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Carmen Posadas: Mi botella al mar

CORAZÓN DE ARENA Y SAL - La Playa, El Mar Azul: BOTELLA AL MAR - MARIO BENEDETTI

 

Ahora que el verano se acaba y enfilamos hacia el otoño de nuestras incertidumbres, me gustaría compartir con ustedes una historia que me ha encantado. La inspiración se la debo a Luis Calvo Sotelo, que me regaló cierto artículo que él guardaba desde 2017. Bajo el título ¿Sabes por qué lanzamos mensajes en botellas al mar?, en él se recogen las siguientes curiosidades.

A pesar de que mares y océanos son inmensos, y lo más probable es que nuestra botella dé vueltas y vueltas sin llegar a costa alguna, una botella bien sellada es uno de los objetos más marineros que existen. Tormentas, icebergs y huracanes pueden hundir petroleros y naves de gran tonelaje, pero a enseres de vidrio de estas características no hay quien los hunda. Desde que existen, se han documentado no pocas historias de botellas viajeras.

Como la que lanzó al mar un joven marinero sueco aburrido durante una larga singladura. En ella pedía que si alguna chica de edad similar a la suya daba con su embotellado mensaje se pusiera en contacto con él. Un pescador siciliano lo recogió dos años después a miles de kilómetros y se lo regaló como una broma a su hija, que rápidamente escribió a la dirección postal señalada. Meses más tarde ella y su marinero vikingo eran ya marido y mujer.

En este viejo oficio mío también uno escribe sin saber exactamente a qué otros náufragos puede llegar

No todas las historias que tienen como protagonistas mensajes embotellados son románticas. Algunas son trágicas y a la vez entrañan casi imposibles casualidades. En 1784, el marinero japonés Chunosuke Matsuyama naufragó cerca de un arrecife de coral en el Pacífico. Tanto él como el resto de la tripulación murieron de hambre, pero no antes de que Chunosuke escribiese su ordalía en un trozo de madera y lo lanzase al mar. Tras ciento cincuenta y un años de bogar a la deriva, la botella llegó en 1935 a las costas del pueblo natal de su desdichado emisor.

Si quieren saber cuál es el viaje más largo que está documentado de una de estas botellas viajeras, les diré que fue el de una a la que bautizaron con un nombre mítico en la historia naval. La llamaron El Holandés Errante, y fue lanzada al mar en 1929 al sur del océano Índico. Se trataba de un experimento científico y dentro había un mensaje visible desde el exterior en el que se pedía que quien la viera notificase su llegada y luego volviese a echarla al mar. Arribó primero a las costas del continente sudamericano, se informó de su hallazgo y fue lanzada nuevamente. En su segundo periplo navegó por el Atlántico y fue a parar de nuevo al Índico, donde se la vio en un punto cercano a donde comenzó su larga travesía. Botada de nuevo, llegó hasta Australia. Se calcula que tardó veinticuatro meses en dar su particular vuelta al mundo, nada mal para un receptáculo sin velas ni timón.

Otras botellas, en cambio, son más caprichosas. Un experimento científico demostró que dos botellas lanzadas a la vez en las costas de Brasil podían tomar muy diferentes caminos. Una apareció en las playas de Nicaragua, mientras que la segunda prefirió viajar hasta África. Obviamente, todo depende de las corrientes, pero a veces, y al igual que en el caso de Chunosuke, diríase que las botellas, fieles a su aureola romántica, de vez en cuando hacen inverosímiles y muy bellos regalos. Como en el caso de una madre que encontró en Tasmania el mensaje que su hijo, muerto en Francia 35 años atrás, había lanzado al mar.

Como ya les he comentado alguna vez, siempre me han producido fascinación las botellas con mensajes escondidos, porque me recuerdan que en este viejo oficio mío también uno escribe sin saber exactamente a qué otros náufragos y a qué remota parte del mundo puede llegar. Quizá por eso, mucho antes de que descubriera mi vocación de juntaletras, con más o menos ocho años, yo también lancé una botella al mar. En ella hablaba de mí, de mi familia, daba mi nombre, mi dirección y la sellé muy bien. No sé por dónde andará, pero, confiando en que las botellas son insumergibles, no pierdo la esperanza de que aparezca algún día. Si le llega a alguno de ustedes, por favor, háganmelo saber. ¡Ah! Y por cierto: no se fijen demasiado en las faltas de ortografía. No era mi fuerte en aquel entonces y aún ahora tengo, ni se imaginan, cada pelea con el diccionario…

 

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