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Carmen Posadas: Transicionar (y destransicionar)

 

 

Do not transition your kids' is message from former trans girl, 17 | Daily Mail Online

Chloe Cole

Bajo el título ‘¿Cambiarán los litigios la ley trans?’ el semanario británico The Economist se hacía eco no hace mucho de la siguiente noticia. Chloe Cole, de dieciocho años, que en los Estados Unidos se ha convertido en la voz de aquellos que se han arrepentido de haberse sometido a un cambio de sexo, ha demandado por negligencia a Kaiser Permanente, el mayor proveedor sanitario de aquel país, una organización que opera como un subsistema sanitario. A la edad de doce años, Chloe Cole decidió que ella era un niño, por lo que dicha compañía le administró bloqueantes de la pubertad y testosterona. A los quince se sometió a una doble mastectomía, pero, un par de años más tarde, decidió ‘destransicionar’ (vulgo: arrepentirse de la anterior metamorfosis) y volver a declararse mujer.

¿No podríamos, por una vez, aprender en cabeza ajena y modificar lo que en otros países se ha demostrado que es un disparate?

La demandante acusa ahora a la empresa Kaiser de «haber sometido a la niña vulnerable que era yo entonces a un mimético y mutilador experimento de cambio de sexo en vez de haberse enfocado en mi compleja salud mental». La abogada de Cole, que señala que su clienta tiene rasgos del espectro autista, argumentó también que los médicos de dicha entidad la desfiguraron de modo permanente, por lo que ahora se encuentra seriamente preocupada por su fertilidad y atormentada por el dolor y complejos que le causan sus múltiples injertos. A estas acusaciones, Kaiser Permanente alega que se le brindó a la paciente «atención de afirmación de género», de modo que tanto ella como su familia estaban informadas de las decisiones que iban a tomarse con respecto a su salud. Pero Chloe Cole no está de acuerdo, y declara que ni a ella ni a sus padres se los informó de otras alternativas y tratamientos menos invasivos, como, por ejemplo terapias psiquiátricas. Más aún, añade, los médicos afirmaron que su disforia de género nunca se resolvería a menos que ella transicionara química y quirúrgicamente, especificando a sus padres que tendrían que elegir entre tener una hija con tendencias suicidas o un hijo trans.

En los Estados Unidos, los especialistas que están a favor de los tratamientos transicionales en adolescentes dicen que las personas que destransicionan son muy pocas. Los que están en contra, en cambio, remiten a dos estudios recientes que sugieren que entre el veinte y el treinta por ciento de los pacientes tienden a descontinuar los tratamientos hormonales al cabo de un tiempo. Como bien se sabe, los litigios en los Estados Unidos no son como en España. Allí, si una persona no avisa, por ejemplo, a su vecino de que ha fregado la escalera y este se rompe una pierna, puede verse demandado por miles de dólares. No así en nuestro país, por lo que es improbable que alguien que decida destransicionar (más vale que nos vayamos acostumbrando al palabro) denuncie a sus médicos, pero no es esto lo que llama la atención de la noticia.

Lo que me sorprende –y alarma– es el hecho de que en los Estados Unidos los protocolos médicos actuales en casos de afirmación de género opten por la cirugía y la hormonación antes de investigar vías menos invasivas. Otro tanto ocurría hasta hace muy poco en Suecia y en Gran Bretaña, donde casos tan penosos como el de Chloe han logrado cambiar los protocolos para que la cirugía se retrase al menos hasta los dieciocho años. Lo han decidido así porque el tiempo y la experiencia han demostrado que los fármacos que bloquean las hormonas producen alteraciones en otros tejidos, no solo los del área genital, también, por ejemplo, en el cerebro, donde el nivel de hormonas es necesario para su correcto desarrollo. Desde la aprobación en España de la ley trans estamos viendo en los medios de comunicación todo tipo de noticias chuscas como las de hombres que, sin más trámite, se declaran mujeres para acceder a puestos de trabajo, o tipos con barba y bigote que se apuntan a competiciones deportivas femeninas. Pero paralelamente a estas picarescas y astracanadas propiciadas por una ley mal hecha hay mucho sufrimiento en ciernes. ¿No podríamos, por una vez, aprender en cabeza ajena y modificar lo que en otros países se ha demostrado que es un disparate? Un disparate no social ni laboral ni deportivo, sino médico, que lejos de solucionar un problema crea mil nuevos.

 

 

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