se lo merecía mucho más fracasa.

Pero ahí es donde entra en juego el factor más importante a la hora de conseguir lo que uno desea. El saber que un fracaso no es el fin, sino el principio y que basta con levantarse y volver a intentarlo para conseguir lo que uno se propone. Porque «lo que no me mata me hace más fuerte», y así lo atestiguan los casos antes mencionados. O para decirlo en palabras de Rudyard Kipling en Si, su archifamoso poema: «… Si podemos encararnos con el éxito y con el fracaso y tratar por igual a esos dos impostores, nuestra será la tierra».

 

 

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