Carmen Posadas: ‘Zorra’ como síntoma
Con gran fanfarria y por goleada, Zorra ha sido elegida para representar a España en Eurovisión. Lo polémico de su título (no me pregunten por qué a estas alturas alguien se escandaliza por eso, pero en fin) ha hecho que la canción se convierta, además, en encendido tema de debate en todos los foros. También ha hecho que suene a todas horas (número uno en Spotify), lo que me ha permitido oír la tonada de marras.
Y qué quieren que les diga, me parece musicalmente un ñoco. Simplona, pesada y un total déjà vu. Pero da igual. Porque los parámetros que ahora se usan para evaluar una canción, un libro, una peli, una obra de arte o cualquier otra manifestación artística nada tienen que ver con el talento. Un libro, por ejemplo, puede tener la calidad literaria de una redacción escolar y, sin embargo, ser alabado incluso por personas intelectualmente sofisticadas, siempre que cumpla alguna de estas premisas: que trate de un tema ‘sensible’, como el empoderamiento de la mujer o el maltrato infantil, pongamos por caso. También ayuda mucho a la elevación a los altares del susodicho libro que su autor, autora o autore sea, por ejemplo, una persona trans, perteneciente a alguna minoría étnica oprimida y/o haya sobrevivido a una enfermedad mortal.
¿A nadie se le ha ocurrido pensar que en este festival —cada año más friqui, por cierto— las reivindicaciones tienen que ser de otra índole?
Compréndanme, siento el mayor respeto por personas que sufren por estas u otras causas, pero nada de lo que acabo de enumerar convierte una redacción escolar en Memorias de Adriano o En busca del tiempo perdido. Esta curiosa forma de evaluar se aplica también a un simple producto de consumo. Una colonia o un yogur desnatado o un desodorante se venden más si son ecológicos o ‘sostenibles’ (hace tiempo que me pregunto quéimplica exactamente este palabro que todos repetimos como obedientes loros).
Pero bueno, volvamos a Zorra, que es por donde ha empezado este pasmo mío que quería comentar con ustedes. Para mi sorpresa, los comentarios que han surgido tras su elección van en dos direcciones. Por un lado, están los que dicen que la encuentran buenísima porque es una canción feminista que, al hacer suya la denostada palabra ‘zorra’, ‘empodera’ (latazo de palabro también)a las mujeres. A las mujeres en general y a las maduras en particular, porque la parte femenina del dúo que la interpreta tiene 55 años y es 8 años mayor que su marido y compañero de dúo. Se señala también como dato muy positivo a los bailarines que los acompañan en escena, que son dos hombres en tanga de cuero, porque, por lo visto, de este modo se reivindica a las mujeres que «visten como les da la gana».
Aquellos a los que no les gusta que sea nuestra representante en Eurovisión sostienen que se trata de una provocación burda e innecesaria porque, como argumentó el otro día Susana Díaz en la tele, «que a mí me llamen puta no me empodera en absoluto». Total, y para resumir, tanto los reproches como las loas se centran no en si la canción como tal es buena o mala, sino en si empodera o no empodera, si reivindica o no reivindica.
Y, mientras tanto, yo me pregunto: si se trata de representar a España ante más de 162 millones de espectadores que no hablan español y, por tanto, no tienen la más zorra idea de qué quiere decir ‘zorra’, ¿qué más dan todas estas disquisiciones pseudopolíticas y sociológicas? ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que en este festival –cada año más friqui, por cierto– las reivindicaciones tienen que ser de otra índole? Visual, por ejemplo, como aquel año que ganó un tipo con barba de nombre Conchita vestido a lo Jean Harlow. O subliminales y oportunas políticamente, como cuando ganó Ucrania el año en que fue invadida por Rusia. Ojalá Zorra tenga suerte, le deseo todo lo mejor. Pero para mí, más que un fenómeno musical, es un síntoma. Síntoma de cómo se evalúa todo hoy en día. Una pena porque, si los baremos son esos y lo que prima son bobadas oportunistas y accesorias, ¿quién se tomará la molestia de crear algo que requiera talento?