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Carmen Posadas: Espectadora azorada

Hay en inglés una expresión que no tiene buena traducción en nuestro idioma y es esta: innocent bystander. A pesar de que mi siempre recordado amigo Javier Marías decía que no existen palabras ni expresiones intraducibles, yo no estoy del todo de acuerdo. Pienso que cada cultura tiene frases hechas que los hablantes de esa lengua conocen en sus diferentes acepciones, pero esa convención se pierde cuando se traslada a otro idioma. Innocent bystander, por ejemplo, puede significar, según el contexto, una persona que prefiere no involucrarse, pero también un testigo, o un transeúnte que pasaba por ahí, así como un espectador inocente o azorado. Tal vez esta sea la traducción que más encaja con la sensación que hoy quiero compartir con ustedes.

Como espectadora inocente de la actualidad –es decir, como alguien que se niega a suscribir ciegamente todo lo que dicen aquellos que son de mi cuerda y condenar todo lo que sostienen los que no piensan como yo–, hay cosas que me pasman. Una de ellas es la actitud de unos y otros con respecto a temas candentes como pueden ser la violencia machista o el cambio climático. Dos asuntos que, si es uno de izquierdas, debe necesariamente ver de un modo y, si es de derechas, exactamente de modo contrario.

Me pasma la actitud de los que son y no son de mi cuerda respecto a temas como la violencia machista o el cambio climático

Pongamos, por ejemplo, el caso del cambio climático. Hay con respecto a este fenómeno (al igual que con la violencia machista) dos posturas irreconciliables. Están los que niegan el cambio climático –y por tanto consideran que no hay que hacer nada al respecto– y, por otro lado, están los que se dicen preocupadííísimos por el fenómeno… pero tampoco hacen nada.

Yo, mientras tanto, como espectadora inocente (o mejor aún azorada), me pregunto: en el caso de los que sostienen que el cambio climático no se debe a la acción del hombre, sino a ciclos naturales, ¿acaso no han reparado en que los pantanos están al mínimo; que hace 24 grados en enero y que los veranos se han convertido en un infierno debido a los reiterados e incontrolables incendios? Y, dado que la realidad es esa, ¿qué rayos importa si el cambio es provocado o natural? Por el hecho de que sea natural, ¿no piensan hacer algo para evitar sus consecuencias? En cuanto a los que se muestran preocupadííísimos con la situación, ¿aparte de pontificar y tuitear eslóganes por la salud del planeta, tienen algún plan?

Lo mismo puede decirse con respecto a la violencia machista. En esta época de postureo en la que los mandatarios del mundo entero acuden a las conferencias contra el cambio climático en sus jets privados y en la que los ministerios pertinentes para luchar contra la violencia machista lo único que se les ocurre es demonizar a los hombres, esta espectadora  azorada se pregunta: aparte de posturear, habrá que hacer algo más, ¿no? Pues no. En el caso de unos porque es más fácil negar que exista el problema y en el de los otros porque una cosa es predicar y otra, dar trigo. Y, sin embargo, hay algunas medidas de puro sentido común que podrían tomarse y que ayudarían mucho. Como, por ejemplo, eso tan sencillo de «prevenir para no tener que curar», que se traduce en una gestión racional de los recursos hídricos o en limpiar los montes en invierno para que no se conviertan en yesca en verano y deserticen más las tierras.

En cuanto a la violencia machista, de género, familiar o como diantres prefieran llamarla, porque ni en eso se ponen de acuerdo, también existen medidas preventivas que serían útiles. Para empezar, saber que parte del problema tiene que ver con el hecho de que la pornografía en Internet se ha convertido en la ‘escuela sexual’ de nuestros jóvenes (se estima que uno de cada cuatro niños accede al porno antes de los doce años). Sí, ya sé que el presidente del Gobierno se ha mostrado últimamente preocupadííísimo por esta lacra y ha anunciado la creación urgente de un «comité de expertos para estudiar el problema». Pero el problema es que Sánchez pertenece a ese grupo de políticos que gobiernan a golpe de titulares que quedan fenomenal cuando se publican y luego, calendas graecas. Por eso esta espectadora inocente sigue azorada viendo cómo, a un lado y otro del espectro político, se enzarzan entre ellos discutiendo el porqué de tal o cual fenómeno. ¡Son galgos! ¡No, son podencos! Y, mientras tanto, unos por otros y los problemas sin barrer.

 

 

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