Carmen Posadas: Peores enemigas de sí mismas
He seguido con curiosidad sociológica (por no decir ‘entomológica’) las reacciones que ha despertado una entrevista reciente a José Coronado. Desde Pam, secretaria de Estado de Igualdad, a Willy Toledo y otros muchos popes de lo políticamente correcto lo han achicharrado en las redes por unas declaraciones suyas. Según parece, le preguntaron cómo estaba viviendo la revolución del #MeToo, y Coronado respondió lo siguiente: «Me parece terrible todo. Me niego a ser un borrego y asentir sin más a lo que dice el gran preboste o el gran ministro o la gran ministra de turno. Yo sigo basándome en mis principios, en mi educación, en cómo he crecido, y soy consciente de que no he hecho daño a nadie. Me niego, por ejemplo, a no ayudar a una chica a subir un bolso a un avión […]. Además, ¿por qué no voy a decirle a una mujer lo guapa que está? Todo depende del contexto […] y, si lo haces con respeto y educación, eso da alegría a la vida. Si no, nos vamos a convertir en unos putos robots». En mala hora se le ocurrió decir semejante cosa, por poco lo linchan en Internet.
Willy Toledo, que últimamente brilla más por sus tuits que por su trabajo como actor, escribió: «Otro que quiere ir por la vida haciendo lo que le salga de los cojones sin que las mujeres le puedan decir nada». Mi adorada Ángela Rodríguez, Pam, que en su día declaró que no hacía falta un registro de violadores porque «todos los varones lo son en potencia», tuiteó: «No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que cada vez que un hombre se queja de que ya no puede piropear a una mujer por nuestra exagerada reacción lo que hacía no era precisamente piropear. Queridos Josés, llamar ‘guapa’ a alguien no es problema. ¿Seguro que fue solo eso?».
Este feminismo furibundo me parece incluso más peligroso que el machismo que todas hemos sufrido alguna vez
Otra sacerdotisa de tan noble religión expectoró: «Unas 48 mujeres asesinadas este año […]. Pero, por favor, José Coronado, siéntate aquí y sigue contándome lo difícil que es todo para ti ahora». Yo no alcanzo a comprender qué tiene que ver el trágico número de mujeres asesinadas este año (que, por cierto, llega ahora a 50) con que Coronado llame ‘guapa’ a una señora. Pero doctores tiene la santa corrección política, de modo que calculo que, con su particular modo de coger el rábano por las hojas, resulta que los piropos son los que engendran violencia machista.
En mi opinión, esta forma hiperventilada de reaccionar frente a unas declaraciones, que si uno las analiza objetivamente no tienen nada de ofensivas, es un ejemplo más de una tendencia mundial que ve en lo que ellas llaman ‘el heteropatriarcado’ la explicación de todos los males. Sí, porque según declaró hace unos años Beatriz Gimeno, la exdirectora del Instituto de la Mujer: «La heterosexualidad […] no es la manera natural de vivir la sexualidad, sino una herramienta política y social pensada para subordinar las mujeres a los hombres». En la misma línea, Alice Coffin (referente LGBTIQ en Francia) explica que no tener marido la preserva de ser violada, golpeada o asesinada, mientras que su homónima argentina sostiene que la pareja heterosexual es un factor de riesgo en la vida de las mujeres.
Como mujer que soy, este feminismo furibundo me parece incluso más peligroso que el machismo que, en mayor o menor medida, todas hemos sufrido alguna vez. No solo porque es tan injusto y arbitrario como este. También o, mejor dicho, sobre todo porque los argumentos que esgrimen para defender sus posturas son tan delirantes y beligerantes que al final acaban produciendo el efecto contrario del que persiguen. Si ellas (elles, o como quieran llamarse) pretenden acabar con los hombres machistas, deberían saber que su receta es pésima. Cuantos más disparates digan, cuanto más carguen las tintas y demonicen a un hombre, simplemente, por el hecho de abrir una puerta a una señora o ayudarla a cargar una maleta, más machistas están creando. El foco hay que ponerlo en otra parte. En averiguar, por ejemplo, qué hace que se produzcan cada vez con más frecuencia violaciones grupales y agresiones por parte de adolescentes e incluso niños educados con valores no del franquismo ni de la Edad Media, sino actuales, y, en algunos casos, propuestos por estas mismas mujeres que tanto presumen de feminismo y, sin embargo, acaban siendo las peores enemigas de un movimiento tan positivo como indispensable.