Carmen Posadas: Los sueños de la razón crean monstruos
Francisco de Goya: El sueño de la razón produce monstruos
Es una pena que esta columna no pueda incluir fotos. De ser así, no necesitaría escribirla para ilustrar uno de los fenómenos más curiosos de nuestro tiempo. En el frontispicio del más caro y ultramoderno centro comercial de la ciudad de Saigón (en el que pueden encontrarse las marcas más caras del planeta: Gucci, Rolex, Vuitton, Richard Mille, etcétera), bendiciendo aquel antro de perdición capitalista, campa la imagen de Ho Chi Minh, flanqueada por la hoz y el martillo.
En los hoy capitalistas Vietnam, Rusia o China, las diferencias sociales, las desigualdades y la corrupción sistémica son peores que nunca
Ha sido toda una experiencia visitar Vietnam el pasado mes de agosto. Para los de mi generación, este país encarnó en su tiempo el choque entre dos concepciones políticas y sociales antagónicas e incompatibles, comunismo versus capitalismo. Y el antagonismo se mantuvo hasta la caída del muro de Berlín en 1989, una fecha que no solo marcó el fin de la Guerra Fría. También señaló el naufragio de aquella hermosa idea, nieta de la liberté, égalité y fraternité de la Revolución francesa e hija de Marx y Engels, cuyo objetivo era crear un mundo más justo e igualitario.
A partir de 1989, los dos gigantes que habían abrazado la fe comunista, China y la Unión Soviética, comenzaron a abjurar de ella cada uno a su manera. La URSS lo hizo propiciando tanto la perestroika (‘reconstrucción’) como la glásnost (‘debate/apertura’), lo que causó no solo el desmoronamiento de su imperio, sino también no pocos desastres políticos.
China, por su parte, al ver las barbas de su vecino pelar, se dijo que perestroika sí, pero que de glásnost ni hablar, inventando así la cuadratura del círculo: capitalismo salvaje con férreo control político, lo que le ha permitido en pocos años pasar de un país donde una enorme parte de población subsistía precariamente a ser el gigante económico que es en la actualidad.
También Vietnam, tras pasar por todas las penurias imaginables bajo el régimen comunista ganador de la contienda que asoló su país en los años sesenta y setenta, decidió seguir los pasos de su vecina, la China Popular, y optar por lo que ellos prefieren llamar ‘economía de mercado’. «¿… Y están ustedes contentos con el cambio?», pregunté a nuestro guía mientras circulábamos por una de las espléndidas avenidas de la ciudad ahora llamada de Ho Chi Minh, con sus modernísimos rascacielos y sus tiendas de lujo. «Muchísimo –me contestó–. A diferencia de antes, cuando quien trabajaba mucho ganaba el mismo mísero sueldo que quien no se esforzaba, ahora nos está permitido prosperar».
«¿Y siguen ustedes gozando de las mismas coberturas que antes: sanidad gratis, educación para todos, etcétera?», pregunté también, y él contestó que sí y que no. Sí, porque tanto médicos como educadores son funcionarios públicos. «Pero también no porque, en realidad, todo depende de los sobres –añadió él, antes de explicarme que un médico, por ejemplo, está obligado a atender a sus pacientes– … si bien dándole un ‘sobre’ te aseguras de que no te masacra una vena sacándote sangre o te hace un costurón de medio metro al operarte de apendicitis. Y lo mismo ocurre con los maestros; si apuntas a tu hijo a las clases particulares que ofrecen, el niño aprueba; si no, a septiembre o ad calendas graecas. Algo parecido sucede con los guardias de tráfico. Te paran sin motivo alguno, pero si le entregas un sobre…».
Me quedé cavilando sobre (y nunca mejor dicho) este nuevo sistema económico. Uno que ha propiciado una corrupción generalizada y a la vez tolerada por las autoridades. Y no solo eso, también con la connivencia del Estado, el auge de una nueva élite tan egoísta y explotadora como aquella que se pretendía eliminar. Resulta paradigmático ver en qué han acabado las bellas utopías marxistas, revolucionarias e igualitarias del siglo XX diseñadas para proteger los intereses y derechos de los más desfavorecidos y cambiar el mundo. Y lo han hecho, además, tras dejar atrás millones de muertos, como los que produjeron las purgas y las hambrunas de Stalin, el Gran Salto Adelante de Mao en aras de ese bello sueño, o el exterminio, por las mismas razones, de un cuarto de la población camboyana en manos de Pol Pot.
¿Por qué los sueños de la razón crean monstruos? No lo sé. Solo puedo decir que, en los ahora capitalistas Vietnam, Rusia o China, las diferencias sociales, las desigualdades y la corrupción sistémica son peores que nunca. Y lo más curioso del caso es que sus habitantes están encantados. «Antes tenía poco más que un plato de arroz, y ahora mírame», concluyó nuestro guía, enfundado en un polo Ralph Lauren y con un peluco Hublot en la muñeca (‘trucho’, pero despampanante). Y luego añadió: «Te llamaré la próxima vez que vaya de vacaciones a España. Será pronto, viajo mucho y soy forofo del Madrid».