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Carmen Posadas: Peor que un crimen, un error

Un par de días antes de que manifestantes en 350 ciudades del mundo salieran a las calles para denunciar lo que está ocurriendo en Venezuela, circularon por las redes sociales unas imágenes que ilustran muy bien lo que vive el país caribeño. En uno de los barrios populares de Caracas, feudo hasta ahora del régimen madurista, varias casas han aparecido marcadas con una ‘X’. «Al estilo nazi», se oye comentar al autor del vídeo.

«Cada vez son más las casas señaladas, lo que indica que existe un clamor contra el Gobierno incluso en la propia área de los colectivos». Un clamor hasta ahora silencioso porque, si algo caracteriza al régimen de Nicolás Maduro, es, dicho en palabras del informe que ha hecho público el Comité Interamericano de Derechos Humanos, el modo en que «ha sembrado el terror como herramienta para silenciar a la ciudadanía y perpetuar en el poder a un régimen autoritario y oficialista, lo que configura un verdadero terrorismo de Estado».

¿Interesa seguir amamantando a un sátrapa como Maduro? Si se cree que ‘no’, conviene recordar que el tiempo juega a su favor

La comunidad internacional casi al completo ha denunciado el fraude electoral que tuvo lugar el 28 de julio y reclama al dictador entregar las actas electorales (cosa que no hará) y que abandone el poder (cosa que tampoco parece probable que haga). Los acontecimientos se suceden a tal velocidad que es casi imposible hacer predicciones, pero volviendo al síntoma de las puertas estigmatizadas con una ‘X’ en los barrios que antes eran feudos maduristas, algo se resquebraja en una dictadura que tiene en su haber ocho millones de exiliados, miles de represaliados, infinitas violaciones de los derechos humanos y el triste récord de ser uno de los países con mayores diferencias sociales del mundo: mientras el pueblo carece de lo más esencial –alimentos, medicinas, etcétera (el 96 por ciento de los hogares son pobres)–, Caracas es en estos momentos una de las ciudades en las que se venden más Ferraris y coches de lujo para recreo de los ‘boliburgueses’ multimillonarios nacidos al amparo del chavismo, que ni siquiera se toma la molestia de disimular su riqueza en medio de la pobreza extrema.

No existe un manual de cómo desalojar dictadores del poder. Ninguna solución es buena y las más expeditivas entrañan dolor y sangre. Pero todas ellas requieren dos eventualidades que se complementan y retroalimentan. Una es que, tal como está ocurriendo, la población pierda el miedo a expresar su repulsa. La otra es la presión internacional. Y existe incluso una tercera: que se corrija el doble rasero existente a la hora de condenar a dictaduras de izquierdas. Bien lo saben, por ejemplo, Daniel Ortega, de Nicaragua, y Miguel Díaz Canel, de Cuba, que llevan años beneficiándose de este sesgo. A ellos les basta con aguantar una semanita de estar en la picota mediática por sus tropelías y represiones. Al cabo de este tiempo vira el foco de interés internacional y todo continúa como antes.

Quién sabe, tal vez lo que está ocurriendo en Venezuela pueda ser el principio del fin de esta manera que todos tenemos de mirar para otro lado cuando se trata del sufrimiento ajeno. Venezuela es una pieza bastante más estratégica en el tablero internacional que Cuba o Nicaragua. ¿Interesa continuar amamantando a un sátrapa como Maduro? Si la respuesta es ‘no’, convendría recordar que el tiempo juega a su favor y no al nuestro.

Mantener la presión antimadurista tanto dentro del país como fuera en los foros internacionales es muy difícil porque, en el primero de los casos, el miedo de la gente vuelve a imponerse y, en el segundo caso, las buenas intenciones tienen fecha de caducidad. Es, por tanto, ahora o nunca. Convendría recordar a las instancias internacionales que tolerar un fraude electoral de este calibre es, parafraseando las palabras dichas a Napoleón por Talleyrand: «Peor que un crimen, es un error».

Un error mirar para otro lado y dar carta blanca para que otros mandatarios igualmente sin escrúpulos sepan que basta con un simulacro de elecciones para perpetuarse en el poder. Ahí están los ejemplos de Maduro, Ortega, Díaz Canel o Putin. Pero no todos son mandatarios de izquierdas. Calentando en la banda y listos a saltar al campo en cualquier momento tenemos a Erdogan, Orbán o Bukele. Según The Economist, solo el 12,6 por ciento de los países del mundo son democracias plenas. La democracia es, por tanto, un bien menguante. ¿De verdad podemos permitirnos ser tibios y desentendidos ante lo que está ocurriendo en Venezuela?

 

 

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