Cultura y Artes

Carmen Posadas: ¡Viva Banksy!

Beautiful Graffiti: The Work of Banksy - Eco Solutions

 

No soy gran fan de Banksy. En cambio, mi hermana Dolores dice que es un gran artista capaz de remover conciencias con solo una imagen, y seguramente así sea. Pero a mí me produce rechazo ese tipo de creador –sea pintor, escritor o músico– que, jugando al anonimato, se fabrica una reputación y luego, escondido tras ese manto de misterio, se dedica a hacer excentricidades. Banksy, por ejemplo, ha llegado a subastar una de sus obras por un millón y pico de euros, hacer que se autodestruya delante de todos los presentes y, un mes más tarde, revenderla, mutilada, por 21  millones… En fin, ese tipo de numeritos mediáticos que causan furor, ya saben. 

Dicho esto, confesaré que a punto estoy de tragarme mis palabras, entonar el mea culpa y hacerme devota del tal Banksy quienquiera que sea. ¿La razón? Una noticia que acabo de leer, hace un par de días. Por lo visto, Banksy ha prohibido que los visitantes de la Galería de Arte Moderno de Glasgow (GoMA) que asistan a la exhibición de sus obras usen sus teléfonos móviles mientras están en la sala, para, según sus palabras, «permanecer en el momento». O, lo que es lo mismo, para que, en vez de tomar fotos, hacerse un selfi o un TikTok junto a uno de sus cuadros, hagan algo tan elemental como mirarlos. Como se ha hecho toda la vida, disfrutando de lo que se ve en ese momento y en directo.

Fotografiamos cosas no para verlas después, sino para colgar la instantánea en Facebook o Instagram y mojar la oreja a los colegas

Todo esto me ha recordado mi viaje familiar a Creta este verano. Estaba con mis hijas y nietos el pasado julio visitando el palacio de Knossos, más conocido por su famoso morador, el minotauro, y resulta que nadie –yo la primera– admiraba lo que tenía delante. Y lo mismo ocurre cuando uno visita la Torre de Pisa o las cataratas del Niágara, asiste a una carrera de Fórmula 1, contempla una puesta de sol en Hawái o en Machu Picchu, o un eclipse de sol, o lo que a ustedes les dé la gana. Ya nadie vive el momento ni se deja embargar por la belleza o la rareza que tiene delante; nadie siente la emoción de contemplar algo único y posiblemente irrepetible porque todos estamos ocupadísimos en enlatar esa vivencia. ¿Para qué? ¿Para disfrutarla más tarde? No, entre otras cosas porque las sensaciones y las vivencias no se pueden enlatar.

Fotografiamos cosas, no para verlas después, sino por otras razones: para mojar la oreja a los colegas, para colgar la instantánea en Facebook o en Instagram y cosechar un montón de likesLikes que tampoco significan nada, porque la gente le da un ‘me gusta’ a las cosas más peregrinas: un bocata de calamares, un tipo haciendo una pedorreta, un nene comiendo una banana, cualquier bobada inane.

Por lo visto, la prohibición de Banksy en Glasgow creó al principio mucha controversia (como es habitual en él, al fin y al cabo es un experto en impactos mediáticos), pero aun así los responsables del GoMA se han mantenido inflexibles. Argumentan que hay situaciones que requieren que quien observa una obra de arte viva el momento. «Al principio temimos que esto fuera a perjudicar a la exposición –han dicho los responsables de la galería–, pero, ante nuestra sorpresa, la restricción está siendo un éxito. Hasta el momento, nadie se ha negado a dejar sus móviles en la entrada. Además –añaden a continuación–, la medida hace que el movimiento de público sea más fluido, nadie se eterniza delante de un cuadro ni entorpece la visión de otros visitantes». Leo también que la iniciativa de Banksy está haciendo escuela y, en los Estados Unidos, artistas como Alicia Keys invitan a los asistentes a sus conciertos a que prescindan del móvil.

De modo que sí, con todo esto he cambiado de opinión con respecto a Banksy. Como saben, él es un artista gráfico que comenzó su andadura como grafitero. Sus obras, algunas muy simples, como la famosa Niña con globo, se han convertido en estandartes. Como artista, Banksy tal vez no sea Miguel Ángel, pero tampoco pretende serlo. Sus murales están pensados para despertar conciencias, llamar la atención sobre problemas sociales, denunciar el consumismo, las guerras. Y si con la iniciativa que antes les comentaba consigue, además, que la gente haga algo hoy en día tan revolucionario como disfrutar del momento, qué quieren que les diga: le perdono todas sus excentricidades mediáticas y me hago una fan más. ¡Viva Banksy!

 

 

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