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Carmen Posadas: La Caja de Pandora

Con 2022 a punto de pasar a la historia como uno de los años más turbulentos y peligrosos de los últimos tiempos, pienso que vale la pena mirar hacia atrás y calibrar algunos de sus acontecimientos. Por estas fechas suelen publicarse listas de hechos relevantes, pero, como al momento de escribir estas líneas no dispongo de ninguna, intentaré hacer mi propio recuento.

Además de la guerra de Ucrania, 2022 será recordado por el año en que el cambio climático se hizo más patente que nunca; la inflación reapareció para complicarnos más la vida; Xi Jinping​ se autoproclamó nuevo Gran Timonel; el Reino Unido se convirtió en Britaly, según feliz acrónimo de The Economist; la ultraderecha conquistó en Europa bastiones como Italia o Suecia; mientras que, aquí en España, las formas en política y el respeto por las instituciones y por el adversario dejaron de existir porque donde esté una buena confrontación, arbitrariedad y/o golpe bajo ¿quién necesita fingir juego limpio? No es por aguarles las fiestas y hacer que se les atragante el turrón, pero hay que ver qué lindezas deja el 2022.

 

No es por aguarles las fiestas, pero hay que ver qué lindezas deja el 2022. Entre todas, una muy peligrosa: el deterioro de la democracia

 

Entre todas, sin embargo, yo añadiría otra silente y casi invisible que me parece casi más peligrosa que las demás: el deterioro, en todo el mundo, de la democracia. Las generaciones nacidas en el mundo occidental desde después de la Segunda Guerra Mundial y hasta nuestros días la han dado siempre por sentada. Pero la democracia como forma de gobierno, salvo en ese feliz paréntesis temporal y geográfico, nunca ha sido la norma, sino la excepción.

La palabra ‘democracia’ engloba, además, muchos conceptos: libertad de pensamiento, de acción, de movimiento; protección de los más débiles; posibilidad de cambiar un gobierno por otro mediante el voto; movilidad social y otras tantas ventajas. Pero tiene dos flaquezas. Una es el cortoplacismo, que hace que los políticos inevitablemente piensen más en las próximas elecciones que en los años venideros o incluso en el bien común. La segunda es que requiere que los ciudadanos –y en especial los dirigentes– respeten las reglas que la rigen. Si bien la primera de las flaquezas siempre ha estado presente, la segunda hasta ahora no había enseñado su más fea cara.

Cierto que en el mundo existen países en los que la democracia es más un simulacro que una realidad. Son las naciones que se conocen como ‘democracias híbridas’ o ‘no plenas’, donde la gente vota, pero carece de otras garantías propias de este sistema político. Aun así, al menos hasta ahora, nadie se había atrevido a cuestionar el resultado de la que es la esencia misma de la democracia, el veredicto de las urnas. Las reglas, normas y leyes que, desde los albores de la civilización, rigen nuestras vidas no son más que constructos que nos hemos dado para propiciar la convivencia. Pero, aunque estén esculpidas en mármol o grabadas en códigos milenarios, son tan frágiles que basta que un dirigente las viole para que pierdan su valor preventivo o protector.

Obviamente no es lo mismo que se nieguen a someterse a ellas sátrapas como Maduro, Putin u Ortega a que lo haga un presidente de los Estados Unidos, como ocurrió en 2021 con Trump, por ejemplo. Como tampoco es lo mismo que los sátrapas antes mencionados agiten la violencia callejera a que el líder de la democracia más consolidada del planeta aliente a los suyos a tomar el Capitolio. Actos como este son un punto de inflexión, y hace un par de semanas hemos visto como Bolsonaro, en la línea inaugurada por Trump, agitó también el espantajo del fraude electoral, dividiendo a su país e inflamando los ánimos.

Escribo estas líneas a principios de noviembre, y no sé qué consecuencias tendrá este nuevo jirón que la democracia mundial acaba de dejarse por el camino. Pero, sea como fuere, es un desgarro más que sumar a otros que hemos visto en este año: el auge del neocaudillismo y el triunfo de postulados cada vez más intransigentes y extremos; el ‘divide y vencerás’ y el desdén de algunos mandatarios por normas hasta ahora incontrovertibles e intocables… Alguien comparó una vez la democracia con la caja de Pandora argumentando que basta con abrirla o forzarla para que queden libres todos los males y desgracias. Por fortuna, y según la leyenda, dentro de tan útil caja quedó en su fondo la esperanza. Ojalá 2023, que ya alumbra, nos traiga raudales de ella.

 

 

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