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Carmen Posadas: Fuego amigo

Tengo verdadera curiosidad por saber a qué nuevo grupo de mujeres logrará enfadar la ministra de Igualdad, Irene Montero. ¿Serán las madres solteras?, ¿las mujeres en paro?, ¿las cabezas de familias monoparentales quizá? Dado su historial, seguro que será uno afín a sus muy progresistas preocupaciones porque lo suyo es récord mundial de fuego amigo, toda una plusmarca de «no me eches una mano, que me la echas al cuello». Primero fue su proyecto de ley trans el que logró concitar el rechazo unánime de los colectivos feministas. Hasta tal punto que incluso a Carmen Calvo –siempre prudente a la hora de camuflar las cada vez más tensas relaciones entre los partidos que forman la coalición de gobierno– no le importó discrepar públicamente. «Me preocupa –ha dicho– que se pueda elegir género sin más que la mera voluntad o el deseo, poniendo en riesgo los criterios de identidad del resto de los 47 millones de españoles».  Recordemos que el borrador de Irene Montero planea permitir el cambio de sexo en el Registro Civil sin necesidad de aportar siquiera un informe médico o psicológico que acredite disforia de género, como hasta ahora se requiere. También especifica que podrá llevarlo a cabo cualquier persona a partir de los 16 años y sin el consentimiento paterno. Da la casualidad de que, hoy en día, un chico o chica que desee hacerse un piercing debe acreditar que ha cumplido los 16 años y presentar una autorización paterna. Apuesto a que Irene Montero no lo sabe. Apuesto a que cuando se entere fulmina esta ley fascista y superretrógrada que pisotea los derechos de niños y adolescentes. Vigilante siempre a todo lo que pueda mejorar la vida de nosotras, las mujeres, ahora ha emprendido una nueva lucha para erradicar otra horrible injusticia que nos atenaza. Ella la explica así: «Mujeres y niñas tienen derecho a acceder en igualdad a los estudios y profesiones científicas. Trabajaremos por eliminar estereotipos machistas y barreras que impidan este objetivo y para hacer visibles a las mujeres pioneras que han hecho, hacen y harán ciencia». Al poco de publicar su plan en Twitter, un sinfín de mujeres se hizo eco de su propuesta por la misma vía. Pero no exactamente del modo que ella esperaba. «Accedí a una carrera técnica superior hace 20 años por la nota de corte –comentó una de las tuiteras–. Las mujeres rondábamos el 50 por ciento, ingenieras, químicas, ‘telecos’, biólogas… Facultades y Escuelas están llenas de mujeres, los únicos que trabajáis por fomentar estereotipos machistas sois vosotros». «Soy ingeniera desde hace más de 25 años –explicó otra–. No tuve impedimento alguno ni presión para elegir mi vocación. La única barrera existente es la nota de acceso. No estáis trabajando en nada». «Estudio Ingeniería Informática –escribió una tercera–. Nunca nadie me dijo que no podía estudiar una ingeniería o grado científico; de hecho, siempre me dijeron que las mujeres de estas carreras destacaban. Las feministas vivís en una realidad paralela».

Esta idea de que las feministas –las de la onda de Irene Montero, no el resto– viven en una realidad paralela parece corroborarse con lo sucedido el pasado 6 de febrero. Ese día, la ministra aseguró que Igualdad está trabajando por una ley de libertad sexual que reconozca la mutilación genital femenina como una forma de violencia machista. Espléndida y meritoria iniciativa, qué duda cabe, si no fuera porque la mutilación genital está penada desde 2003; es decir, desde hace cerca de 20 años.

Por estos y otros dislates trasnochados y/o faltos de la más elemental información, yo, como madre de dos hijas que cursaron carreras de ciencias sin que ningún malvado machista las discriminara, me gustaría hacerle una petición a la ministra de Igualdad. Como imagino que no entra en sus planes dejar el ministerio y renunciar a todo lo que conlleva, solo le ruego una cosa. Que no haga nada. Que, en lugar de promover leyes que a nadie contentan, se dedique a hacer crucigramas, por ejemplo. O a resolver sudokus, que es supercientífico y ejercita la mente. Visto lo visto, es el mejor favor que puede hacernos a todos y, en especial, a todas.

 

 

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