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Carmen Posadas: La felicidad entre paréntesis

Carmen Posadas: “En el Titanic me habría ahogado seguro. Cuando la situación se vuelve desesperada, los que se salvan son los que están dispuestos a dar codazos, a pasar por encima de

 

 

No sé si será por el calorazo o la cadencia que marca el verano, pero a mí por estas fechas me da por filosofar y pensar, como dicen los gringos, «fuera de la caja». Según mi nueva mejor amiga, la inteligencia artificial de Meta, esta expresión significa «la capacidad de pensar sin limitarse a las ideas preconcebidas, convencionales o tradicionales». A esto antes se lo llamaba una ‘ida de olla’, pero detrás de muchas ‘idas de olla’ hay ideas curiosas, nuevos enfoques y/o interpretaciones. Les contaré lo que he estado filosofando estos días.

 

«Si fuéramos felices todo el tiempo no lo valoraríamos porque la dicha se aprecia por contraste»

 

Actualmente infestan por todas partes tratados, ensayos, pódcast, tiktoks y canales de YouTube que ofrecen recetas infalibles para ser feliz. En general, son soluciones simplonas y todas parten de la base de que «querer es poder», lo cual es tanto como decir que si uno es infeliz es porque quiere. Además de ser una bobada, esta idea es muy perversa porque en la vida, y como rezaba aquella vieja canción de Mari Trini, «un remo lo aprietan mis manos, el otro lo mueve el azar». O, lo que es lo mismo, uno capitanea la nave hasta cierto punto porque luego están los imponderables, que son legión. Desde rasgos de carácter a situaciones familiares o profesionales sobrevenidas, pasando por enfermedades, reveses de fortuna o simple mala suerte; todo influye, y no siempre para bien. Otro error frecuente entre estos gurús a la violeta que peroran sobre la felicidad es hacer creer que existe la felicidad eterna, lo cual es en sí misma una contradicción en los términos, porque la felicidad, cualquiera lo sabe, son ráfagas, destellos, momentos. Lo que la gente llama ‘felicidad eterna’ es otra sensación también muy deseable, incluso más que la felicidad; hablo de la serenidad, de la ternura, del contento, de la paz. La felicidad, en cambio, está hecha de la materia de los sueños y es, por tanto, corta, intensa, inasible, fugaz. Si fuéramos felices todo el tiempo no lo valoraríamos porque la dicha se aprecia por contraste, por eso mayor si se alcanza tras un esfuerzo, un fracaso o una decepción. «Conozco la felicidad porque conozco el dolor», decían los clásicos y, sin embargo, existe otra forma de alcanzar esas ráfagas de dicha que tanto nos alegran la vida. Yo las llamo ‘la felicidad entre paréntesis’. Las descubrí hace mil años durante un castigo cuando estaba interna en Inglaterra. Obligada por las monjas a lavar una montaña de platos, mi felicidad entre paréntesis era dejarme deslumbrar por el canto de una calandria allá afuera en el jardín. Un sonido al que, en otras circunstancias,  ni habría prestado atención, pero que en esa situación me alegraba el día. Desde entonces, he descubierto otros muchos placeres entre paréntesis. Como soy una persona solitaria, la mayoría tienen que ver con perderme por ahí. Coger el coche, por ejemplo, y conducir sin rumbo y a ver qué descubro. O hacer novillos un día de trabajo y escapar al Jardín Botánico para darme el gustazo de estar unos minutos rodeada de verde y, en especial, de árboles (sospecho que en otra vida debí de ser elfo o algo así). Pero tengo también otros momentos de felicidad entre paréntesis menos misantrópicos. Como hacer algún plan loco y extemporáneo con mis nietos o disfrutar de un gin-tonic con uno de esos cómplices que, a veces, nos regala la vida, bendito seas. Por supuesto, cada uno tiene sus gustos. Hay tantas felicidades entre paréntesis como personas en este mundo y es solo cuestión de buscarlas. Además, y para mayor disfrute, con frecuencia son gratis, no molestan a nadie y las vacaciones son el momento ideal para entregarse a ellas. Feliz verano y buena dicha a todos.

 

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