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Carmen Posadas: Fuera de Foco

Imaginen a una mujer que, para manipular a su marido y que dependa enteramente de ella, decide ponerse de su lado cuando una hija lo acusa de haberla violado desde que era una niña. Imaginen ahora a ese mismo individuo como un mandatario que, llegado al poder después de vencer a un gobierno corrupto, se convierte en el peor de los sátrapas, amasa una descomunal fortuna, controla los medios de comunicación y transforma la democracia de su país en una farsa encarcelando a todos los adversarios políticos. Imaginen por fin a la pareja presidencial entregada a prácticas de espiritismo y vudú dedicadas a parlamentar a diario con los muertos y pedirles ayuda para mantener a su pueblo sometido.

¿De quién dirían ustedes que hablo? ¿De Ceaucescu y su señora? ¿De Idi Amin Dada? ¿De Papa Doc Duvalier quizá? No. Esta pareja diabólica vive y está mucho más cerca de nosotros. De hecho, habla nuestro idioma y lleva nombres bien castellanos. Ella se llama Rosario Murillo y él, Daniel Ortega, y desde 2007 es presidente de Nicaragua.

¿A las feministas les parece más urgente poner el grito en el cielo porque el diccionario es sexista que hablar de las madres de Afganistán?

Si he titulado este artículo Fuera de foco es porque siempre me ha llamado la atención que algunas tropelías conciten enorme interés mientras otras pasan inadvertidas. Unas, como las que están ocurriendo en Afganistán, llenan titulares y causan gran conmoción para poco después caer en el olvido y la indiferencia. En estos momentos, en Kabul, las madres cocinan ratas para que sus hijos tengan al menos algo de comer mientras los hombres buscan en vano leña que los ayude a capear el frío cruel de aquellos parajes. ¿Pero quién habla de ellos? Están fuera de foco.

Como, según la atinada frase de uno de los mayores sátrapas que ha dado la historia (José Stalin), una muerte es una tragedia, pero diez millones de muertos solo es estadística, voy a poner nombre y apellidos a lo que se está viviendo ahora en Nicaragua. El primer nombre es el de Dora María Téllez. Dora lleva seis meses en una celda de castigo. Apenas le dan de comer y duerme en una colchoneta llena de chinches, sin sábanas ni cobijas. No se le permite leer, ni hacer gimnasia, ni por supuesto hablar con nadie o contar con los servicios de un abogado. ¿Su crimen? Denunciar los abusos que se están cometiendo en Nicaragua, con el agravante de que en tiempos Dora fue camarada sandinista muy próxima a Ortega, hasta el punto de haber participado en la liberación de su ciudad natal. Suerte similar corren otras muchas personas, mujeres con hijos de corta edad, ancianos de más de ochenta años, chicos y chicas menores… Nadie está a salvo, quien se atreve a alzar la voz sabe a lo que se expone.

Gioconda Belli, por ejemplo, gran amiga y mejor escritora, salió de Managua hace unos meses en un corto viaje de trabajo. Cerró su casa pensando que volvería en unos días. Todo lo ha dejado allá, pero, al igual que a Sergio Ramírez, le han advertido que si regresa le espera la misma suerte que a Dora y tantos otros.

¿Qué hace que casos flagrantes de violación de los derechos humanos pasen inadvertidos? ¿Son peores los tiranos de derechas que los de izquierdas? ¿Por qué los abusos que se cometen en Cuba, en Venezuela o en Nicaragua no merecen más que una tibia, cuando no inexistente, reprobación por parte de Naciones Unidas, de la Comisión Europea o incluso del Papa?

Y en cuanto a las feministas, tan pendientes ellas siempre de hasta lo más ridículo y políticamente correcto, ¿acaso les parece más urgente poner el grito en el cielo porque el diccionario es sexista que hablar de las madres de Afganistán y Venezuela o de las encarceladas sin juicio en Cuba o en Nicaragua?

Es así. Vivimos en un mundo tan dado a la pavada que es más fácil reivindicar imbecilidades que luchar por lo que de verdad importa. Y lo que de verdad importa en realidad a todo el mundo le trae al fresco, a menos que se consiga que el foco de la actualidad lo alumbre y ponga en evidencia. Porque la única arma con la que una sociedad cuenta contra los abusos es la opinión pública y/o la conciencia popular. Sin ellas… los tiranos (que, por cierto, se multiplican como por esporas ahora que han descubierto que convertir la democracia en una farsa y un engañabobos es sumamente fácil) siempre llevarán las de ganar.

 

 

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