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Carmen Posadas: Siempre nos quedará Georgina

Quién es Georgina Rodríguez, la influencer y pareja de Cristiano Ronaldo

 

Con el mundo hecho unos zorros: guerra en Ucrania; guerra en Oriente Medio; España en manos de un prófugo; la inteligencia artificial, que amenaza con transformarnos en seres prescindibles; el varias veces convicto Donald Trump en puertas de repetir como presidente de los Estados Unidos; y la siempre tan liberal y democrática República Popular China calentando en la banda para convertirse en la nueva superpotencia económica y política, no sé si cortarme las venas o dejármelas largas.

Pero bueno, mientras lo resuelvo, y siguiendo el consejo de Flaubert, he decidido sumergirme no en la orgía perpetua de la literatura –como abogaba él que había que hacer cuando la realidad se vuelve insoportable–, sino en la orgía perpetua de la pavada. Al fin y al cabo, igual que la literatura, la pavada y la frivolidad distraen, sedan y son una fuente inagotable de placer. No un placer intelectual, como produce  la literatura, pero sí una especie de gustirrinín morboso y a la vez culposo, que tiene también su punto.

«Me gusta ponerme chándal con joyas y un bolsazo. Mucha gente no lo entiende. Pero ya lo harán»

No sé si a ustedes les pasa, pero yo tengo observado que, en el mundo de las revistas del cuore, los personajes que más me divierten no son los que mejor valoro como seres humanos. Al contrario, su denominador común  es que me irritan. Les pondré un ejemplo: las cuñadas Kate Middleton y Meghan Markle. La primera me parece más guapa, más inteligente y con unos valores mucho más cercanos a los míos. Meghan, en cambio, es para mí una petarda, una aprovechada, una tonta y, además, bastante más fea que su cuñada.

Bien. Dicho todo esto, me interesan más las bobadas e infantilismos de Meghan que el buen hacer de Kate. Ignoro si algún sociólogo habrá hecho un estudio sobre este fenómeno, pero me da la impresión de que los personajes públicos que más éxito tienen, sobre todo en las redes, son aquellos con los que uno no iría ni a tomar un café. ¿Quedaría usted con Kim Kardashian? ¿O con Paris Hilton? Yo, desde luego, no, pero ya ven, contradictoria que es una, me encanta leer sobre ellas. Y, entre todas, mi superídolo es Georgina Rodríguez, la pareja de Cristiano Ronaldo.

Desde que apareció en el panorama internacional, no ha dejado de admirarme. Mi fervor georginesco no llega tan lejos como para haber visto los dos documentales que se han hecho sobre su vida (tal sobredosis de pavada sería demasiado para mi colon irritable). Pero, en cambio, me fascina ver las poses y modelitos que elige, por ejemplo, para que la inmortalicen en photocalls de festivales de cine internacionales, como si fuera una estrella del celuloide. Qué garbo, qué prestancia, qué postura tan aviar a la hora de presumir de muslo y pechuga.

Pero no todo en esta vida son ‘fotocoles’ y tapizarse de joyas hasta parecer una momia egipcia. Georgina tiene también un lado familiar, cotidiano, maternal. Como cuando se deja fotografiar en la cocina dándoles de comer a sus niños o llevándolos al colegio. Fascinante también el vestuario elegido para tan maternales tareas: botas de Dolce & Gabbana con tacón de aguja de doce centímetros, blusa semitransparente de diez mil euros; vaqueros (igualmente carísimos, imagino) tan ceñidos que parecen tatuados y –en la escenificación de la cocina– un oportuno delantal de cuadros a lo mamma italiana, no sea que a las criaturas se les ocurra salpicarla de kétchup.

Pero lo mejor de mi ‘ídola’ son sus frases, he aquí algunas: «Viajar en jet privado me facilita mucho la vida. Si tuviera que estar horas en el aeropuerto con Cristiano, me volvería loca». «Me gusta ponerme chándal con joyas y un bolsazo. Mucha gente no lo entiende. Pero ya lo harán». También esta otra: «La primera vez que fui a casa de Cris, intenté ir a la cocina por un vaso de agua. Tardé media hora en volver al salón porque me perdí. Después de medio año viviendo aquí, ya ubiqué todos los salones, y todo bien».

¿Es o no es sensacional? ¿Es o no es como ir al zoo? ¿Es o no es una enorme suerte tener este tipo de distracciones en las que uno puede sumergirse cuando (una vez más Flaubert dixit) la realidad se vuelve insoportable? Sí, ya sé que es una pavada por mi parte y parezco yo también una choni. Sé también que el mundo está patas arriba y que todo va manga por hombro. Pero mientras vemos qué podemos hacer para remediarlo, siempre nos quedará la frivolidad. Siempre nos quedará Georgina.

 

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