Cuando hacen una entrevista de trabajo, lo primero que preguntan estos chicos es cuántos días de vacaciones van a tener. […] A veces parecen autistas, no les interesa nada más que lo que les afecta directamente, desconocen el significado de la palabra ‘compañerismo’. […] Tres minutos antes de la hora de salida se les cae el boli y ya podemos estar en una crisis institucional que ellos se largan y allí os quedáis…».
Estos son solo algunos de los comentarios que trabajadores veteranos hacen sobre los universitarios de la generación Z empleados en sus empresas. Sus jefes opinan algo similar. Un reciente estudio en el que han participado más de 1200 líderes empresariales revela que la gran mayoría prefiere no contratar graduados universitarios nacidos entre 1997 y 2012. ¿Por qué? ¿No son una de las generaciones más preparadas de todos los tiempos, con varios másteres en su haber, amplios conocimientos de idiomas e imbatibles a la hora de manejar las nuevas tecnologías? Sí, pero los responsables de las empresas en las que aspiran a trabajar estos recién graduados echan en falta en ellos otras habilidades que no están relacionadas estrictamente con los estudios que han cursado: las llamadas habilidades suaves (soft skills), es decir, compañerismo, empatía, inteligencia social y emocional, capacidad para trabajar en equipo, abnegación.
Según un estudio, la mayoría de los líderes empresariales prefiere no contratar graduados universitarios nacidos entre 1997 y 2012
La encuesta revela, asimismo, que el 40 por ciento de estos líderes cree que a la generación Z no se la ha preparado para enfrentar las demandas del mundo laboral, y dentro de ese 40 por ciento el 94 asegura que evita contratar a chicos en ese rango de edad por su desinterés hacia el trabajo y por las desmesuradas exigencias que tienen al respecto. Otro punto de fricción señalado por el 57 por ciento de estos líderes se refiere a las expectativas salariales irrazonablemente altas, que no se compadecen con su falta de experiencia. Curiosa paradoja, porque al tiempo que la mayoría de jóvenes de esa edad desea independizarse de sus padres y argumenta que su salario no se lo permite, lo cierto es que prefieren seguir en casa de sus progenitores y emplear el sueldo en viajar y comprarse toda clase de objetos caros. Dicho de otro modo, su trabajo no es una prioridad, aun a costa de ser eternos adolescentes no emancipados.
A la hora de buscar explicación a esa falta de compromiso con la vida laboral algunos responsabilizan a las universidades, asegurando que sería muy útil que en las carreras se ofrecieran clases sobre códigos de comportamiento en un lugar de trabajo y prepararan mejor a los estudiantes para el entorno laboral y su relación con compañeros y jefes. Más del 50 por ciento de los empleadores encuestados piensa, sin embargo, que la razón primordial hay que buscarla en los padres y en cómo han sido educados estos jóvenes. Hace unos años, Javier Urra publicó un libro con el elocuente título de El pequeño dictador. En él habla de cómo los padres de generaciones posteriores al franquismo decidieron abjurar de su autoridad como progenitores para convertirse en coleguis y amigos de sus hijos. Pero no se puede decir que este fenómeno sea solo español.
Desde principios del siglo XXI, e incluso antes, en el mundo entero se produjo una dejación similar, que dura hasta nuestros días, y que se manifiesta, por ejemplo, en la llamada ‘crianza suave’. En teoría, esta práctica consiste en no regañar, no castigar, sino argumentar con los niños respetando su personalidad y sus deseos. Loable propósito, sin duda, pero resulta que darle a un hijo todo lo que desea, incluso sin que lo merezca, y hacerle creer que es el centro del universo y que todo le es debido tiene su precio. El más evidente es que ese niño, al crecer, acaba creyéndose que, en efecto, es el centro del universo, alguien que tiene todos los derechos y ninguna obligación. O lo que es lo mismo, un eterno adolescente para quien las palabras ‘esfuerzo’ o ‘compromiso’ solo se circunscriben al ámbito del deporte, donde sí queda bien afanarse, sudar y dejarse la piel.
En otros ámbitos de su vida, en cambio, mejor tomarse unas birras, echarle la culpa al malvado mundo, a la sociedad, a mis viejos y no comprometerme con nada. Curiosamente, la antes mencionada encuesta refleja, asimismo, que la generación Z muestra un grado de insatisfacción superior a generaciones anteriores que han tenido que luchar con toda suerte de adversidades. ¿No será, se pregunta uno, que la tan denostada cultura del esfuerzo da más satisfacciones que no tomar las riendas de la propia vida?