Carmen Posadas: La ‘hormiguita del consentimiento’
El ser humano se adapta y sobrevive a todo. A las más brutales adversidades, catástrofes y penurias, también a las pavadas y las tonterías. Miren si no: según la ley del ‘solo sí es sí’: «Solo se entenderá que hay consentimiento (sexual, se entiende) cuando se haya manifestado libremente mediante palabras o actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona».
Como la ley considera que todo acto no consentido puede ser delito, andaba el personal patidifuso y temeroso cavilando cómo y de qué modo, llegado el amoroso momento, y sin parecer demasiado burocrático, iba la parte contratante de la primera parte a explicitar a la parte contratante de la segunda parte que sí, que muy bien, adelante, que tienes mi permiso y mi consentimiento, de modo que ven pa’cá, morocho. Tal trance presentaba serias dificultades, porque la parte contratante de la primera parte (léase ‘ella’) no siempre era lo suficientemente explícita en sus mensajes subliminales, por lo que en cualquier momento la parte contratante de la segunda parte (léase ‘él’) podía dar un paso en falso y, en vez de en romántico lecho, acabar la fiesta pernoctando en la comisaría.
Aquí estamos, en pleno siglo XXI, inventando secretos códigos amorosos, igualito que en el siglo XVIII o en tiempos aún más oscuros
En otras palabras, un verdadero lío, una confusión y un reloquero esto del ‘solo sí es sí’. Uno que no solo amenazaba con estropear la velada, sino con complicar tanto el cortejo que a más de uno podía darle por pasar de ligues y hacerse cartujo. Pero hete aquí que, como he empezado diciendo, nuestra especie está programada para adaptarse a lo que venga, incluso a las más grandes tontunas, de modo que los muy jóvenes acaban de inventar un código morse sensacional, un romántico laisser faire, laisser passer al que ellos la llaman ‘la hormiguita del consentimiento’.
Según he podido saber, llegado el romántico momento en el que el chico intuye que la chica puede estar interesada en pasar con él de las musas al teatro, hace recorrer un par de dedos andarines sobre el femenino brazo como si fuera una casta y nada intrusiva hormiguita. Tres o cuatro pasitos ‘hormiguiles’ son suficientes, porque gracias a este recién estrenado ritual de apareamiento la chica, si no le gusta el candidato, solo tiene que retirar el brazo y no hacen falta más explicaciones. ¿Es o no es brillante?
En otras épocas, tan llenas de prohibiciones, cortapisas y moralinas como las que ahora auspicia nuestro amado Ministerio de Igualdad, existían similares códigos de consentimiento. En algunos pueblos del sur de España, por ejemplo, el pretendiente, después de merodear un rato ante la casa de la amada, arrimaba una silla a uno de sus muros y se sentaba a esperar. Si a ella le gustaba el candidato, se asomaba al balcón, muy casualmente, como quien quiere comprobar si llueve. En caso de que no, la ventana permanecía cerrada y el pobre aspirante quedaba allí sentado y sin novia. Otros rituales de apareamiento de antaño se valían de abanicos o incluso de lunares para mandar secretas señales galantes. Un golpe de abanico de ella sobre el corazón significaba «te amo»; acercarlo a la oreja izquierda, «no me interesas»; llevarlo cerrado y en la mano izquierda, «quiero conocerte y lo que tenga que ser será…».
En cuanto al segundo método, consistía en que tanto ella como él se pegaban en la cara falsos lunares de terciopelo. Dependiendo de dónde se situaban (junto a la boca, en el cuello, bajo el ojo derecho, etcétera), significaba tal cosa o tal otra. Así que ya ven. Aquí estamos, en pleno siglo XXI, inventando secretos códigos amorosos, igualito que en siglo XVIII o en tiempos aún más remotos y oscuros.
Antes, todos estos métodos mudos de comunicación servían para sortear la censura o la condena social, también para burlar la vigilancia de progenitores severos e intransigentes. Ahora (la Historia no se repite, pero sí se autoparodia) la ‘hormiguita del consentimiento’ se ha inventado para esquivar los rigores de la ley del ‘solo sí es sí’. Yo no estoy en edad de que nadie me hormiguee el brazo, pero debo decir que me parece un ritual amoroso encantador. Como lo son en realidad todos los que la humanidad ha inventado para librarse de los Torquemadas y Savonarolas de turno. Me pregunto si la señora ministra de Igualdad será consciente de su similitud con tan ínclitos guardianes de la moral y las buenas costumbres…