Carmen Posadas: Voy a votar al Pato Donald
No tengo la bola de cristal. Ignoro si Pedro Sánchez dimitirá o elegirá continuar agónicamente hasta el fin de la legislatura dejándose, de paso, jirones del PSOE en el camino. Pero no es de política de lo que quiero hablarles, bastante estragados estamos todos ya. Lo que me llama la atención de la situación actual son los comportamientos humanos tan fascinantes que suscita, por un lado, en los miembros de los partidos políticos que forman la coalición de gobierno y, por otro, en los votantes del PSOE. «No sé qué haré cuando lleguen las elecciones, me considero un huérfano de mi propio partido», me comentó el otro día un amigo, socialista de toda la vida. «Por eso, llegado el momento, no me quedará otra que votar al Pacma o a los trotskistas». Poco le faltó para decirme que va a votar al Pato Donald, cualquier cosa antes que dar cancha a la derecha.
Un amigo, socialista de toda la vida, me dijo: «Llegado el momento, no me quedará otra que votar al Pacma o a los trotskistas»
Desde la debacle koldoabaloscerdanista son infinidad los votantes socialistas que andan entregados a un ejercicio de contorsionismo dialéctico para explicar que antes muertos que pensar en otras opciones políticas. Especialmente enternecedores son los argumentos a los que recurren los socios de investidura para justificar por qué no se desmarcan de un partido salpicado no solo por asuntos de corrupción. También por comportamientos machistas del todo incompatibles con la ética que trompetean formaciones como Sumar o Podemos. Y los argumentos que esgrimen son: que si la presunción de inocencia; que si romper con Sánchez sería hacerle el juego a Vox; que si vienen los fascistas… Argumentos que denotan dos cosas: que no creen en la democracia ni en el derecho a decidir, por un lado. Y, por otro, denota que, en lo tocante a líneas rojas éticas, ellos son discípulos de Marx. Pero no de Karl, sino de Groucho, por aquello de «estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros». En fin, que para una observadora de conductas humanas como yo estos días están siendo interesantísimos. Votantes del PSOE que admiro mucho, como Javier Cercas, han escrito recientemente argumentando que Sánchez tendría que dimitir y que hacerlo podría ser su mayor victoria y su forma de demostrar que no solo piensa en sí mismo, sino también en el país. Porque, como señala Cercas, si diera un paso al lado, ni siquiera sería necesario convocar elecciones, como pretenden PP y Vox, «bastaría con que dejase su lugar a otro dirigente socialista, alguien capaz de obtener la confianza del Congreso, dar un sacudón al PSOE y al gobierno, sacarlos del mal paso de la corrupción y el abuso de poder y permitir al partido llegar a las elecciones del 27 en las mejores condiciones posibles».
Lúcida y deseable idea, pero yo, que sigo sin tener la bola de cristal, estoy segura de que Sánchez no lo hará. Preferirá llevarse por delante a su partido confiando en que el mantra de «¡¡¡que vienen los fascistas!!!» surta su efecto taumatúrgico habitual y el país quede más dividido y polarizado que nunca, propiciando así un nuevo e inevitable auge de la ultraderecha. Y mientras tanto los votantes huérfanos del PSOE seguirán, sin duda, deshojando la margarita de si votar a los trotskistas, al Pacma o al Pato Donald. Porque es verdad que ser de izquierdas suena mejor y tiene más predicamento que ser de derechas, pero en lo que no reparan es que, votando por una opción estrafalaria o quedándose en casa, favorecen una vez más a Vox. Sobre todo porque no hay que ser muy espabilado para calcular que la mejor manera de evitar que esto ocurra es acudir a las urnas. Aunque sea con la nariz tapada.