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Carmen Posadas: No tiene nombre

Se cuenta que antiguamente las esclavas, que sabían que sus hijos les serían arrebatados al nacer, recurrían a un triste sistema para hacer aquel horror menos insoportable: no les ponían nombre. La explicación es que, después de pasar varias veces por trance semejante,descubrían que duele menos vivir sin alguiena quien uno no puede nombrar que recordar toda su vida a la pequeña María o el pequeño Juan, pongamos por caso.

Existen muchos ejemplos de fenómenos similares. En la Biblia, poco después de la creación del hombre (a nosotras las mujeres nos dejó para un pelín más tarde), Dios creó los animales y, para que los hiciera parte de su vida, le dijo a Adán que eligiera cómo se iban a llamar. Tal es el poder de las palabras. No basta con que algo exista; las personas, los animales, también los objetos y los conceptos solo cobran entidad cuando se les asigna un apelativo. Por eso, una forma de deshumanizar a alguien es privarle de tal privilegio.

«El mundo se ha vuelto tan vertiginoso que lo que el martes nos parecía inaceptable el miércoles ya no nos importa tanto»

En las cárceles y en los campos de concentración, uno deja de ser quien es y se convierte en un número, solo una gota en el océano de la nada. Los nombres propios son importantes, pero también lo son los nombres comunes, como bien saben los responsables de regímenes totalitarios. Para mencionar solo un caso reciente, cuando Putin decidió invadir Ucrania, llamó a su atropello ‘operación militar especial’ evitando en todo momento utilizar la palabra ‘guerra’. Solo más adelante, casi un año después del comienzo de la contienda, la pronunció, pero solo para afirmar, impasible el ademán, que su objetivo «no era girar el volante del conflicto militar, sino, por el contrario, poner fin a esta guerra».

Menciono todo esto porque me ha interesado mucho desde el punto de vista semántico la utilización que Pedro Sánchez ha hecho durante estos pasados meses de la palabra ‘amnistía’. Prácticamente hasta que Santos Cerdán se dejó fotografiar con Puigdemont ante la descomunal foto de una urna paseada en volandas el día del referéndum ilegal, la palabra no había traspasado el umbral de sus labios. Claro que, para entonces, y a pesar de la puesta en escena tan humillante preparada por el prófugo, ya la podía usar sin problemas, puesto que previamente había conseguido blanquear el antes innombrable palabro.

Porque una de las particularidades de este mundo amnésico en el que vivimos es que, al igual que una mentira mil veces repetida se vuelve verdad, una palabra que antes era anatema pasa a ser aceptada siempre que se la someta a un proceso de limpieza. Uno que consiste en no mencionar el vocablo urticante hasta que, corifeos y propagandistas mediante,la sociedad esté preparada para tragarla. Es la misma receta que ya usó, y con igual éxito, con la palabra ‘indulto’. Con otras, en cambio, no tuvo igual suerte.

En 2019, Sánchez no consiguió acallar el clamor popular que se produjo cuando se supo que sus socios catalanes exigían para negociar la figura de un ‘relator’. En aquella ocasión, el término ‘relator’ no fue aceptado por la opinión pública y tuvo que recular. Pero mucho ha aprendido desde entonces. Ha aprendido que cualquier palabra incómoda, igual que cualquier palabra incumplida, tiene una fecha de caducidad más corta que la de un yogur, de modo que a la cola del blanqueo están ya la palabra ‘referéndum’ y cualquier otra que necesite. Porque el mundo se ha vuelto tan vertiginoso que lo que el martes nos parecía inaceptable el miércoles ya no nos importa tanto y el viernes lo damos por bueno porque ha surgido una nueva escandalera por la que habrá que rasgarse las vestiduras hasta la llegada de otra aún más inefable.

Y, así, nos tienen entretenidos. Como los espectadores de un circo de tres pistas en las que se suceden los triples saltos mortales y los «más difícil todavía» destinados a hacernos comulgar con cualquier dislate, o mesmerizados tratando de adivinar qué nuevo atropello se sacará de la manga nuestro Gran Prestidigitador.¿Y qué se consigue con tanto malabarismo circense?: tenernos sin palabras y pensando que lo que vemos un día sí y otro también no tiene nombre. Situación ideal para cualquiermandatario, en especial para los más populistas y manipuladores porque, para acabar con la idea con la que empecé este artículo, lo que no tiene nombre, simplemente, deja de tener importancia. O al menos así lo creen ellos. Ojalá algún día les demostremos que están equivocados.

 

 

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